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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
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27
Dic
2017
Y de nuevo, ¡qué bello es vivir! (a pesar de todo)
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bedford

El ritual navideño, en mi caso, incluye varias cosas. Una de ellas es, como seguro que he dicho en alguna otra ocasión, ver “¡Qué bello es vivir”, la maravillosa película de Frank Capra, que es perfecta, se la mire por donde se la mire. Los programadores de televisión, que seguramente no la han visto, la ponen una y otra vez en navidades, y nunca en agosto, cosa que no acabo de comprender. Alguien me dirá: es que lo que relata la película tiene lugar el día de navidad. Es una razón tan buena como cualquier otra, pero no creo que vaya muy lejos. Estos operarios conocen el argumento y saben que la película destila buenos sentimientos, y ya que la navidad televisiva ha perdido cualquier esencia que no sea esta amorfa atmósfera de buenos deseos, nos regalan una dosis embotellada de esas emociones que se supone que son las que tenemos que tener ahora.

La película tiene bien poco que ver con eso. Es todo lo contrario del sentimentalismo cutre e infumable. Es una crítica a muchas cosas: a las estructuras económicas injustas, al narcisismo incurable (también de nuestra época de “selfies”), a la pérdida de las estructuras comunitarias que fundamentan la vida del hombre, al vivir inconsciente del impacto que cada quien tiene en la vida de los otros etc., etc. Este año me fijé en un detalle: Geoge Bailey tiene en su oficina una foto de su padre, que encarna el otro del que procedemos, al que debemos fidelidad y que constituye lo que somos; el malvado señor Potter tiene una foto de sí mismo, que encarna el solus ipse del yo, mí, me conmigo y nada más... El selfie de toda la vida...

Sobre esta película se han escrito muchas críticas y reflexiones, muy agudas algunas, totalmente defectuosas otras, sobre todo las de aquellos que hablan de oídas y asumen que George Bailey encarna ese sentimentalismo barato. Para mí esta película es la piedra a la que pegar patadas para ver la validez a una teoría, como hizo Samuel Johnson para refutar el idealismo de Berkeley. Cuando leo un comentario o argumento sobre esta película que se queda en la superficie supuestamente edulcorada de esta obra, en mi opinión se abre una brecha en la teoría de la que forma parte tal comentario. Me parece que, sin comprender “de qué va” realmente esta obra maestra, cuando un discurso la incluye como prueba, si la maltrata, el discurso es erróneo. Y así, una navidad tras otra, sigo tratando de asimilar que la historia de cada quien es absolutamente insustituible, porque él es también condición de posibilidad de la historia de muchos otros. Esta es una noticia intempestiva en esta época de la total sustituibilidad de todo, personas incluidas. Tan intempestiva como el Belén, que también ha devenido sentimentalismo televisivo. Apague la tele estos días. Enciéndala solo para ver a los insustituibles James Stewart y Donna Reed, las personas más ricas de Bedford Falls. Feliz navidad y que 2018 sea mejor.

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26
Nov
2017
Una historia verdadera
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robo

Hace poco más de un año, el maestro de novicios de una provincia de la Orden dominicana, acompañado de sus 8 novicios, salía de viaje a un evento conmemorativo. A los pocos minutos un coche se les cruzaba para obligarlos a detenerse. Fuertemente armados, unos cuantos hombres obligaron al fraile que conducía la furgoneta a salir de la carretera e internarse en lo profundo de los campos más o menos deshabitados que circundaban la carretera principal, cada vez más, hasta que todo rastro de civilización no fue más que un recuerdo. Las cosas no pintaban bien, porque el tono de los captores no era precisamente amable, sino más bien todo lo contrario. “Hagan todo lo que les digan”, les dijo el Maestro, que estaba convencido de que los iban a matar para llevarse la furgoneta y cuatro bobadas más. Así de crudo. El cielo estaba despejado, si acaso una nube en lo alto, pero deshilachada, monda y lironda. Y el Maestro estaba seguro de que iba a ser la última vez que vería ese paisaje, y cualquier otro, en realidad. De hecho, aunque él no lo vio, los novicios sí vieron que detrás de él uno de los secuestradores amartillaba un arma, mientras el jefe del grupo hablaba por teléfono con otro que debía mandar más que él.

