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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

27
Dic
2022
El valor de Mary Bailey
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valor

Un año más, “Qué bello es vivir! Cuanto más la veo, mejor me parece. Todo está perfecto: la historia, el montaje de los planos, los diálogos. Todo. Esta última vez, me dio por pensar que es una película de rostros. Los de George Bailey cuando se aferra a su hijo comprendiendo lo desesperado de su situación, cuando reza confesándose ante Dios como un hombre al límite de sus fuerzas (y recibe un puñetazo de premio), cuando se da cuenta de que no existe, o cuando salta de júbilo al comprender que ha recuperado su vida tras el don increíble que ha recibido… O el rostro de Mary Bailey cuando ve que su marido ha perdido algo más que el dinero y se vuelve violento, agresivo y, sobre todo, desesperado. Por no hablar de los rostros de Potter maquinando sus venganzas. Esos primeros planos de rostros que lo cuentan todo y a los que la voz les sobra hay que verlos mil y una veces. Es una película redonda (aunque el mismo director reconoció algunas decisiones de guion erróneas, pero qué más da). Sin embargo, en su perfección aparece un jefe que maltrata al George Bailey niño, un George Bailey que se vuelve violento con sus hijos, unos vecinos que al final son la liberalidad en persona, pero que poco antes se han mostrado mezquinos y rácanos con quien ha sacrificado tanto para que ellos tuviesen un techo… Todo está mezclado, como en la vida misma, que no es siempre como pintan los suplementos dominicales de los periódicos.

¡Qué bello es vivir! es, sobre todo, una película de ángeles. El ángel enviado a salvar a George, Clarence, ante la sorpresa de la gente que le escucha decir que es un ángel sin alas, pregunta: “¿acaso no creen en los ángeles?” Es una película en la que los protagonistas son aquellos personajes que sirvieron en la mesa de los primeros frailes, sobre los que pensó Tomás de Aquino y los que pintó el Beato Angélico. Hoy han quedao en arrumbados en el estante de cosas preternaturales junto al hombre lobo, muchos demonios autóctonos en los que se cree según se haya nacido o no más allá de esta raya, y extraterrestres bien parecidos. En esa incredulidad generalizada suenan constantemente las campanas y nos hacen pensar: mira a ver si resulta que… Y es una película de rezos que funcionan a pesar de los pesares: "El valor es el miedo que ha dicho sus oraciones", encontré el otro día grabado en una piedra. Mary Bailey es el ejemplo de ello.

Algunos hablan de que la ciudad que pinta la película si George Bailey no hubiera existido, Potterville, es mucho más divertida y alegre que la existente Bedford Falls. Está llena de lupanares, casas de apuestas y tugurios varios. Por ahí van los tiros. Otros sostienen que es posible que la vida de muchas personas podría haber sido mejor sin George Bailey, etc. Todo este espacio de los contrafácticos pierde de vista lo nuclear de la película, como si se dijese: La vida es sueño sería mejor si Segismundo fuese un alma cándida o un gobernante utópico. No parece tampoco acertado destripar aquel cuento nuestro que tanto escuchamos de niños (y tanto se nos ha olvidado) y hacer de Pedro y el lobo una pareja de almas bien avenidas, en vez de un mentiroso y una fiera. No será por que no lo hayan intentado los sucesivos gobernantes que han creído conveniente achicharrar estos relatos tan poderosamente humanos y divinos para poner en su lugar alguna otra cosa, generalmente de poco momento, que encaje mejor con el espíritu de la época.

En fin. Ojalá no nos cancelen ¡Qué bello es vivir! Puede pasar cualquier día, porque es una película que va absolutamente contra el espíritu del tiempo que nos toca vivir. Un tiempo, en el que, como en todo otro, el vivir, con todas sus cosas, es un poco más bello gracias a los George y Mary que habitan por el mundo. 

 

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16
Dic
2022
La vetula y sus revelaciones
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temporal

Tomás de Aquino defiende la necesidad de la revelación en multitud de textos. Quizá uno de los más célebres es en el que cita a la vetula, la viejita teóloga. Así dice: “Ninguno de los filósofos pudo, antes de la venida de Cristo, con todo su esfuerzo, saber tanto acerca de Dios y de lo necesario para la vida eterna, cuanto sabe cualquier viejecita por la fe, después de la venida de Cristo". La vetula medieval como alegoría de la persona más iletrada y, sin embargo, más llena de fe, hasta que llegó el tiempo en el que acumular experiencia y tener confianza, esperanza y caridad quedaron arrinconados en favor de tener un puestito de intelectual orgánico en Versalles o conocer a fondo la Playstation y sus cacharrerías.

