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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

18
Mar
2021

El rostro de Casiopea

1 comentarios
Casiopea

Ayer, en clase, hablábamos, de pasada, sobre si el orden es una propiedad de lo real o algo que nosotros imponemos con nuestra mirada sobre las cosas. Quise poner el ejemplo de las constelaciones para iluminar el asunto, aludiendo a la idea de que las formas que vemos en el cielo no están “en el cielo”, sino que “juntamos” estrellas muy distantes para “ver” Casiopea o la Osa menor. “¿Habéis visto Casiopea?”, les pregunte, precisamente porque esa W me parece la constelación más facilmente reconocible del cielo. No la habían visto. Sorpresa. “¿Y la Osa menor?” Tampoco. Pero, “¿miráis al cielo alguna vez?”. “No”. Fin del debate. Si no se mira al cielo físico, que está ahí, a la vista nocturna, cualquier otro cielo les sonará a chino mandarín.

Este hecho es de los que me hacen tomar conciencia de que el mundo ha cambiado tanto que a veces parece que en él cohabitan personas que viven en casas y patrias distintas. El mundo es mi casa, dice aquel, sin darse cuenta de que hay, como dice el Evangelio respecto a otros asuntos, muchas estancias constituidas por intereses y motivaciones tan distintos como los que configuraban para San Agustín la Ciudad de Dios y la terrena. Vivimos en casas de colores muy distintos, con formas diversas y que se airean a distintas horas. En unas casas Casiopea es una realidad cotidiana; en otras no se habla de ella, e incluso se ignora su existencia. También hay casas en las que se asoma la nariz por la ventana para contemplar la constelación, pero no se sabe qué es un youtuber. Sin embargo, más allá de Casiopea y de Youtube, de modo inopinado, surgen ciertas realidades que nos vuelven a poner en sintonía.

En clase de Estética, cuando se trata el asunto ético, suele ser tema de debate la diferencia entre pornografía y erotismo, que generalmente se despacha con un “cuánto se enseña o cuánto se sugiere”, que es una forma de ponerle puertas al campo, es decir, que sirve para bien poco, incluso desde el punto de vista teórico. La clave, según algún autor, es el rostro. En un caso el rostro no existe, y en el otro es el elemento central. Y ahí, sí, de repente todos parecíamos estar en el mismo barco, en la misma patria y en la misma casa. Todo el mundo asentía a la centralidad del rostro en nuestro modo de estar en el mundo. Un tema aparentemente tangencial nos llevó a una revelación ética de primera magnitud: la importancia del rostro, cuyo ocultamiento en esta época de mascarillas se nos hace un cierto símil del ocultamiento de lo divino en momentos de oscuridad. Tardaremos en recuperarnos de esas veladuras, porque el rostro es lo que nos permite ofrecernos y recibir el don de la presencia del otro. Si Casiopea nos situó en mundos distintos, el rostro nos mostró que, ciertamente, estamos en el mismo barco.

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Laura
14 de mayo de 2021 a las 20:48

Precioso texto, Sixto. Me recordó a lo dicho por Jacques Leclercq en su conferencia "Elogio de la pereza" pronunciada en 1936: "Para oír la voz de Dios hay que saber esperar. Moisés esperaba sobre la montaña; ¿Qué hacía entonces en aquel momento? Nada, esperaba. ¿Era que no tenía nada que hacer? ¡Ya lo creo! La Historia no lo oculta: apenas se alejaba, todos esos judíos, en la llanura, se peleaban. Moisés, sin embargo, se queda en la montaña; se queda, pierde el tiempo, según el lenguaje de hoy: se queda porque espera la voz de Dios.
El sétimo día, Dios habla.
¿No oís nunca la voz de Dios? Si vosotros hubierais subido a la montaña, a la media hora hubierais dicho: "Esto no vale", y hubierais vuelto a bajar.
Tengo una devoción especial por el anciano Simeón, porque había llegado al límite de la edad, nos dice el Libro Santo, esperando la consolación de Israel. Y la reconoció cuando sus padres lo trajeron al templo, la reconoció en el Niñito tan sencillo en el que los demás no veían nada... Y los Magos, ¿creéis que hubieran visto la estrella si no se hubieran quedado a veces en la azotea de su casa mirando al cielo?
No veis nunca la estrella, como tampoco oís a Dios. ¿Pero acaso miráis aún a las estrellas? ¿Os quedáis así, sin moveros, en el silencio de la noche, dejando que fluya en vosotros el titilar de los astros en el fondo del cielo?".

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