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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

22
Dic
2016
La tecnología incorporable a no sé qué
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tecnologíoa

Acabo de leer que un director de orquesta echó del auditorio nacional a un señor al que le sonó el móvil. Si viniese a una iglesia… El agente y “general manager” (sea lo que sea eso) del director afirma en el período una cosa tan mágica como esta: situaciones como la de este miércoles establecen "un debate sobre cómo podemos incorporar nuevos lenguajes al mundo de la música clásica, al mismo tiempo que se produce un respeto máximo a los artistas que están sobre el escenario". No sé qué querrá decir con eso de aplicar los nuevos lenguajes al mundo de la música, como no sea cómo podemos integrar la musiquilla ratonera del móvil ‒hay algunas extraordinariamente desagradables, supongo que para que el afectado coja el teléfono lo antes posible… Pero el hecho es que, casi como una ley de Murphy, cuanto más fea es la música más tarda el buen hombre en cogerlo‒ dentro del alma de Haendel. Más allá de la respuesta muy deficiente de este manager, hay un hecho que ya los teóricos de la tecnología anunciaron hace casi un siglo: la tecnología cambia todos nuestros conceptos. Suele decirse que la tecnología es neutral y que todo depende de lo que se haga con ella. Es mentira. La tecnología cambia radicalmente nuestra idea de qué es arte, qué es vida, qué es salud, qué es un espacio y un tiempo para uno mismo, qué es lo civilizado, qué es la democracia... Cada vez que uno echa mano a un artefacto de estos está afirmando que pertenece a un mundo muy particular, en el que un despiste o la falta de educación interrumpen un concierto, un oficio religioso o la amena conversación con un amigo. La tecnología, lejos de ser neutral, nos cambia en la misma raíz. Está bien ser consciente de ello. Ahora vamos a ver qué inventamos para poder ir a rezar sin horrores musicales.  

 

 

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5
Dic
2016
La profesión de fe
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Ayer escuchaba un podcast de filosofía sobre Pierre Bayle. En él el comentarista afirmaba que la obligación para con la propia conciencia había sido proclamada por vez primera por Bayle a finales del siglo XVII. Yo juro que lo he leído en Tomás de Aquino. Pero en ese podcast nunca sale Tomás de Aquino ni nada que se haya pensado antes del siglo XVII-XVIII. Es el problema de haber sido educado en los clásicos. Uno se da cuenta de que antes de que la tradición intelectual dominante se forjase ya se habían dicho cosas muy sensatas.

Mientras recordaba esto, leía en la red este delicioso y sorprendente titular de la BBC, que se ve que ya no es lo que era: “EE.UU.: Ben Carson, el médico que no cree en la teoría de la evolución que Donald Trump eligió como su secretario de Vivienda”. No sé qué sabrá de vivienda un neurocirujano extraordinario, como parece que es este hombre, pionero en técnicas de curación de la epilepsia y demás. Pero no “cree” en la teoría de la evolución. Es decir, hay una tacha en su inmaculado expediente.

No sé en qué consiste “creer” en la evolución. Es algo así como decir que uno no “cree” en la gravedad o en la segunda ley de la termodinámica. Si alguien me dijese: “bah, mira, en realidad yo no creo que todo cuerpo persevere en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él”, le miraría con cara de sorpresa y pensaría que estaba utilizando el término “creencia” de una manera extraña. Yo no creo en la ley de la inercia. No es la actitud adecuada hacia esa ley. No sé por qué obligan a Carson a que “crea” la teoría de la evolución. Podrá pensar que es más o menos correcta, que los datos la corroboran o no, pero no puede creer en ella. Por si todavía había poca confusión en el artículo, el escribano añade que este hombre cree que “la raza humana es obra de Dios”, y de este modo se nos obliga a elegir en qué creer: en Dios o en la teoría de la evolución. Es un dilema más falso que un euro con la cara de Chiquito de la Calzada. O al menos a mí me lo parece. ¡No puedorrl!