No hace mucho asistí a una conferencia sobre si era lógicamente defendible la unión hipostática. Tras un debate largo pareció clara la tesis de la conferenciante de que no había imposibilidad lógica en sostener las tesis de Nicea y Calcedonia. Pero allá hubo que sacar a relucir las proposiciones reduplicativas y otra serie de artificios que no suelen ser elementos de comentario del tabloide o de las series de Netflix. La clave del asunto de la ponente fue la siguiente: si aceptas la tesis como revelada, esto es lo que puedes decir de ella. Si no aceptas la tesis de la unión hipostática, entonces ya este desarrollo no tiene sentido. Se trata de partir de un dato revelado y mostrar que es razonable. Esto y no otra cosa harán los grandes teólogos.

El hecho es que si no me lo dices, no puedo saberlo. O solo llego a intuirlo, pero quién sabe si bien o mal. Si no me lo cuentas, no me tienes en cuenta. Por eso es necesaria la revelación para infinidad de cosas que no tienen otro medio de ser conocidas o que, sin ella, serán solo conocidas de modo parcial, incompleto, erróneo y apenas por los pocos que puedan dedicar su tiempo a ver la solidez lógica de las proposiciones reduplicativas y cosas por el estilo.

Por cierto, esta entrada está escrita como recuerdo-homenaje-oración por Tello, fraile de la casa de San Pablo y San Gregorio, de fe firme y recia, que ahora anda en cosas eternas. Si no te lo cuento, ni te lo hubieras imaginado.

 

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14
Dic
2022
Gulliver y los legisladores inicuos
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máscara

En Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift también se despacha a gusto contra estos intérpretes que, por recurso a la cháchara, cuanto más abstrusa mejor, llevan el agua a su molino de legistas, no por la superioridad de sus argumentos, sino por lo repetitivo de los mismos y por su supuesta "gracia de estado" legislativa. Swift arremete contra los jueces del país de los houyhnhnms, que son los abogados más diestros que se han ido haciendo más viejos y perezosos. Los abogados aducen los precedentes, aunque sean las opiniones más inicuas, y evitan considerar los méritos de la causa, y se explayan con gritos sobre circunstancias que no hacen al caso. Dice así: “Debe observarse asimismo que esta asociación posee una jerigonza y argot peculiares, que ningún otro mortal puede entender, y en los que están escritas todas las leyes, que ellos toman especiales cuidados en multiplicar; con esto han confundido totalmente la verdadera esencia de la verdad y la falsedad, de lo que está bien y lo que está mal, de modo que tardarán treinta años en decidir sii el campo que heredé de mis antepasados me pertenece a mí o a un extraño de a trescientas millas”. El fin de año viene cargado de infamias y sinsentidos legislativos, extraordinariamente interesados, que nos van a colar como la máxima expresión de la epiqueya. No puede ser.

 

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13
Dic
2022
El pato de Tomás de Aquino y la vaca Petrina
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vaca

Tomás de Aquino, en su texto De veritate dice lo siguiente: “El entendimiento, en efecto, puede pensar que él no existe y que él no entiende, aunque nunca piensa sin existir o sin entender”. La filosofía moderna se agarrará a una idea semejante para evitar el escepticismo total (aquello de pienso luego existo). Todo esto lo podemos rastrear mucho más atrás y de modo preclaro en San Agustín: si me equivoco, existo. Ha llovido mucho desde entonces y ahora lo más normal es pensar que si el entendimiento piensa que no existe, no existe. Saltamos de lo epistemológico a lo ontológico sin despeinarnos, que dirían los que usan palabras de a kilo. ¿A quién vas a creer, a mí o a tus ojos? ¿Qué vas a creer, lo que estás viendo y oyendo o ese discurso enrevesado que justifica que la ley que has derogado por intereses electorales en realidad no ha sido derogada, sino que se ha vuelto mucho más punitiva de manera desinteresada? El mundo está tan desencajado que, como decía aquel, vemos algo que parece un pato, anda como un pato, grazna como un pato, pero por arte de birlibirloque es una vaca, porque entendemos que es una vaca. Y así llevamos años escuchando a políticos, intelectuales y demás gentes amantes de la “interpretación profunda” tan cara a las corrientes setenteras, donde una cosa “en realidad” es otra y una afirmación “en realidad” quiere decir otra cosa. Los malos hermeneutas e intérpretes de la realidad han puesto las cosas patas arriba y, lo que es casi tan grotesco, consideran que quien no acepta esas lecturas de parte o es mala persona o es bobo. Cuánto poder tiene quien controla el poder. No sé si, contradiciendo al Aquinate, piensan sin existir, pero sí parecen existir sin pensar.