Los obligaron a sentarse. Alguien tuvo la luminosa idea de rezar el rosario. Total, mientras los otros estaban a lo suyo, era un momento tan bueno como cualquier otro. “No te lo creerás”, me decía el Maestro. “Te dije que el cielo estaba casi totalmente despejado, como el que vemos ahora. Pues se puso a llover”. Que era totalmente inesperado lo manifiesta la reacción del jefe de los ladrones, que dijo algo así como: “Esto no me gusta. Yo no me quiero meter con Dios”. Y empezó a preguntarles quiénes eran y, aunque no acabó de saber qué era exactamente un fraile, les dijo que se sentasen y agachasen la cabeza y hasta que no pasase un cierto tiempo, no se moviesen. Y allá los dejó.

Pasado el rato, los frailes, que no se fiaban demasiado, empezaron a moverse. Uno de los novicios tuvo la idea de ponerse el hábito que llevaban en las mochilas, ya que, si venían mal dadas, y los acribillaban, que era lo que esperaban, al menos podrían reconocerlos. Y así lo hicieron. Y caminaron largo tiempo por veredas, hasta que llegaron a la carretera. Los conductores los saludaban festivamente, pensando quizá que iban de peregrinación. Llegaron a un teléfono y pudieron llamar a otro fraile para que fuese a recogerlos.

Todo esto sucedió en tres horas, un día festivo en que nadie espera que su vida va a cambiar para siempre. Porque una experiencia así no deja a nadie igual. Ni siquiera al ladrón ese. Me alegro de no haberlo conocido, pero, por lo que veo, quedaba en él un poso de esa luz que permite leer los signos como signos. “Si en vez de un iletrado os hubiese secuestrado un catedrático de filosofía”, le decía yo al Maestro, “no tengas la menor duda de que te hubiese descerrajado un tiro en la nuca sin problema alguno”. No todos ven la mano de Dios en esos signos, y menos en la naturaleza, que o bien se desacraliza por completo y se reduce a una cantera, o bien se diviniza y se la escribe con mayúsculas. A veces son los más alejados los que nos sorprenden con esa intuición profundamente religiosa que sabe leer lo que Dios quiere decir.

Un detalle más. Los secuestradores les pidieron los teléfonos móviles. Los novicios no tenían. El Maestro, sí, pero prefirió no dárselo para evitar un chantaje o sabe Dios qué. A pesar de que los estaban esperando en otro lugar y no llegaban, el teléfono no sonó. Extrañamente no sonó. Ya sé que hay explicaciones "naturales" para todo esto. Pero ninguna de ellas es la buena. Créanme.

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27
Sep
2017
Sin ley todo es oscuridad
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delitos

“La ley, Judah. Sin ley todo es oscuridad”, Así le dice el rabino Ben al oftalmólogo Judah en una conversación imaginaria en duermevela, cuando este planea un asesinato. Se trata de la película Delitos y faltas, de Woody Allen, en la que se describe la moralidad flaca y la falta de seriedad de las estructuras en el mundo postmoderno en el que vivimos, que imposibilitan cualquier apelación a la tragedia, a diferencia del mundo decimonónico, marcado por la convicción dostoievskiana de que crimen y castigo van de la mano. Ben se refiere, cómo no, a la ley de Dios, la ley eterna, pero en el fondo está hablando de toda ley, como una realidad que marca un límite a nuestras voluntades individuales o colectivas. Todo esto es lo que está en juego en los debates del independentismo y demás, una revisión a golpe de twitter de la célebre polémica medieval entre los realistas y los nominalistas, entre los que pensaban que incluso Dios tenía límites (no podía hacer aquello que no entraba en la categoría de ser posible, como el célebre círculo cuadrado) y los que pensaban que la omnipotencia de Dios no toleraba límite alguno. La voluntad de Dios es omnímoda. Si esto lo traducimos a la voluntad individual, tenemos parte de la filosofía moderna. Si se configura como la voluntad de un pueblo, tenemos a los filósofos alemanes del siglo XIX, que están en la base de las mayores catástrofes del siglo XIX.