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1
Dic
2016
Un fenómeno saturado (a veces saturante)
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Un concepto tan aparentemente abstruso, como el del “fenómeno saturado”, elaborado por Jean Luc Marion, viene al pelo para no hacer mucho caso a la proliferación de interpretaciones que los analistas, gurús y otros sabios dan de lo imposible: la victoria de Donald Trump. Los más altos expertos estuvieron más perdidos que un pulpo en un garaje, pero al día siguiente, sin despeinarse, como el mismo Trump, nos daban a toda prisa las razones de por qué ganó este hombre. Esto vale lo que vale. Marion nos dice que la experiencia de un suceso histórico está saturada en el exceso de su complejidad, de modo que desafía una explicación histórica fácil de lo que sucedió. Siempre debe describirse de nuevo y reinterpretarse. Vamos a tener razones de por qué ganó Trump hasta el día que las ranas críen pelo. Lo mismo sucede con la valoración del papel de Fidel Castro y cosas semejantes. Conviene desconfiar de los resúmenes-twitter que, "saturación saturación", solo la que producen por su omnipresencia respecto a todo lo opinable, y a lo de más allá.

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29
Oct
2016
Pro(c)tología
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Acabo de escribir un término sobre el que pienso a ratos, “protología”, y Word, que es muy diligente, me ha corregido: usted querrá decir “proctología”. Y no, claro que no quería. Pero eso me ha hecho pensar que el mundo que está metido dentro de los algoritmos que nos permiten escribir de estas cosas en un portátil está poblado de ciertas cosas que pululan a sus anchas, mientras que una buena parte de lo real está ausente. Quizá quepa en otro momento, si educamos a nuestro procesador de textos, pero de serie no viene incorporado. Este mundo de lo virtual ha conseguido lo que Comte no pudo hacer: imponer su calendario civil a todos los usuarios de Google. Cada vez que lo abrimos recibimos con alborozo la noticia de que tal día como hoy hace 300 años se inventó el dobladillo del pantalón. Lo que antes eran las efemérides de una sección de la prensa, se ha vuelto el motivo fundamental de la página de internet más consultada del mundo, un calendario en el que ya no cabe Santa Lucía. Y san Robustiano ya ni te cuento. Un recuerdo de que la proctología tiene un espacio que a la protología le cuesta encontrar.

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26
Oct
2016
Hola, Salman Rushdie... hola don José
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Ayer me encontré con Salman Rushdie. Estaba yo parado en un semáforo esperando para cruzar y miré a mi derecha a ver si venía algún coche. Allí estaba, Salman Rushdie con una gorra de béisbol, no muy allá, y una bolsa de la compra. ¿Salman Rushdie vagabundeando por la calle? ¿Sin escolta? ¿Sin compañía? Naaaa, qué va a ser él. Miré al frente, pero no pude reprimirme y volví a echar la vista a la derecha. Salman Rushdie me miró, prueba, pensé yo, de que se había dado cuenta de que lo había reconocido. Ahí acabó nuestra relación, de cinco segundos. Crucé y el se fue en otra dirección. Tal como cuento la historia, está claro que era Salman Rushdie. Si la hubiese contado de otra manera, lo claro sería que había visto por la calle a un tipo que me recordó a Salman Rushdie. ¿Lo era o no lo era? ¿Importa? ¿Puedo tener la certeza de que le vi o de que vi a un a un sosias? Sin duda. Si alguien me echase una mano para averiguar si está en este momento en esta ciudad, si salió a pasear solo ese día, si fue precisamente por esas calles, y si me miró al saberse reconocido o porque quería cruzar. Todos son hechos comprobables empíricamente, con mayor o menor dificultad, trabajo y tiempo. Hacen falta contactos y llegar en último término a Salman Rushdie y, si se acuerda, que nos diga. No hay duda de que podría llegar a una respuesta segura y firme, a una certeza… que no me importa en absoluto. No toda certeza es necesaria. Toda verdad, sin embargo, sí lo es.

