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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
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27
Dic
2019
Navidad y Transhumanismo
2 comentarios

belén

El otro día, en algún periódico, salía un científico barbado, o más bien barbudo, y muy despeinado, que decía que en veinte años la muerte habría desaparecido. No es nada nuevo tal anuncio. Es parte de ese programa transhumanista que está de moda en nuestra época, ya desde hace bastante tiempo, influido por los éxitos científicos y técnicos y por un pensamiento dedicado a acabar con cualquier resquicio de lo humano en favor de algo diferente. En su entrevista, todas las afirmaciones de este hombre se centraban en “reparar” las células, en revertir ciertos procesos, etc., es decir, en colocar los elementos materiales necesarios para la vida de tal modo que esta pudiese seguir de modo indefinido. Quiso la suerte que un par de días después viniese escuchando en el coche la maravillosa “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”, de Jardiel Poncela, cuya segunda parte, una vez que el científico ha encontrado la pócima de la inmortalidad, pone esta, de modo gráfico, sobre el tapete y nos hace tomar conciencia de que la vida humana, sí, claro que se basa sobre la biología –¿quién negaría eso?– pero ni por asomo se reduce a ella. Los afectos, la familia, las historias que se van tejiendo, las expectativas, el tedio, la desesperación y la esperanza,… quién sabe cuántas cosas constituyen la vida humana que no tienen nada que ver con la reparación celular. Por eso, cuando el cantabrigense promete repararnos los axones o las mitocondrias y con eso hacernos inmortales, las neuronas no hacen más que plantear preguntas.

Desde hace al menos un par de siglos, todos los discursos de trascendencia son inmanentes, es decir, el hombre busca trascenderse en la historia, en ciertos modelos sociales, en lo que sea, pero siempre de tejas abajo. La trascendencia “trascendente”, es decir, la referencia a Dios, parece, al menos por parte de la “intelligentsia” occidental, haber quedado superada. De ahí las llamadas a celebrar solsticios y equinocios adornados con luces reticulares, que, supuestamente, son “hechos neutrales” en los que cualquier ser humano de bien podría concordar. Es una concepción tan empobrecedora de lo humano como entenderlo en términos de células que se reparan. Pero esto daría lugar a un largo tratado… o a su equivalente, una felicitación de Navidad, que es, en efecto, la celebración de cómo lo Trascendente, con mayúscula, ha entrado en la inmanencia de la historia con una promesa y una oferta: pensar la humanidad, de la que Dios se hace parte, en tiempo de su olvido por parte de lo transhumano.

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20
Nov
2019
Lo pseudo
2 comentarios

Siempre me ha llamado la atención cómo algunos filósofos desdeñan las preguntas más puramente filosóficas como pseudo-preguntas, es decir, como frases que tienen la forma de pregunta pero que, en realidad, no lo son, porque no admiten respuesta. Así, al que las hace le acusan de “pseudo-algo” y con un ademán despectivo envían la pregunta al cesto de la ropa sucia. Pero la ropa sucia hay que lavarla, si no acaba gritando desde su canasta. A veces comento este asunto a los alumnos que están despistados estudiando cosas en filosofía que les asemejan a gramáticos, ingenieros lingüísticos o estudiantes de estructuras de conocimiento… para que lo comparen con aquello a lo que piensan sus amigos que dedican su tiempo al entregarse a la filosofía, es decir, reflexiones sobre quiénes somos, a dónde vamos, si tiene sentido la vida, si existe Dios, si tiene sentido obrar de un modo u otro, etc. Estas cuestiones no aparecen más que tangencialmente, si hay suerte.

Una de las preguntas que más suelen despreciarse con un sofisma barato es aquella que inquiere por qué estamos aquí. Siempre hay alguien que dice, en un razonamiento circular, que si la vida no hubiese ocurrido no estaríamos aquí para preguntarnos por ella, por lo que lo que nos parece una enorme casualidad o un milagro, según quien lo interprete, se reduce a algo así como un dato sobre el que no cabe preguntarse. Thomas Nagel, en su obra La mente y el cosmos, señala que no tiene sentido la observación de que si la vida no hubiera ocurrido no estaríamos aquí para preguntarnos por ella. Para él, no se muestra que algo no requiere explicación señalando que es condición de la existencia de uno. “Si pido una explicación del hecho de que el aire esté presurizado al nivel del mar en un avión transcontinental, no es respuesta señalar que si no lo estuviera estaríamos muertos”. Queda el porqué (y el para qué). Sin embargo, esa causa final, formal, ha quedado abandonada en la filosofía y en el pensamiento en general, que solo acepta causas eficientes. Aun así, uno tiene derecho a seguir preguntando y preguntándose y huyendo de aquellos que le dicen que las preguntas más fundamentales son pseudo-preguntas. Cuando lo real queda catalogado como pseudo-real, es lo realmente “pseudo” lo que ocupa su lugar. 

