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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

17
Dic
2006

Et in Sion habitatio eius

1 comentarios
“Toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en su habitación”, afirmó Pascal. ¡Qué gran verdad! San Agustín decía algo por el estilo: homo est bestia cupidissma rerum novarum, que traducido al román paladino viene a ser algo así como que el hombre siempre está tras las novedades (aunque sean novedades Eloína, la tienda esa de Oviedo a la que se refiere con frecuencia fr. Salus Mateos, OP). A los que cultivamos el sanísimo arte de gastar la silla y las culeras nos hace mucha gracia el “festivaleo” y la el afán de novedades que marcan nuestra época: todo es nuevo (aunque sea lo mismo de siempre) y debemos cambiar lo “viejo” por lo nuevo en cuanto esto aparece. Salir de la habitación, en sentido pascaliano, es algo que acontece de vez en cuando, pero no es el objetivo de la vida, ni mucho menos. Es más, cuando llegan las crisis sólo queremos volver a nuestro espacio propio, encerrarnos en la habitación y, quizá, llorar en soledad. Cuando a San Agustín se le murió aquel amigo de la infancia, la mitad de su alma, nos dice en las Confesiones,: factus eram ipse mihi magna quaestio, o sea, yo mismo me convertí para mí mismo en una gran pregunta, o también, en la gran pregunta. Y para responderla, hay que volver a la habitación, al lugar donde se habita, que no deja de ser uno mismo, porque nadie ni nada nos responde a las preguntas. En el fondo, cuando Heidegger hablaba de la “existencia auténtica”, la que no se distrae ni se pierde en berenjenales impropios y distrayentes, seguro que hablaba de esto. Distraerse, etimológicamente, significa separarse. Y esta época nuestra es la época de la distracción, siempre buscando lo nuevo que llene ese horrible vacío que nos deja la habitación, que colme el vacío que es uno mismo. Creo que empiezo a entender eso de que Dios habita en el corazón de cada quien. Dicho sea de paso, ayer, en El Mundo, se publicó una entrevista a Daniel Denett, en la que el eminente científico decía que la teoría de la evolución podía explicar la noción de Dios. Puede que sí o puede que no. Aun así, más allá de la noción está lo intimior intimo meo. Hoy tenía cuerpo de San Agustín, por lo que se ve.
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JMValderas
17 de diciembre de 2006 a las 14:00

Querido Sixto De tu exposición, voy a ceñirme al juicio sobre Daniel C. Dennet, auor de dilatada hitoria en el campo de la conciencia. Pero no es científico, si por tal lo enmarcamos en un cuadro experimental. Mucho menos un eminente científico. Su extensa obra (Freedom Evolves, Brainstorms; Brainchildren; Consciousness Explained y el último que tengo delante "Sweet Dreams") se desenvuelve siempre en el mrco filosófico o, por decirlo con mayor precisión, biofilosófico. Pero no consta, no me consta que haya diseñado ningún ensayo científico al estilo de otro materialista, Francis Crick, quien se murió hace apenas un año mientras buscaba explicar la conciencia. Más cauto y, por supuesto, más sólido en ciencia que Dennet, Crick empezó a estudiar la conciencia a través del desentrañamiento de los actos sencillos de conocimiento, en concreto, la percepción visual. Corren por ahí falsos dioses, falsos científicos, Dennett es uno de ellos. Cierto es que dirige el departamento de psicología cognitiva de la Universidad de Tufts, pero no le otorguemos autoridad donde no la tiene. Y, por supuesto, el proceso de selección natural (la evolución) no explica nuestra idea de Dios. Sólo dice que los más adaptados tendrán el premio de una mayor progenie y perpetuarán sus genes. Dennett, como los materialistas al uso, declara que la evolución da cuenta de la idea de Dios, pero no lo justifica. A la postre, flatus vocis.

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