Hoy es fácil encontrarse con cualquier equiparación de la violencia al medievo. Es gratuita, no porque el medievo no fuese violento, sino porque cualquier época de la historia lo es. Seguimos siendo medievales, en realidad, porque discutimos las mismas cosas que entonces. Dios como tal juega un papel marginal en el discurso, pero nos hemos apropiado de sus atributos, de sus modos, de sus propiedades y hemos creado engendros que, a diferencia de Dios, no son más misericordiosos que justos. En realidad, como se ha visto con ese acto político bien conocido de ponerse por encima de las leyes de modo totalitario, la justicia no es lo que más importa. Supongo que los curas que han firmado este manifiesto pro-independencia, aun cuando se hayan dejado llevar por sus sentimientos (Platón ya advertía que una República montada sobre sentimientos era una contradicción en los términos), serán conscientes del diosecillo terrible que contribuyen a crear. Porque algo de formación escolástica tendrán, supongo. Tomás de Aquino, que no era nada nominalista, tuvo que hilar bien fino para poner sobre el papel sus intuiciones. Lo hacía con argumentos a favor y en contra. Esa es la esencia del diálogo. Y las consignas de pancartas y pasquines no son diálogo, sino todo lo contrario, sea lo eso lo que fuere.

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6
Sep
2017
Católicos y/o depilados
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roca

Hace pocos días se celebró en Bolonia un congreso de traductores que tuvo por tema a los dominicos. En él se disertó sobre las traducciones elaboradas por los domincos ya desde los primeros tiempos de la Orden, cuando se metieron a fondo con el árabe y hebreo, y, posteriormente, con las lenguas de los nativos americanos y los idiomas del extremo Oriente. También se habló sobre las traducciones de obras de dominicos y la influencia que tuvieron en la cultura. Es, sin duda, un mundo apasionante en el que salen a la luz nombres desconocidos de frailes que, sin tener el reconocimiento que en justicia merecerían en la academia, hicieron un trabajo ímprobo.

En esas andábamos cuando me encontré con dos ejemplos de traducción que me dieron que pensar. Se trata de subtítulos de cine. El primer caso es una comedia que trata sobre un agente encubierto de la CIA, protagonizada por un actor enorme (de tamaño; no es precisamente el Brujo). La estaba viendo en el autobús, y como la tecnología aquel día no funcionaba como se esperaba de ella, no quedaba más opción que verla en español con subtítulos en inglés. En un determinado momento una muchacha queda prendada del susodicho y entre suspiros, dice: “Por favor, que sea católico” (en la versión original inglesa). La traducción del subtítulo fue: “Por favor, que esté depilado”. Así, tal cual. El siguiente ejemplo es otra película de una especie de gigoló venido a menos que trata de ganarse el sustento. Entre otras cosas tiene que “entrenar” a su sobrino para que no permanezca virgen para siempre. El sobrino lo pregunta, ¿qué es Virgen? Versión española (en este caso el subtítulo): “la mamá del Niño Dios”. Versión inglesa: “una línea aérea”. La traducción, supuestamente, presupone un público ideal que se supone que entenderá mejor ciertas imágenes, símiles, gracietas. A veces, prestar atención a la traducción hace posible que veamos cuál es la imagen general de una determinada época o cultura a los ojos de los que tienen el enorme poder de los medios de comunicación de masas. En el mundo hispanoparlante, parece ser que ya no es un rasgo deseable ser católico; sí lo es, en cambio, estar depilado. Acaso haya que tomar eso en cuenta cuando nos dirigimos a él. 