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1
Dic
2022
Vivir es ver volver o Montaigne ya lo decía
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castillo

Ahora que se acerca el fin de año, y con la suerte que se me ha concedido de poder ver con una cierta distancia “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” (española), me he encontrado con una cita de Montaigne que había usado en algo que escribí hace tiempo. La transcribo, porque no tiene desperdicio, si la leemos a la luz de la clase política que nos rige: “No hay más que ver a un hombre elevado en dignidad: aun cuando lo hayamos conocido tres días antes como un hombre de poca monta, fíltrase insensiblemente en nuestra opinión una imagen de grandeza, de inteligencia, y nos persuadimos de que al crecer en séquito y en fama, ha crecido también en mérito. Juzgámoslo no según su valor, sino como las fichas, según la prerrogativa de su rango. Cambie de nuevo la suerte, vuelva a caer y a mezclarse con el vulgo, todos nos preguntaremos admirados por la causa que tan alto lo colocó. ‘¿Es él? –se dice–. ¿No sabía algo más cuando allí estaba? ¿Con tan poco se contentan los príncipes? Pues sí que estábamos en buenas manos’” (III; VIII). Pues sí que estamos en buenas manos, en efecto. Manos que hacen leyes. Y a esto también tiene algo que decir el francés: “Es el caso de las leyes que se mantienen vigentes no porque sean justas, sino porque son leyes. Es el fundamento místico de su autoridad; no tienen otro. El cual les sirve muy bien. Suelen estar hechas por necios; más a menudo por gentes que, por odio a la ecuanimidad, carecen de equidad; en todo caso, siempre por hombres, autores vanos e irresolutos” (III, XIII). En fin, vivir es ver volver. Y como se acerca el fin de año, no quería dejar la ocasión de recordarlo y pensar que quizá se pueda romper ese círculo tan vicioso del eterno retorno de lo igual.

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9
Sep
2022
La reina de corazones
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bóveda

¿A qué se debe el duelo por la reina de Inglaterra? ¿Por qué tanta gente que no la conocía más que como un elemento televisivo o como parte de un imaginario colectivo se echa a llorar en cuanto le pregunta un periodista? Es curioso. No la quieren, o no especialmente; no la conocen, o no más que por la prensa; no tienen una especial intimidad con ella... y sin embargo la lloran. Es obvio que no se trata de un duelo profundo, doloroso y “purificador” como el que cuenta C. S. Lewis en Una pena en observación. Pero es duelo, al fin y al cabo. De hecho, esta mañana me he tragado los cañonazos londineses a modo de muestra de respeto, que es un modo de quitarse el sombrero a distancia. Y eso viene de la mano con el silencio. Los comentaristas de la televisión española, sin embargo, no callaron ni un solo minuto de los cañonazos, contando nimiedades para llenar un tiempo que consideraban vacío, cuando era, precisamente, un tiempo lleno por sí mismo, en el que solo hay que estar. Porque a veces, sí, en el tiempo se es y se está. Sin más.

No hace mucho, leí un texto que consideraba que la clave del asunto es que nuestra identidad práctica –quiénes somos desde el punto de vista de aquello con lo que nos comprometeremos en la vida– está constituida por muchas personas con las que mantenemos relaciones de distintos tipos. Sus muertes descolocan nuestras autobiografías de algún modo, aunque sean artistas o figuras públicas con las que no tenemos trato personal. Pero, en parte, nuestra identidad está conformada con la relación más o menos real o simbólica que mantenemos con ellos. Y esta relación cambia con su muerte. En el fondo hay un elemento muy personal en el duelo, que implica una redefinición de quiénes somos a partir de este juego de relaciones. Lo decía Platón respecto a Sócrates: "a mí también y contra mi voluntad, caíanme las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por aquel por quien lloraba, sino por mi propia desventura, al haber sido privado de tal amigo”. Cada pérdida, real o simbólica, nos obliga a repensar nuestra propia identidad. Quizá por eso llora tanta gente.

