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Dic2021El fenómeno saturado y saturante
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Dic
Un amigo mío, astrofísico para más señas, me contó hace tiempo que su trabajo consistía básicamente en solicitar el uso de ciertos telescopios, radiotelescopios y demás artilugios semejantes y apuntarlos, en la fecha y hora que les había sido concedida, hacia un determinado lugar del universo, durante un espacio de tiempo no muy largo, para obtener una ingente cantidad de datos. Luego dedicaban un buen número de años a estudiarlos. Como se estudia una pandemia, más o menos. Seguramente, a lo largo de estos interminables meses, habrá habido expertos en diversas disciplinas, algunas más duras, otras más blandas y las de más allá casi viscosas, recopilando datos para sus análisis futuros. Sociólogos, psicólogos, antropólogos, futurólogos, sociobiólogos, etólogos, economistas, sinólogos, politólogos, especialistas en relaciones internacionales, legistas y demás (cada quien que ubique la dureza de estas ciencias donde les corresponda) estarán recogiendo referencias como locos para conocernos mejor y poder, así, predecir por dónde van a ir los tiros de la humanidad y saber cómo vendernos mejor el próximo coche.
La situación no deja de tener su punto cómico dentro de la tragedia que es todo. Ya casi no nos acordamos de aquel acopio inmisericorde e irracional de papel higiénico, pero ahí habría unos cuantos estudiosos tomando nota del asunto, aunque en sus sesudos análisis probablemente no acertasen en lo que respecta a las razones verdaderas de esa huida hacia delante con el retrete detrás. Pero, sobre todo, lo que se ha puesto sobre el tapete, además de nuestras miserias en muchos niveles, es el infame manejo de la comunicación social de la ciencia. Básicamente ha sido y sigue siendo catastrófica. Ya no recuerdo los dimes y diretes de aquellos primeros días, pero aún hoy seguimos leyendo en cualquier periódico mensajes absolutamente contradictorios bajo la misma cabecera, al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. No ha habido una voz que inspirase confianza, quizá con la excepción del experto burgalés del Monte Sinaí. Pero es que incluso el investigador español que alertó de que el virus se transmitía por los aerosoles tuvo que sudar tinta para que alguien le hiciese caso y, ahora que ese es el dogma, resulta que si usted quiere quitarse la mascarilla en España, lo que tiene que hacer es abandonar la calle y entrar en un bar, donde cabe suponer que hay más aerosoles que en el parque. Así todo. No es de extrañar que la gente este hasta las narices.
Yo me siento absolutamente incapaz de dar un relato más o menos unificado y sensato de lo que estamos viviendo. Todo es borrosísimo. Quizá me falta la distancia histórica. Pero esta también aniquila los detalles y solo deja para los historiadores los contornos más gruesos de una situación, por eso me río yo de los que pontifican sobre los años 60 o sobre los mil años de medievo, reduciéndolos a un par de frases sacadas de un libro. El fenómeno histórico, como decía aquel filósofo, es un fenómeno saturado, no puede comprenderse como se adivina el cambio que recibimos cuando vamos a la compra o como se discierne el mecanismo físico de un pozo artesiano. Pasarán mil años y los historiadores seguirán dándole vueltas a esta pandemia. Tendrán miles de datos, como mi amigo el astrofísico. Pero a lo que no tendrán acceso es a lo saturados que estamos –nosotros, no el fenómeno–, como los marcianos de la foto. Que el año que viene sea mejor. Feliz entre y feliz crezca.