 

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19
Oct
2019
Los arcanos del secreto o "hecho diferencial"
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“La dificultad –afirma Montaigne– es una moneda que emplean los sabios, como los prestidigitadores, para no descubrir la vanidad de su arte, y con la cual la necedad humana se deja engañar fácilmente” (Ensayos, II, 12). O, en otros términos, hay un secreto, algo que alguien conoce, que no se puede revelar más que a los iniciados (pocos) y que sus lacayos ponen en práctica sin saber muy bien de qué se trata. Pero ese secreto es un espacio vacío que configura todo en torno a sí: lo símbólico, lo social, lo económico, etc. Estas tesis son moneda común de los filósofos postmodernos, y no les falta razón. En El péndulo de Foucault, Umberto Eco hizo una gran burla de estos secretos inexistentes que, a fuer de interpretación y convicción, fueron adquiriendo realidad y la gente acabó por creerse que, efectivamente, había un secreto inaccesible para los legos que los sabios se negaban a revelar. Y así se construyeron las sociedades secretas… O no tan secretas, quizá también las sociedades en general. Hoy leía a una muchacha hablar del hecho diferencial que transfigura a algunos que viven en ciertas regiones españolas. Nunca he sabido qué es (debe ser un secreto). Si es diferencial, más que un hecho (que suena pomposo y fuerte), ha de ser una relación. Nada es diferente de sí mismo, sino de lo otro. Y el hecho (ahora sí) de que todo es diferente de algo otro es una cosa que empapa e inunda lo real, tanto que no sé por qué ocupa titulares ni por qué alguien considera que ese supuesto y mistérico "hecho diferencial" le hace algo diferente de diferente, valga la redundancia. Diferente no es mejor ni superior. Es lo que es.

El otro día, en conversación con una hermana dominica filipina, aprendí que en Filipinas hay más de 150 lenguas, algunas de las cuales se hablan solo en alguna de las más de 7000 islas que componen el archipiélago. La tesis decimonónica aquella dice que la lengua va de la mano de la cultura. Quién sabe. No hay cosa más distinta que un asturiano y un vallisoletano (es una hipérbole) y hablan la misma lengua (o quizá no la hablan, ¿quién define los límites entre lengua y dialecto?). O quizá en realidad no se trata de culturas diferentes sino que no hay ningún "hecho diferencial" entre ellos (vayan, vengan y vean). O quizá un asturiano de mi pueblo se parece más a un tipo de Melbourne que al que vive a diez kilómetros de distancia… Cuántos quizás. Pero dejemos los quizás y vamos a las cosas claras de twitter: si lengua y cultura se unen de ese modo inextricable que impide que dos científicos vean los protones de la misma manera, en Filipinas tenemos 150 culturas que pueden exigir 150 naciones. 7000 lenguas en el mundo, dicen. Dialectos, incontables, que supongo que tendrán los mismos derechos. O mejor eliminemos las fronteras entre unos y otras. 

Por lo visto, si uno no pertenece a esa cultura del secreto, no puede entenderlo. Hay algo al alcance de estos nuevos perfectos gnósticos que se nos escapa a los que tratamos de entenderlo, y me temo que a casi todo el mundo. No se engañe nadie, no. Esto no va de entender. Esto va de otra cosa mucho peor. El Papa dijo en la recepción a los dominicos que asistieron al capítulo general de Roma que el gran mal de nuestra época era el nuevo gnosticismo. Avisados quedan los prelados, religiosos y demás del "hecho diferencial" que solo revela su secretos a los katharoí.