 

 

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15
Ene
2022
Para Dios el cero no existe
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araña

Si alguien no tiene mejor que hacer en los próximos días, mi consejo es que vea o vuelva a ver la película “El increíble hombre menguante”, del año 1957. No solo es un prodigio técnico en el que todavía se ve el trampantojo, cosa que es de agradecer en un mundo en el que distinguir lo real de lo simulado pasa por ser imposible, sino que es, sobre todo, y a mi entender, una moderna puesta en escena del relato de Job. En el fondo, la historia de Job es casi la de cualquier ser humano que ponga el pie en la Tierra. Puede que la vida no le golpee con la intensidad con la que maltrata al santo paciente, aunque el protagonista del filme, en la escena más icónica de la película, tiene que enfrentarse para salvar su vida a un arañón terrorífico,lo que no es moco de pavo.

La película que comento no es solo la historia de un hombre que va reduciendo su tamaño, conservando, eso sí, las proporciones corporales y demás (lo que seguramente mitiga su sufrimiento: la deformitas, la pérdida de la forma debida, añade un plus a la desgracia de cualquiera). Es sobre todo la historia de un duelo: el de un hombre que se ve abandonado por el mundo, que se rebela contra ello y que acaba por aceptar su nueva situación en una escena final que es absolutamente apoteósica. Por ella, algunos comentaristas hablan de esta como una película panteísta. Se ve que la glorificación contemporánea de lo natural hace que muchos se sientan cómodos en ese universo del Deus sive natura, pero el panteísmo –Schopenhauer dixit– no es sino un ateísmo cortés. No, el mensaje no es panteísta. El mensaje es el mismo que el que contiene el libro de Job: no es posible que en este universo magnífico los sufrimientos del más pequeño de los hombres (qué gran acierto la metáfora del empequeñecimiento físico) carezcan de significado para Dios. Para Dios el cero no existe. 

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30
Dic
2021
El fenómeno saturado y saturante
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marcianos

Un amigo mío, astrofísico para más señas, me contó hace tiempo que su trabajo consistía básicamente en solicitar el uso de ciertos telescopios, radiotelescopios y demás artilugios semejantes y apuntarlos, en la fecha y hora que les había sido concedida, hacia un determinado lugar del universo, durante un espacio de tiempo no muy largo, para obtener una ingente cantidad de datos. Luego dedicaban un buen número de años a estudiarlos. Como se estudia una pandemia, más o menos. Seguramente, a lo largo de estos interminables meses, habrá habido expertos en diversas disciplinas, algunas más duras, otras más blandas y las de más allá casi viscosas, recopilando datos para sus análisis futuros. Sociólogos, psicólogos, antropólogos, futurólogos, sociobiólogos, etólogos, economistas, sinólogos, politólogos, especialistas en relaciones internacionales, legistas y demás (cada quien que ubique la dureza de estas ciencias donde les corresponda) estarán recogiendo referencias como locos para conocernos mejor y poder, así, predecir por dónde van a ir los tiros de la humanidad y saber cómo vendernos mejor el próximo coche.

La situación no deja de tener su punto cómico dentro de la tragedia que es todo. Ya casi no nos acordamos de aquel acopio inmisericorde e irracional de papel higiénico, pero ahí habría unos cuantos estudiosos tomando nota del asunto, aunque en sus sesudos análisis probablemente no acertasen en lo que respecta a las razones verdaderas de esa huida hacia delante con el retrete detrás. Pero, sobre todo, lo que se ha puesto sobre el tapete, además de nuestras miserias en muchos niveles, es el infame manejo de la comunicación social de la ciencia. Básicamente ha sido y sigue siendo catastrófica. Ya no recuerdo los dimes y diretes de aquellos primeros días, pero aún hoy seguimos leyendo en cualquier periódico mensajes absolutamente contradictorios bajo la misma cabecera, al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. No ha habido una voz que inspirase confianza, quizá con la excepción del experto burgalés del Monte Sinaí. Pero es que incluso el investigador español que alertó de que el virus se transmitía por los aerosoles tuvo que sudar tinta para que alguien le hiciese caso y, ahora que ese es el dogma, resulta que si usted quiere quitarse la mascarilla en España, lo que tiene que hacer es abandonar la calle y entrar en un bar, donde cabe suponer que hay más aerosoles que en el parque. Así todo. No es de extrañar que la gente este hasta las narices.