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27
Jun
2017
El vuelo y la plegaria
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avion

He visto en las noticias que un piloto, ante una situación que se preveía complicada, pidió a los viajeros que rezasen lo que supieran. Supongo que la mayoría de los medios da esta noticia por lo poco habitual que es (hombre muerde perro). No faltarán quienes pongan a caldo al piloto por haber permitido que sus convicciones religiosas invadiesen un espacio secular y no dudo de que habrá quienes se hayan sentido ofendidos, aunque no fuesen en ese avión. Maiora videbitis. Yo agradezco al piloto que me haya recordado que, en ocasiones, la realidad está por encima de las propias posibilidades y poderes y que en la propia mano está hacer lo que se debe y se puede hacer. No más. Si el buen hombre hubiese salido de la cabina, se hubiese sentado en un asiento entre los pasajeros y hubiese dicho: esto es demasiado. Que lo arregle Dios, que es cosa suya… la cosa habría sido distinta. Pero no, agarró los controles y dijo: échenme un cable desde ahí. ¿Y qué se puede hacer desde el asiento de turista?

Hace años, en un viaje en avión, el aparato, de la edad de Matusalén, se metió en una tormenta de granizo y empezó a menearse como la barca de San Pedro el día que gritó aquello de “sálvanos, señor, que nos hundimos”. El piloto trataba de sacar el aparato de aquella lavadora atmosférica. Los motores iban a reventar y el gradiente de ascenso indicaba que el hombre tiraba de los mandos con fuerza. El ruido del granizo golpeando la estructura del cacharro imponía respeto. En el vuelo íbamos varios lectores de filosofía, puesto que nos dirigíamos a un congreso. De entre todos, el grupo más numeroso eran los nietzscheanos, que cuando la cosa se puso complicada se pusieron a chillar como alma que lleva el diablo. El resto supongo que callaba o rezaba. Me faltó tiempo, superado el percance, para acercarme a mis colegas y preguntarles dónde había quedado el “amor fati” que predica Nietzsche. No sé si las plegarías silenciosas ayudarían (sé que sí; el “sé” aquel se refiere a conocimiento empíricamente verificable, que no es todo el conocimiento), pero era todo lo que se podía hacer entonces. También gritar, claro, y tirar todas las poses filosóficas por la ventana en cuestión de segundos. Pero el episodio del piloto rezador me ha hecho recordar que lo religioso es ante todo una dimensión que se lleva puesta, y uno no se la quita cuando sube al avión.

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24
Jun
2017
El superhombre no te lleva las bolsas de la compra
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uerbermensch

Me crucé con una señora que llevaba un par de bolsas de la compra, en apariencia pesadas. Con el calor que hacía, la mujer parecía agotada y, en un momento dado, apoyó las bolsas en el suelo, con gesto de cansancio. Enfrente de ella estaba otra mujer, sentada en el escalón de acceso a un portal, resguardada del sol, que, con acento del Este, le preguntó: “¿no tiene hijos que le hagan la compra?” No sé cuál hubiese sido la conversación que yo hubiese mantenido con la señora, de haberse dado el caso. Quizá le hubiese preguntado si necesitaba ayuda, si se encontraba bien, o a lo mejor hubiese mencionado el tórrido día que nos había tocado en suerte y eso hubiese sido todo. Pero la mujer del portal, probablemente desde su propia vivencia, le preguntó por su familia, y, en el fondo, por el tipo de sociedad en la que habitamos. Hasta no hace mucho, la idea de que la familia es un espacio en el que unos cuidan de otros de maneras diferentes en los diversos estadios de la vida era algo casi sacro para nuestra mentalidad. Ahora parece que eso pertenece a nuestro pasado y que lo que prima es la autonomía del individuo, sin vínculos que coarten su voluntad, porque toda atadura, en el fondo, es una trampa para ese sujeto que se supone autónomo, aunque sea imposible vivir sin ellas (véase la película “Azul” de Kieslowski). No sé si el superhombre nietzscheano es este tipo que no ayuda a su madre, o más bien estamos viviendo la época del “último hombre”. En todo caso, en unas bolsas de la compra conviven tantos mundos que da vértigo pensarlo.