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23
Oct
2016
Internet nos lo dio...
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Sigo con bastante interés el desarrollo de los prolegómenos de las elecciones de Estados Unidos. He visto los debates, leo algo de lo que dice la prensa y pregunto a la gente qué piensa del asunto. De momento, lo que está claro es que la verdad no parece haber aparecido por la escena todavía. En todo momento  de este recorrido, los candidatos y partidarios tienen claro que se trata de ganar una discusión y, si uno quiere ganar un debate, la palabra clave es "ganar. Lo demás es prescindible. Pero eso es tan viejo como el sol, así que no creo que sorprenda a nadie.
De entre las cosas interesantísimas de todo este asunto, una de ellas, si no la más, es el caso de Kenneth Bone, un señor completamente desconocido para todo el mundo hasta entonces, pero que internet elevó a la categoría de héroe americano simplemente porque sí y por llevar un jersey rojo. Un señor normal, buena gente, que la voracidad de la red consagró y a los dos días destruyó. No sé si las razones son importantes (ciertos comentarios en las redes sociales, el afán de hacer algo de negocio con su recién adquirida fama, cvisto casi como una nueva forma de simonía…), porque estaba claro que era un producto envasado al vacío para ser vendido rápido y desechado más rápido aún. En nuestro ámbito siempre tenemos la preocupación de no llegar mediante las redes a tanta gente como pensamos que deberíamos llegar. Quizá es que tampoco seamos de ese mundo que se mide por números y clics...
 

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17
Oct
2016
El asombro del que no se sale
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En una de esas lecturas que a uno le vienen a las manos, me encuentro con el texto de un filósofo que habla del asombro como una de las reacciones humanas básicas, que vinculan la respuesta estética con la experiencia religiosa y que, incluso da origen a la investigación científica. Entre sus citas para justificar el asunto aparece Adam Smith, Descartes y, oh, sorpresa, Richard Dawkins, que “ha señalado el asombro como el manantial del que nace la investigación científica”. Pero eso lo dijo hace dos mil años Aristóteles, casi en esos mismos términos. No es que eso sea un problema en cuanto tal, pero sí lo es que haya una cierta tradición filosófica que no reconozca sus orígenes más allá del siglo XVII (y cuanto más cerca de uno mejor, bien pegaditos a las carnes) lo que, en cierto modo, implica que el pensamiento propiamente tal no empezó antes o, en todo caso, que esas cavilaciones no pueden considerarse más que un prenotando para el pensamiento hecho y derecho. El asunto es que con ese pensamiento “impuro” van muchas más cosas que fueron pensadas mediante él, de modo que los pensadores de hoy en día a veces descubren mediterráneos sin ínsulas ni peces, solo con agua destilada de la que se ha eliminado toda su sustancia.

Mientras se conduce es sensato mirar hacia delante, pero conviene echar un vistazo al retrovisor, a los lados, a las esquinas del coche, no sea que se nos despiste alguna señal o la atracción que íbamos buscando.

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14
Oct
2016
Un mingitorio reflexivo
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No, no están esperando para entrar al baño. O al menos no por las razones por las que estamos acostumbrados a esperar.
En el museo Guggenheim, de Nueva York, la obra estrella de la temporada es el váter de oro de Maurizio Cattelan, que lleva por título “America”. El artista ha sustituido uno de los váteres normales del museo por uno de oro al que solo pueden acceder, según se nos dice en la página web, un 1%, porque es un váter normal, aunque sea de oro, y en él se hace lo que se hace en los váteres, cosa que suele llevar su tiempo. No es una obra destinada a ser contemplada, sino a tener “una intimidad sin precedentes con la obra de arte”… y muchas más cosas que pueden glosarla.

