Oct
De la perplejidad
3 comentariosLa verdad es que nunca llueve a gusto de todos y a veces a uno le extraña que muchos de esos incluidos en el “todos” no se den cuenta ni de que llueve. La semana pasada, en la catedral de Valladolid, gratis et amore, pudimos escuchar obras marianas de Tomás Luis de Victoria a The Sixteen, uno de los grupos de referencia en la interpretación de nuestro venerable compositor. Cuando llegaba a la catedral algo me daba mala espina: uy, no hay colas, eso es señal de que se ha llenado a rebosar la catedral y ya no dejan entrar a nadie. Mi gozo no en un pozo, sino en una nube: sitio de sobra y al final, los bancos llenos y poco más. ¿Cómo es posible que escasamente unos cientos de personas acudan a un acontecimiento cultural de primer orden, se mire por donde se mire? Pocos días después, Francisco J. Ayala en Madrid, hablando sobre evolucionismo y religión. Tres cuartos de lo mismo. Donde uno esperaba masas y colas, encontró una entrada aceptable, pero menos, sin duda, que para ver a cualquier locutor televisivo. No sé, todo esto me dice algo sobre el mundo (bueno, sobre uno de los múltiples mundos) en los que vivo. Me gusta en lo que dice sobre la variedad de intereses. Pero hay otro aspecto que me deja perplejo.