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30
May
2017
Esos momentos
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clase

En la vida, todos encontramos momentos que están preñados de un sentido que podemos reconocer, aunque no lo sepamos decir. Los hay a cientos, y nos asaltan en múltiples ocasiones, a veces muy cotidianas. Hay quien dirá, sin duda, que, si no se pueden poner en palabras, no son reales. No es cierto. No todo lo que se vive se puede poner en palabras. En ocasiones, se balbucea. En otras, ni siquiera se puede articular un sonido. Ya Tomás de Aquino, el teólogo supremo, el poeta magnífico, tras su célebre revelación, dejó la pluma y no dijo “hasta aquí hemos llegado”, sino aquello tan impactante de “todo lo que he escrito me parece paja”. Con él están muchos otros pensadores que han jugado con el lenguaje mientras vivían algo a lo que no podían dar voz. Escribían cientos de páginas, después de decir que la realidad, la verdad, la vida… se escapan de todo intento verbal de atraparlo. George (o Jorge) Santayana escribió, en su obra El sentido de la belleza, que, de todas las cosas, la belleza es la que menos requiere de explicación. Y acto seguido elaboró trescientas páginas de disquisiciones sobre eso que no necesita ser explicado. Al final acaba balbuceando en un espacio que recuerda las descripciones escatológicas tradicionales. Se atribuye a Isadora Duncan aquello de “si pudiera decirlo, no tendría que bailarlo”. Pues bien, el filósofo británico Roger Scruton, en este artículo, subraya que "quien vaya por la vida con una mente y un corazón abiertos encontrará estos momentos de revelación, momentos que están saturados de significado, pero cuyo significado no puede ponerse en palabras. Estos momentos nos son preciosos". Ojalá no se me escapen. 

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24
May
2017
Lo que se vende es el cartel
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cartel

Sin haberla buscado, me he encontrado con una frase brillante de S. Kierkegaard: “A menudo las sentencias de los filósofos sobre la realidad son tan engañosas como la lectura del cartel en el anticuario: «Aquí se plancha». Uno lleva su ropa y se da cuenta de su error: lo que se vende es el cartel”. Esa misma sensación la tengo con filósofos, escritores, articulistas, gente que escribe blogs, quien sube sus cosas a facebook, quien pía (que eso significa tweet), las personas que van hablando a gritos por la calle…. En todos los casos parece que unos y otros tratan de que se los oiga, en un mundo de voces desaforadas donde cada vez es más difícil hacerse escuchar. Quizá se deba esta vorágine palabrera a la convicción de que las voces, en el fondo, no son nada (porque hace mucho que desconfiamos de la palabra como referida a algo real, y de eso tienen mucha culpa también los filósofos). En esa logomaquia que nunca puede detenerse, porque no hay punto de detención posible, no hay nada “real” que dé sustento y soporte a la palabra (qué útil sería volver a recuperar la intuición de Tomás de Aquino y de otros de que las palabras siempre están por las cosas), hemos optado por vendernos a nosotros mismos, el cartel en el que se dicen ciertas cosas. Y así, nos convertimos en cadena de transmisión de lo que se lleva, lo que se hace, lo que toca. Lo que se vende es el cartel, en el que puede escribirse lo que se quiera (el Rosario y Harry Potter en la misma línea, no importa). Lo que se vende es aquello sobre lo que se escriben los mensajes y los eslóganes. Es un estilo de vida. En el fondo los vendidos somos nosotros.