 

 

 


No me interesa la obra en sí, sino la experiencia artística. Para entrar a ver/usar el baño se forman unas colas casi kilométricas… y eso que, más o menos a los 10 metros del comienzo, un cartel advierte de que el tiempo de espera es de unas ¡2 horas! No solo es la espera, sino que no olvidemos que se trata de un váter, ubicado en un servicio pequeño, sin ventilación… Y el que va detrás ya sabe que lo que le espera no va a ser precisamente odorífero… y ojalá solo sea eso. Cada vez que alguien sale, miles de ojos se fijan en la persona que abandona el santuario, clavados en el privilegiado que ha tenido acceso a lo que a las masas les ha sido vedado (hay más inodoros de loza en el museo, pero no son ese). Es una ocasión única de usar una obra de arte… Cuántas cosas y cuántas penalidades pasa uno por amor al arte.
En fin. A mí me ha dado mucho que pensar. Sobre todo por cómo los asiduos a los museos se han vuelto peregrinos de un mundo en el que se busca desesperadamente un sentido y una suerte de salvación secular, al tiempo que se miran con una cierta condescendencia, cuando no con abierto desdén, las prácticas religiosas. Sobre esto hay mucho que decir, y en ello estoy... Cuando, próximamente, la intelligentsia, como es ritual, critique el belén navideño por razones religiosas, imaginaré que algunos de ellos harán o harían encantados cola en el mingitorio del Guggenheim.

 

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12
Oct
2016
Defíneme a Dios
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Hoy, en una clase en la que se discutían cuestiones relativas a las definiciones, me han pedido que diese una definición de Dios. Lo primero que se me ocurrió fue: no sé. Vamos. Hombre, me dijo la profesora y amiga, bromeando: si no lo sabes tú no lo sabe nadie. Me tiene por un teólogo profundo, se ve. Qué equivocada está (aquí vendría un emoticono de una carita sonriendo). En fin, ante sus insistencia di una definición sencilla, pero potente (aunque sujeta a contraejemplos, como todas), que sirvió para salir del paso. La misma pregunta, no obstante, me hizo pensar en que una definición sirve para orientarse, pero nunca para asirse a ella, porque salvo en aquellas cosas que hemos creado nosotros y que definimos de antemano (como un avión o una tostadora), al definir lo real que no hemos hecho nosotros nos acabamos embarrando. Parece, por otra parte, que un Dios que se deja atrapar en una definición precisa queda en parte negado. En fin, que le estuve dando vueltas al asunto después, para celebrar el día de la Hispanidad, que, quiérase o no, tanto tiene que ver con el asunto. Feliz día.

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27
Sep
2016
Rezar en los mundos
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Me acabo de encontrar con una señora a la que conozco desde hace mucho tiempo… Seguramente más de 20 años. Tras el saludo protocolario del “qué tal”, ella, en vez del protocolario "bien", me ha contado, concisamente y sin caer en detalles, que una afección la había tenido cuatro días postrada en la UCI. Y concluyó, cuando nos despedíamos: “si me voy, ya sabes que tenéis que pedir por mí”. Me quedé pensando en lo raro que se ha vuelto encontrarse con una persona que habita gustosa en ese mundo en que lo trascendente no se ha convertido en un tabú, sino en una parte más, esencial, de la vida. Es verdad que lo políticamente correcto es no hacer mención de ello, por temor a herir las sensibilidades de quien no cree. Pero no es menos cierto que también sería poco políticamente correcto hacer que quien tiene unas determinadas convicciones y experiencias no pueda vivir en ellas. Tengo una amiga completamente “secular” (así se define ella) a la que el mundo religioso le fascina y le parece, al mismo tiempo, increíble e impracticable. No hace mucho pasó por un trance duro y complejo y, como hay confianza para trascender la corrección política, le dije que rezaría por ella. Como es lo bastante sensata para creer que mal no le va a hacer (no todo el mundo es de esta opinión tan incontestable: si no hace bien, tampoco hará mal, aunque hurgando se puede llegar a una interpretación aviesa, que aviesa es), en eso hemos quedado y en eso estamos. Compartir también es compartir los mundos en los que uno habita.

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