Yo me siento absolutamente incapaz de dar un relato más o menos unificado y sensato de lo que estamos viviendo. Todo es borrosísimo. Quizá me falta la distancia histórica. Pero esta también aniquila los detalles y solo deja para los historiadores los contornos más gruesos de una situación, por eso me río yo de los que pontifican sobre los años 60 o sobre los mil años de medievo, reduciéndolos a un par de frases sacadas de un libro. El fenómeno histórico, como decía aquel filósofo, es un fenómeno saturado, no puede comprenderse como se adivina el cambio que recibimos cuando vamos a la compra o como se discierne el mecanismo físico de un pozo artesiano. Pasarán mil años y los historiadores seguirán dándole vueltas a esta pandemia. Tendrán miles de datos, como mi amigo el astrofísico. Pero a lo que no tendrán acceso es a lo saturados que estamos –nosotros, no el fenómeno–, como los marcianos de la foto. Que el año que viene sea mejor. Feliz entre y feliz crezca.

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4
Dic
2021
Angelines, Alejandra y el Te Deum.
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juicio

Hoy la prensa se hace lenguas de lo desconocida que es Angela Merkel (en adelante Angelines) incluso para sus conciudadanos. ¡Ha pedido una canción de Nina Hagen en su acto de despedida! Sí, claro, y otras dos, que han quedado empañadas por el colorido de la cantante de la RDA, aquella que mi generación infantil, que se dedicaba a colorear mapas políticos de la Europa aún dividida, consideraba que era la Alemania “nuestra”, porque era la “democrática”. Vaya usted a saber, con once años o así, qué significa “federal”. Y si milita en algún partido político que hace de su capa federal un sayo, nunca lo sabrá, porque es un concepto dúctil y maleable a gusto de quien guste.

¿Por qué habría de extrañar que alguien elija una canción pegadiza de su juventud? Más que nada porque en cuestiones de gusto se acepta gustosamente, valga la redundancia, la paparrucha. Se supone que a uno le tienen que gustar ciertas cosas socialmente valoradas y permisibles, y otras no, así que en el foro público se miente al respecto, y aquí paz y después gloria. Algo de Bach (mejor de, por ejemplo, la Cantata del café o de El arte de la Fuga, que no son demasiado sacras), una canción popular de algún Land y otra de lo que se lleva en el mundo hodierno del espectáculo y Angelines hubiese quedado de maravilla en su elección. Pero Angelines se ha salido del guion y le ha dado por elegir nada más y nada menos que Großer Gott, wir loben Dich, un coral cuya letra es una traducción libre del Te deum realizada por Ignaz Franz. Bueno, es que el padre de Angelines era pastor protestante, dicen los que se hacen los no sorprendidos. Ya ves qué razón de peso. También lo era el padre de Nietzsche y este hubiera elegido a Wagner. O a Peter Gast. O a Bizet. También este tenía sus cambios de humor. No, no se trata de una canción de misa, como afirman en otro periódico cuyo redactor se saltó la clase en la que se explicaban los tropos y las figuras retóricas. Y tampoco es sin más un himno ecuménico, que dicen los más desesperados por encontrar una justificación para la elección de Angelines que, sin duda, muchos de sus lectores encontraran pias aures offendens.