 

 

 

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9
Mar
2017
Santo Tomás, el imam y los que quedan
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Parking

“Hay que amar más al padre que a la madre porque él es el principio activo de la procreación mientras que la madre es el pasivo. ¿Quién ha dicho esta frase?” Así empezaba una sesión de una campaña de sensibilización de los adolescentes. La noticia continúa: “Tras una intensa discusión, la instructora desvela que la consigna no ha sido pronunciada por un imam radical, como muchos sospechaban, sino por santo Tomás de Aquino, uno de los teólogos más influyentes de la Iglesia católica.” En efecto, esta en la Summa Theol. II-II, q.26, a.10. Pero supongo que a los muchachos les habrán contextualizado esa frase con las referencias  Aristóteles que hace el Aquinate al explicar cómo se generan los seres humanos (es decir, les habrán proporcionado el contexto relativo a qué se aceptaba comúnmente en la época acerca del proceso generativo), aludiendo al hecho de que ese artículo sigue a otro en el que se acaba de decir que se debe amar más al padre que al hijo y que va seguido por otra en la que se discute si el hombre debe amar más a los padres que a la esposa. Todos ellos están dirigidos por la idea de que se debe amar más a quien o a lo que se considera principio, una tesis filosófica de la que siguen esas respuestas. Pero una vez que el pensamiento ha hollado otras veredas, no tiene sentido discutir esa cuestión. No es ya una cuestión filosófica. No tenemos los mimbres que nos obligaban o al menos nos permitían hacerla, porque nuestro marco “científico” ya no es el aristotélico. Hace ocho siglos la gente se hacía esas preguntas filosóficas y se daba esas respuestas. Por eso, entre el supuesto imam radical y Tomás de Aquino hay esa distancia histórica de 800 años, que es un factor que hay que meter también en la ecuación, para no plantearla mal. Si no, nos sale una traducción (que es lo que hacemos al interpretar) como la de la foto.

Cuando se plantea esta cuestión así, como un falso dilema en el que solo caben dos respuestas, bien el imam radical, bien el santo, se está separando implícitamente el espacio de lo religioso (en el que caben esas respuestas) de otro, no religioso, en el que parece que no se dan. ¿Por qué citan aquí al imam radical y concluyen en el santo? De manera sutil se señala que el espacio religioso es terreno abonado para eso. La táctica está siempre en sacar lo religioso de la cultura, como un cuerpo extraño que hay que extirpar. No, no es así. Lo religioso es tan parte de la cultura como cualquier otro elemento. Lo que hay que pensar es la cultura en su totalidad.

“Una mujer que tenga la cabeza llena de griego, como la Sra. Dacier, o que mantenga discusiones profundas sobre mecánica, como la marquesa de Chastelet, únicamente puede en todo caso tener además barba, pues éste sería tal vez el semblante para expresar más ostensiblemente el pensamiento profundo para el que ellas se promocionan”. ¿Un imam radical o Santo Tomás de Aquino? En realidad, Kant. Pero con el tu quoque no solo no se llega a la verdad, sino que no se va a ningún lado, salvo a una comisión parlamentaria de investigación de los saqueos. Y así estamos. En el siglo XXI ya no hacemos esas preguntas. Ni creemos que barba y pensamiento van de la mano. 

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1
Mar
2017
El pantocrátor de los exoplanetas
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pantocrator

En uno de esos suplementos de cualquier día viene una entrevista a un científico que se dedica a “cazar planetas”, es decir, a encontrar planetas fuera de nuestro sistema solar. Cómo no, el entrevistador le lanza el capote de este modo: “resulta curioso que la religión, que busca dar sentido a las cosas, reciba mucho más soporte en nuestro país que la ciencia, que trata de lo útil para el día a día”. No sé si la ciencia trata de eso. Tampoco si la religión de aquello. Pero es un capote que muchos hubieran deseado tener delante para salir de los toriles. Este hombre responde con mucha sensatez: “La religión y la ciencia responden ambos a cuestiones fundamentales…” Y termina su entrevista: “si solo queremos subsistir, llegar a viejos y morirnos, pues mal vamos. Es en la ciencia, en el arte, en la religión y en la cultura donde está la gracia”. La respuesta no puede ser más clara. Hay muchas “estancias” para la gracia (en las que “está la gracia”) por mucho que nos empeñemos en encapsularla en una. Los nuevos planetas pueden medirse y pesarse. Puede soñarse con ir a ellos. Y puede verse en ellos la maravilla de lo divino, que nos soprende una y otra vez como verdadero pantocrátor.

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