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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
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9
Mar
2023
El duelo del pródigo
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Colorado

Si es que el cine está lleno de confianza, perdón y demás virtudes cristianas. En la esplendida “Duelo en la alta sierra” se nos narra la historia de tres hombres y una mujer que tienen que llevar un cargamento de oro al banco desde una mina. Dos de los contratados para esa tarea son amigos desde antaño, pero uno de ellos se vuelve codicioso y decide robar el dinero. Tras muchos enfados, acusaciones y demás llega el tiroteo con los verdaderos bandidos, que no quieren el dinero, sino llevarse a la mujer, y ahí es donde reaparece el amigo, ladrón en grado de tentativa, que había huido y que, en los últimos instantes de su colega, le dice: “no te preocupes por nada. Me haré cargo de todo como tú harías”, es decir, llevaré el dinero al banco. Y el moribundo le responde: “Sé que lo harás. Siempre lo supe. Tú solo te olvidaste durante un rato”. He aquí otra versión de la parábola del hijo pródigo, que tiene que ver con cómo se conceptúa el “tiempo” en el que uno vive. Lo habitual es que consideremos que una ofensa supone una ruptura sin fin. El tiempo futuro se concibe como un tiempo en el que el ofensor ya no está presente o, si acaso, lo está como memoria dolida y herida siempre abierta. Pero el padre del hijo pródigo es el que mantiene el tiempo abierto, posibilitando la vuelta en cualquier momento, que al fin y al cabo es de lo que se trata en esa espera mesiánica: el Mesías puede volver en cualquier instante, como el hijo pródigo o el amigo traicionero, que solo se olvidó durante un momento de en qué consistía la amistad.

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27
Feb
2023
Esto es basura
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S Judas

No hace mucho me encontré en una especie de sótano una caja de folletos devocionales dedicados a San Judas Tadeo, del estilo de los marianos que tenemos por aquí en Montesclaros, la Peña de Francia, etc. Mientras comía algo, me puse a hojear uno. Como es habitual, están llenos de relatos edificantes y de gracias recibidas por milagros de gran o de pequeño calado, lo cual es siempre tan relativo… La curación de una enfermedad grave es un milagro de los gordos, pero para quien está desesperado porque su hijo no estudia y, tras la oración a San Judas Tadeo, resulta que se aplica y hasta se vuelve “una persona de provecho”, no hay duda de el santo ha obrado un milagro de categoría. Supongo que solo quien tiene un hijo en situación conflictiva tiene los ojos abiertos para percibir esa sutileza.

Es evidente que vivimos desde hace mucho en un mundo que, en general, desdeña todo este tipo de cosas, aunque luego se deja enredar en brujerías varias. Los mismos teólogos se han abonado a aquella famosa “desmitologización” –que ha tirado por el desagüe el agua, el niño, la bañera y a la abuela que pasaba por allí– y algunos incluso se enfadan si alguien defiende la oración de petición, que ya son ganas de enfadarse a lo tonto y sin razón. Pero en fin, de la mano de este nuevo espíritu liberal va la idea de que creer en el milagro en el mejor de los casos es una superstición medio tonta y en el peor una irresponsabilidad.

Encima de los folletos, en la caja, había un papel que decía: “Esto es basura”. Literalmente se refería a que los folletos estaban ahí para ir al cubo de reciclaje. Habrían sobrado de una impresión muy grande, quizá se habían olvidado de enviarlos o la gente no los había recogido. Quién sabe. Pero ese textillo me dio que pensar. Los que no son partidarios de contar las gracias recibidas, ni de pedirlas, consideran que, efectivamente, todo ese mundillo del milagro grande o pequeño no es más que eso, basura conceptual. El mismo Hume o Puente Ojea podrían haber puesto ese papelorio en esa caja y haberse ido hinchando pecho. Y así llevamos algunos siglos diciéndole a Dios lo que tiene y lo que no tiene que hacer. Porque la crítica fundamental a los milagros, tan expansiva en la Ilustración, y que ya es parte de ese humus del que hablamos, es que no se dan porque no se pueden dar, lo cual es una pescadilla que se muerde la cola de manera pasmosa. Todas las demás críticas a los milagros dependen de esta afirmación fundamental, de muchas raíces y con muchas ramas: no se dan porque no se pueden dar.

¿Quién soy yo para... que decía el Papa? ¿Acaso conozco toda la realidad y puedo tener todas las experiencias posibles? No hay nada de malo en poner una vela, por mucho que los filósofos empelucados le miren a uno de reojo.

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23
Feb
2023
Dos hombres y el destino de Wittgenstein
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destino

En la soberbia película “Dos hombres y un destino”, los dos proscritos van huyendo. En un momento dado Paul Newman le dice a Robert Redford: “Ya no pueden seguirnos”. Este le responde: “¿de veras lo crees?” E inspiradamente Paul le contesta: “Lo creo si tú lo crees”. Lo creo si tú lo crees. No “lo creo porque tú lo crees”, que también podría ser una magnífica prueba de confianza causal, aunque esta va a exigir las razones de por qué lo cree. No, se trata de pura confianza en la persona en el contexto de esa comunidad de dos que forman esta pareja forajidos. La fe tiene mucho de eso. La frase de la película me recordó aquel precioso texto del libro de Rut que tanto se lee en las bodas: “No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. Si tú lo crees, yo lo creo, porque me fío de tu juicio, de cómo vives y de lo que relatas. Paul no se abandona a la opinión de Robert, sino a la certeza que le ofrece el que ha sido su compañero de camino, de fatigas y de holganzas. Hasta el Aquinate insiste en este aspecto comunitario de la fe.