En general, la prensa ha corrido tras Nina Hagen y sus escribanos han hecho interpretaciones de lo más colorido, y nunca mejor dicho, de la canción de Hagen elegida. Por suerte, siempre nos quedará el oasis en el desierto de lo cutre y de la vagancia. La redactora de la Frankfurter allgemeine Zeitung, Alexandra Kemmerer, se ha puesto a escribir pensando que sus lectores no eran totalmente estultos y que, si leían su columna, era porque les interesaba el asunto, así que centra su relato en el Te Deum, del que dice: “Después de todo, ¿qué sería de Europa sin el Te Deum? El Te Deum de Reims, con el que concluyó la solemne "Misa por la Paz" de julio de 1962, en la que participaron Adenauer y De Gaulle en la catedral devastada por la guerra, forma parte de la historia de la integración europea”. Hasta el festival de Eurovisión tiene como himno el Te Deum, aunque algunos de los eurofans más empedernidos nos pidan que no felicitemos la Navidad, como si viviésemos en Alfa centauri. Pero Alexandra no se queda ahí, sino que, haciendo un guiño a Hagen, pone los puntos sobre las íes: “Porque el Te Deum, incluso sin película en color ni rosas rojas, es un poderoso drama, un espectáculo del Juicio Final, convertido en piedra en los tímpanos de los portales de las catedrales de la Edad Media”. Y ya, por si alguien no se daba por enterado de que Angelines pudo no haber elegido ese himno por razones paternas (que siempre pueden salir a relucir, como coartada, en nuestra freudiana época a modo de secreto rector de toda nuestra vida no socialmente tolerable), espabila al ignaro que no se da cuenta de que la vida va en serio: “Ángeles, querubines y serafines, los patriarcas del Antiguo Testamento, los mártires y los santos, las vírgenes y los confesores, los poderosos del mundo y el pueblo, una congregación diversa de toda clase se reúne en torno al Juez del Día Final. Ignaz Franz, en su traducción libre, pone en boca de esta congregación una súplica esperanzada y al mismo tiempo severa: ‘Sólo en Ti esperamos, no dejes que quedemos defraudados’. En el original latino, el cambio de los ampulosos coros angélicos al sobrio final no podría ser más fuerte. Al final sólo queda un pequeño ser humano que dice: In te, domine, speravi. Non confundar in aeternum: “En ti, Señor, he puesto mi esperanza. No quede yo defraudado para siempre”. Por cosas como estas alguien muy querido para mí decía que Carlos V era quinto de Alemania cuando era primero de España. La última lección de Angelines. Y de Alejandra. Olé por ambas.

 

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14
Nov
2021
Animus/anima
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puesta de sol

El otro día, en una conversación, a alguien se le descolocó una letra y se refirió a su ministerio como cura animorum. Luego comprendimos que se refería a la cura animarum. El episodio me dio que pensar. Uno se mete tanto en el animus de los que le rodean que se olvida del anima. Fácilmente acaba convirtiéndose en un terapeuta que sondea el espacio de los sentimientos, las vivencias y demás (lo cual es imprescindible: llorar con los que lloran y reír con los que ríen, que dice el apóstol), y se arriesga a olvida el anima, que, aún más si cabe, es de cada quien y no es fácil meterla en un espacio terapéutico; requiere, sin duda, un análisis que no es estrictamente anímico, sino más bien, “almario”

En una ocasión, un fraile que habitaba en una de las mayores megalópolis del mundo me decía que cuando caminaba por la calle él veía fundamentalmente almas. Sin duda el animus casi siempre está en situación precaria. Solo hay que salir a la calle y hablar con el personal. Pero ¿qué pasa con el anima? ¿Realmente está poblado el mundo de almas carentes de todo? ¿Cómo se cuida el alma en un mundo en el que ese término no encubre más que un vacío para buena parte de la gente? Cambiar una letra es fácil. Pensar qué hay detrás de ese cambio nos lleva a repensar las cosas.

Estos días, con motivo del atropello de una niña en Madrid y de la carta que escribieron sus padres, se han publicado diversas reacciones periodísticas, desde el magnífico texto de Jorge Bustos "El abrazo de María", en El Mundo, señalando la magnificencia del cristianismo como elemento estructurador de nuestro modo de estar en el mundo, hasta otras algo más elefantíasicas (en el sentido de desproporcionadas y, aprovechando la paronimia, como de elefante por cacharrería), que se rebelan contra la misma posibilidad de que en el ámbito público se haga presente a un dios que ellos consideran  sanguinario. De vuelta al principio. Si todo es cuestión del animus, nada de lo que ha sucedido es siquiera soportable. Si lo que está en juego es el anima, entonces las cosas se colocan de otro modo, no más fácil –quizá mucho más complejo y doloroso– pero formando parte de un todo absolutamente verdadero, como nos recuerda Job. Es cuestión de anima.

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