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18
Oct
2019
Revueltas que son latrocinios
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De vez en cuando asistimos a revueltas burguesas en las que los ricos se quieren llevar sus riquezas y echar a los pobres, para las cuales, cómo no, se sirven de los pobres. Está pasando en España. Normalmente, esas revueltas se tiñen de ideologías y de significantes vacíos que maneja quien lidera el cotarro (democracia, libertad, etc.), es decir, que llena de contenido altamente teórico quien precisamente lo está perviertiendo en la práctica. Mi lado platónico desconfía de las imágenes, que son lo más manipulable del mundo. Esa cosa de que “una imagen vale más que mil palabras” la inventó probablemente alguien que sabía cuánto provecho podía sacar a una imagen para usarla en su beneficio. Y estos días, con todas las algaradas y demás, las teles se pegan por ofrecer imágenes que, desde el ángulo que les interese, nos venden como la verdad de las cosas. No sé cuál es la verdad de las cosas, más allá de que lo que hemos visto es que unos señores se han pasado la ley por donde les convenía no para redimir a los necesitados (que siempre es una quijotesca causa noble), sino para hacer uso de los necesitados para promocionar su causa. “La ley, Judah, sin ley todo es oscuridad”, le decía un rabino a un asesino en Delitos y faltas, de Woody Allen. Sin leyes no hay democracia, sino tiranía, la ejerza quien la ejerza. Y me gustaría recordar esto de modo especial a los eclesiásticos, religiosos y demás gente de bien que han vendido su primogenitura por un plato de lentejas. Por si no está claro, estoy hablando del latrocinio de Éfeso, que se repite cada cierto tiempo y en diversas circunstancias (básicamente consiste en echar del concilio o hemiciclo a quienes no piensan como el que lo preside).

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10
Oct
2019
No hay sitio
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Arco

Completamente de acuerdo con lo que dice el premio Nobel en su escueta entrevista en El País. Obvio, confundir a Dios con un planeta, una nebulosa o una tetera, como hacía Bertrand Russell, es algo que ningún pensador cristiano de los de “pata negra” ha hecho. Esto no es nuevo. Es lo de Laplace, que no necesitaba la hipótesis de Dios en su teoría física, porque Dios no es ni una variable ni una constante ni nada que pueda figurar en una fórmula. Pongamos tanto de velocidad, tanto de spin, tanto de gravedad y tanto de Dios y ¡voilà! No, la cosa no funciona así, y cuando hoy algunos científicos cuelan a Dios de rondón en sus elaboraciones científicas, algo falla. Tomás de Aquino distinguía bien entre lo natural y lo sobrenatural. Lo sobrenatural hoy se equipara a fantasmas, telequinesias y cosas por el estilo. Es el sino de nuestra época. Sean lo que sean estas cosas, son naturaleza. Y Dios no es naturaleza, por eso no hay sitio para Dios en el universo, que es naturaleza. Claro que no. Pero eso no dice más que lo que dice. Y hasta ahí, de acuerdo. Con lo que ya discrepo es con esa afirmación un tanto descuidada de que “La visión religiosa dice que Dios decidió que solo hubiese vida aquí, en la Tierra, y la creó”. ¿Dónde pone eso? ¿En qué visión se ha propuesto tal cosa? ¿Por qué el "solo"? Finalmente, y este es el tema de debate: “la vida es un proceso natural”, ergo Dios sobra en esta asunto. Aquel desarrollo de los escolaśticos (y hoy de los analíticos) del distinto orden de las causas, el apasionante debate moderno sobre el ocasionalismo y demás sesudas disquisiciones para tratar de explicar cómo distintos órdenes de realidad interactúan y demás inquisiciones semejantes que han obligado a la gente a pelarse las meninges no tienen cabida en el mundo twitter, que es, al fin y al cabo, lo que demanda una entrevista para captar la atención del viandante. En fin, en modo twitter: ¿qué significa sitio para que no lo haya?

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10
Sep
2019
Por el interés te quiero...
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Uno de los debates más interesantes que se han dado en la teología (y por analogía, en la estética) es el del desinterés: si en el amor a Dios se puede mezclar interés alguno (por la salvación, para evitar la condenación, etc.), si la obra de arte puede apreciarse en cuanto tal movidos por interés de cualquier tipo… El interés, tan mala prensa que tiene. En español decimos “por interés te quiero Andrés”. ¿Es malo eso? ¿Por qué tiene tan buena prensa el amor puro?