La Tradición (con mayúscula) es la piedra angular sobre la que se apoya ese si de “si tú lo crees”. Nuestra época es la época que reclama fundamentos, hechos indudables, que a la larga siempre se muestran dudosos. Pero también es la época en la que un filósofo, con mucho ingenio, ha dicho que ese afán de justificación y de certezas prístinas no es signo de toda la salud de alma que sería deseable. Le cito: “lo difícil es encontrar el principio. O mejor: es difícil comenzar desde el principio sin intentar retroceder más allá”. Nadie mejor que Wittgenstein para subrayar que hay cosas que solo son posibles si se confía en algo (por múltiples razones diversas en los distintos ámbitos de la vida), si se acepta que el suelo que se ha encontrado es válido para soportar el edificio que se va a construir.

Alguien dirá: pero la película acaba mal. ¿Acaba mal? No la ha visto bien.

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22
Feb
2023
La madre de Stallone
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madre

En una película de Stallone, este, que interpreta a una suerte de policía, se entera de que el malo de turno va a soltar a todos los encarcelados, a los que, como era de esperar, él no les gusta, porque supuestamente él los empapeló a todos. Y Stallone comenta algo así: a estos tipos no les gustan ni sus propias madres. Se trata de una película de los 90. En aquella época se daba por sentado que la relación entre madres e hijos, en ambas direcciones, era un modelo de lo que tenía que ser una relación humana. Es evidente que eso no significa que madres e hijos no nos tiremos o hayamos tirado metafóricamente de los pelos ni que no haya o haya habido hijos y madres desnortados. Pero esa relación, que también en nuestra época pasa por construcción social –ay, la biología–, tiene algo de modélico, de “espejo de príncipes”. O al menos así lo pensaban en los 90. Y así lo piensa google cuando uno busca entre sus fotos una que responda al comando "madre". A la mente me viene otra película de esa época en la que el héroe violenta a una madre heroinómana para que deje su adicción y le regala los oídos con la frase, que se me ha quedado grabada desde entonces, “madre es el nombre que los labios y los corazones de los niños dan a Dios”. Se ve que los 90 estaban dominados por una ideología perversa, a diferencia de la nuestra, en la que accedemos directamente a lo nouménico sin gafas de aumento.

Sin duda estamos asistiendo a un cambio antropológico fundamental. Se ve en las últimas leyes que se han aprobado en España, que ni siquiera habrían sido pensables si no hubiese un humus medianamente propicio. Se ve también en esa recurrencia con que aparecen en la prensa madres de arrepienten de su maternidad, que se quejan de haber tenido hijos, que consideran que su vida ha sido destrozada por esa elección o esa imposición, e invitan a las parejas a no tener descendencia, recurriendo a diversas razones más o menos filosóficas. Supongo que muchas madres de los 90 habrán pensado en más de una ocasión: quién me mandaría meterme en ese fregado de la maternidad. Pero no es lo mismo. Hay un cambio global de esquemas. Hay que seguir a las madres para enterarse de por dónde va la cosa.  

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28
Ene
2023
Personas y más personas
2 comentarios

alien rosa

No deja de ser chocante que algunas personas quieran eliminar el sustantivo “momia” y sustituirlo por la expresión “persona momificada”. Obviamente estamos en presencia de restos humanos. Pero nadie había pensado antes que estuviésemos en presencia de una “persona”. ¿Cuándo deja de ser persona una persona? Parece que nunca. Se transforma, si de lo que se trata es de cuestiones de corrección política. El esqueleto habrá de ser a partir de ahora una “persona osificada”. Es evidente que se debe un respeto a los restos humanos, pero de ahí a otorgarles "personalidad" hay un salto cualitativo.

Lo curioso es que esta categoría que tanto se extiende hasta el futuro no viviente y acaba por incluir especies no humanas, y más allá, se racanea mucho cuando se piensa en el pasado. Por ejemplo, en el debate sobre el aborto uno de los puntos fundamentales de discusión es cuándo estamos en presencia de una persona. Hay muchas más consideraciones, qué duda cabe, en este tema tan discutido, pero la cuestión de la “personeidad” es clave, y fácilmente se descarta con un mohín de disgusto.

A veces parece que las cosas son o no son según las nombremos de un modo u otro y según convenga a unas sensibilidades o a otras. De nominibus non est disputandum,decía Tomás de Aquino, cuya fiesta celebramos hoy. Eran otros tiempos. Hace mucho que olvidamos lo real y lo disolvimos en nombres. Pero el nombre de la rosa no huele.  

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