Ya en el medievo, laboratorio de magníficos pensamientos, Hugo de San Víctor criticaba el amor desinteresado. A aquellos que decían amar a Dios con amor puro y gratuito sin esperar ni desear nada de Dios los llamaba stulti, pues sostenía que el amor desinteresado equivale a indiferencia. (De sacr. II.13.8): “Como hombre no querría ser amado así por ti. Si me amases de modo que no te preocupas por mí, yo no me preocuparía por tu amor. Deberías ver si merece la pena que ofrezcas a Dios lo que el hombre dignamente rechazaría”. Vivimos en una época, aunque parezca lo contrario, dominada por la valoración de la pureza. Acusaciones de “apropiación cultural” (que es una denominación chic para la impureza), amenazas heideggerianas de ”inautenticidad” en la vida (que no deja de ser otro nombre para la impureza vital), recuerdos de cómo hasta el mismo pensamiento debe estar libre de cualquier sombra (pureza de pensamiento a la que obligan los moralizadores que escriben en los periódicos, según las normas que ellos dictan, claro)… Lo cierto es que el interés supone marcar una diferencia en el cúmulo de todas las cosas que hay, elegir poner la alma, vida y corazón en unas cosas en vez de en otras. Y eso es muy interesado, vaya que sí. A mi modo de ver, es bueno que por el interés te quiera Andrés, o dicho más claro, me interesas, y por eso te quiero. Mancharse las manos en algo supone interés. Y si alguien sigue pensando que esto arroja una sombra en cualquier tipo de amor, recuerde aquello que señala Halik, en su obra Paciencia para con Dios: “sólo en la oscuridad absoluta no hay ninguna sombra, solo el diablo ‒según las antiguas tradiciones‒ no tiene sombra alguna, porque es él mismo sombra”. La sombra del interés permite que pase la luz. 

 

 

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5
Sep
2019
certum est, quia impossibile
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Había bastante gente esperando en sillas y banquetas, pero aún así preguntamos si se podía comer en aquella pizzería que quedaba al lado de nuestro alojamiento. Habíamos caminado mucho y no queríamos ir demasiado lejos. Le preguntamos a la muchacha que estaba en la puerta. Su ipad, en el que tenía marcadas todas las reservas, ofrecía pocas esperanzas, ya que aparecía lleno de anotaciones. Y a la pregunta: “¿tienen reserva?”, respondimos: “No”. “Mmmm… tengo una mesa para ustedes”, fue su contestación sonriente. Nos quedamos sorprendidos, porque nos parecía que lo justo era que la gente que tenía reserva y llevaba tiempo esperando se sentase antes que nosotros, pero allí no hubo justicia. O no hubo la justicia que esperábamos. Vaya usted a saber qué maquinaciones interesadas hizo esta muchacha para que el negocio fuese mejor admitiéndonos a nosotros antes que a los que devotamente habían hecho su reserva. En cuanto nos sentamos, le comenté a mis acompañantes que ya tenían un ejemplo para la homilía del domingo, porque algo análogo (no idéntico, dónde va a parar) debe ser la justicia inesperada de Dios, que a los que hacen cola demandando su puesto les hace esperar y a los que llegan inopinadamente les hace pasar sin esperar y, en este caso, sin hacer un cálculo de ganancias y perdidas, sino por pura gratuidad. Como decía Tertuliano, tan mal entendido, “certum est, quia impossibile”. Es imposible que te cuelen, porque es injusto. Y sin embargo es cierto.

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3
Jun
2019
Los científicos lo saben
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El otro día escuchaba un programa de radio que me apareció aleatoriamente en esos ires y venires de las ondas cuando uno va en coche. El entrevistador hablaba con un joven novelista que se declaraba agnóstico. Y ante la duda del muchacho, que consideraba que no podía decidirse respecto a la existencia o no existencia de Dios, el entrevistador le soltó la perla: “los científicos lo tienen claro”. Y me dije: hete aquí la koiné de nuestra época. Frases breves, falaces y tontas (memes, memeces, de nuevo).

Un gran filósofo dijo en una ocasión que “los enunciados universales son el martirio de las colectividades”. Y este es uno, que nos martiriza a poco que lo pensemos. “Los científicos”. ¿Quiénes son? ¿Tienen un número atómico que los identifica como tales? ¿Son una clase natural? ¿Piensan igual los biólogos que los físicos o los neurólogos? ¿Piensan igual todos los biólogos, físicos y neurólogos? ¿Son científicos los matemáticos y los lógicos? ¿Y los economistas? ¿Y los psicólogos?

“Lo”. Ay, el lo, ese pronombre tan lleno. ¿Qué es el “lo” que tienen claro? No hace falta decirlo, porque es también parte del pensamiento que domina en ese dilema: que no existe. Cosa que, por supuesto, se afirma a priori y sin necesidad de preguntar. Hay encuestas que arrojan resultados dispares, si es que eso sirve de algo. Pero de ninguna se puede derivar que el universal “los científicos” “lo” “tengan claro”. Que es el último punto: “lo tienen claro”. Es raro que lo tengan claro cuando todo el espacio de los científicos trata más bien con hipótesis y pocos se atreven a decir, en cosas de gran envergadura, que eso no tiene vuelta de hoja, porque lo que la historia de la ciencia ha mostrado es que hasta lo más asentado se ha revuelto.

Pero después de todo este periplo, la clave del asunto es que Dios no es un concepto científico. Que la ciencia sea el paradigma de conocimiento en nuestra época no nos permite inferir que, como decía el filósofo, la verdad no pueda hallarse más allá o más acá del método. Dios no es una hipótesis científica. No me cansaré de decirlo. Lo sabía Santo Tomás y lo decía San Agustín. No tengo ninguna razón de peso para fiarme menos de ellos que del presentador del programa de radio.

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19
Feb
2019
De rancios y medievales
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Otra vez están nuestros políticos justificando sus actuaciones pegando palos al espantajo del medievo. La ministra de sanidad decía hace días que revisar la ley del aborto era volver al medievo (no sé si sabrá algo del tema en la época), y hoy mismo la letrada alcaldesa de la Ciudad Condal dice que el besamanos del rey es “algo rancio, casi medieval”. Se ve que no se atreve a decir “medieval” porque le parece excesivo, pero “rancio” está bien. Los que tenemos nuestros orígenes en el medievo, exactamente a la par que las universidades, tampoco queremos ser rancios, así que nos quedamos en medievales. Fue un medieval el que pensó una cuestión de suma actualidad, a saber, la licitud de ciertos regímenes de los que hoy pueblan el universo mundo, aparentemente salidos de un proceso democrático, cuya gracia de origen impide que se desvíen por sendas tortuosas. No, no. Claro que sí. Tomás de Aquino sostenía que puede haber regímenes injustos, tanto por el origen (tyrannus ab origine) como por el desempeño (tyrannus a regimine), de modo que, aunque hubieran surgido justamente, se convirtieron en injustos por su actuación y, sin más, en ilegítimos. Da que pensar que un tipo que no era nada rancio, pero sí bastante medieval, se diese cuenta de algo tan obvio que parece que hoy muchos casi rancios, y nada medievales, son incapaces de ver. Toménselo a broma (lo que escribo y las ranciedumbres de los políticos iletrados). Pero lean a Tomás de Aquino.

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2
Feb
2019
Dios, dios, el dios, un dios
3 comentarios

xto

No sé por qué a muchos columnistas, que no quieren borrar la palabra Dios de su vocabulario –supongo que por costumbre léxica– les ha dado por escribirla con minúscula. Es posible que la razón sea que no creen que Dios sea real, exista o como queramos llamarlo, pero esa razón no vale, porque Zeus, la Naturaleza, Osiris o el Universo tienen, en el mejor de los casos una forma de existencia o de realidad equivalente, y aún así, a las deidades se les respeta su mayúscula legítima, y estas otras entidades naturales totalizadoras tienden a objetivarse y, ahora sí, a divinizarse (aunque quien lo hace no admita que hace eso). Quizá haya otra razón que se me escapa, pero en cualquier caso, el discurso es incorrecto gramaticalmente. No se puede decir: dios no lo quiera, sino “el/un dios no lo quiera”. Gramaticalmente aquello sería equivalente a decir “creo que árbol crece” en vez del correcto “un/el árbol”. En el fondo, late esa idea que popularizó Nietzsche, pero que es bastante anterior a él, de que no nos libraremos de Dios mientras no nos libremos de la gramática. Dios está tan metido en nuestro lenguaje que persistirá mientras sigamos hablando o pensando y no cambiemos las estructuras básicas que determinan nuestra vida mental. Esos pequeños “pellizcos” al nombre de Dios son parte de la nueva forma de vida en la que nos movemos y existimos: etsi Deus non daretur, que decía el filósofo, como si Dios no existiese. El “etsi” sin embargo, no dice nada de la realidad de la cosa, sino de como afrontamos el asunto. Yo sigo con la mayúscula. Por gramática y por realidad.

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