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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

13
Jul
2015

La voluntad de decidir

2 comentarios

De vez en cuando aparecen argumentos interesantes en los periódicos, argumentos que van más allá del reportaje en cuestión. Hace unos días, El Mundo publicaba un artículo sobre los llamados “vientres de alquiler”, con gente que se manifestaba a favor y en contra del asunto. Entre los argumentos con los que lidiaba el redactor aparecía el de una mujer que decía que “con esta técnica no hay una mujer que renuncie a la patria potestad, sino que ese embrión no es su hijo; un ejemplo casi idéntico lo encuentras en las familias de acogida, pero en una fase de la vida del niño anterior al nacimiento. Cuando es un embrión es mi hijo y cuando nace es mi hijo”. Me quedé con la “fase anterior al nacimiento” de la vida del niño. Este argumento funciona igualmente, sin cambiar una coma, para el debate sobre el aborto, claramente en contra. Pero el debate al respecto, como no se puede ganar en el terreno de la biología, se traslada a otro espacio: el de la decisión. El derecho a decidir es el mantra de nuestra época y preside los debates sobre la maternidad, el aborto, la eutanasia y cualquiera de esas cosas, secesiones políticas incluidas.
El derecho a decidir, o la voluntad como fundadora de lo real, no es primariamente una discusión moral, ni siquiera política, que también, sino teológica, y se remonta en nuestra tradición, como poco –me repito- a la polémica entre realistas y nominalistas en la Edad Media. Para los realistas (Aquino, e.g.), el mundo tiene una consistencia sólida y las decisiones se pueden tomar sobre un trasfondo de cosas que no son decidibles ellas mismas, sino que son las que posibilitan la decisión. Para los nominalistas, la omnipotencia de Dios obliga a despojar al mundo de esa solidez de cosas, que parecen actuar como un freno a la voluntad creadora de Dios. Pasamos eso al espacio humano, cosa que ocurre durante la Modernidad, cuando los debates teológicos se trasladan de tejas abajo y acabamos concluyendo que la decisión humana es origen de todo. Sobre la voluntad de Dios y sus límites se debatió largo y tendido en esa época bárbara, inculta y demás zarandajas con las que se la suele tirar por la borda, el medievo, para más señas, y no se llegó a grandes acuerdos. La capacidad de la voluntad humana para crear lo real es uno de los dogmas de nuestra época. Parece que hemos llegado a un acuerdo incluso antes de discutir. En fin, feliz verano.

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maría jesús
2 de agosto de 2015 a las 05:21

Tomás Moro, dentro de su silencio escogió y valoró cada palabra e ideó una protesta apasionada y al mismo tiempo serena a favor de la libertad del espíritu, iluminado por la verdad.

El cristiano puede vivir sin muchas cosas, pero no puede vivir sin la verdad, es ella la que conduce a la libertad. Su pasión por la verdad debe necesariamente ir unida a su pasión por la libertad.

Moro ingresó en la Torre por seguir la verdad de su conciencia.

Sin esa libertad original del Espíritu, las demás libertades pueden ser cadenas, aunque produzcan admiración y parezcan muy hermosas.

Esto es lo que Moro tiene presente al hablar en algunas cartas del "respeto a su alma".

Hablar de conciencia individual, no significa de ningún modo que esté permitido tomar caprichosamente cualquier decisión, sino más bien, la aptitud y obligación de buscar la verdad en cualquier asunto, con equidad, criterio y humanidad.

Y por eso fue al suplicio sin hacer concesiones, cuando le hubiera bastado aceptar un compromiso equívoco, que todo el mundo esperaba de él, para hallarse de nuevo en el "ocio con dignidad" o en la mentira con una supuesta dignidad.

La auténtica libertad es la fuente de la alegría: "LA CLARIDAD DE MI CONCIENCIA, HIZO QUE MI CORAZÓN SALTARA DE ALEGRÍA", escribió a su hija Margaret, en los últimos meses de vida.

Y esto hacía que el santo, pudiera perdonar, rezar por sus enemigos, y aún en esos momentos difíciles y dolorosos, incluso en el cadalso, con el buen humor, fruto de la alegría de pertenecer a Cristo, antes que al propio interés o a los intereses de otros.

Un contemporáneo de Moro, Nicolas Maquiavelo, escribió:

"Amo a mi ciudad más que a mi propia alma". En esta exclamación la trascendencia se borra, el espíritu se aplaca, la conveniencia está por encima de la verdad, y el ser de las cosas se manipula causando incalculables perjuicios. Las consecuencias las conocemos mejor nosotros y mucho más trágicamente que Maquiavelo.

Como decía Chesterton, "dentro de la Iglesia uno tiene que quitarse el sombrero, pero no la cabeza". No luchaba Moro obstinado en su concepción personal ni subjetiva sino en defensa y amor a la verdad.

No aspiraba a "salirse con la suya", sino con la de Dios. Moro murió por una verdad que en su época había sido puesta en peligro. Moro era un intelectual de primera línea, figura cumbre del humanismo renacentista europeo.

Tomás Moro estudió la cuestión con objetividad y se aseguró con firmeza en la verdad.

Su conciencia estaba bien formada, su fe era razonable y su contenido había conocido largas horas de reflexión y de estudio. No murió por defender una simple opinión de su cabeza ni por un capricho de su conciencia, sino por salvaguardar la conciencia en la verdad objetiva revelada.

Se opuso a una ley dictada al antojo por intereses del momento. Se le cortó la cabeza porque ella era lo que sus enemigos no pudieron conquistar en él y necesitaron de un traidor que con perjurio lo acusara infamemente.

Parecería que la verdad venció sobre la mentira, pero ¿ha sido así?. Veritas magna et prevalet. La verdad es grande y prevalece (San Agustín) Su testimonio aún sigue hasta nuestros días y nos compromete.

El peso de su carácter, de su energía viril, de su honestidad, de su formación jurídica y sus quince meses en prisión es abrumador en lo que respecta a sus razones en defensa de la verdad, de lo que las cosas son realmente, del bien, de la justicia.

Había mantenido con su inteligencia y prestigio humanista, con la tinta de su pluma, la fe de siempre muchos años antes de librar la última batalla con la sangre de su cabeza.

En un bote antes de ser apresado, hablando con su yerno William Ropper sobre la posibilidad de perder su libertad, Moro le manifestó: "La batalla está ganada". La batalla está ganada, existen muchas interpretaciones de esta expresión: la batalla de Moro consigo mismo, la batalla frente a la tentación, la batalla contra los temores, la batalla del bien contra el mal, la batalla de la verdad contra la mentira, la batalla de la muerte contra la vida, la batalla que ya Cristo ganó por nosotros.

La batalla está ganada, pero no abandonemos la lucha. Estamos llamados a ser notables soldados de Cristo, sobre todo para que no hayan más víctimas inocentes del relativismo en lo concreto.

Si Dios no existe, ya todo está permitido –decía Dostoievsky-. Debemos prepararnos para ello siempre, para anunciar el esplendor de la verdad en nuestro mundo, hasta las últimas consecuencias.

Para terminar, quisiera repetir algunas frases de la entrevista sobre Tomás Moro a Oscar Luigi Scalfaro, expresidente de Italia: "Para ser buenos políticos hay que ser, ante todo, personas íntegras y formadas; formadas especialmente en la vivencia según los valores cristianos.

De este modo pueden ser fuertes interiormente para poder resistir a las tentaciones del poder. Fuertes con la gracia de Dios, que conquista y que se mantiene con la oración y sacramentos.

Cuando Moro tenía entre manos algún asunto importante o grave, iba a la Iglesia, se confesaba, asistía a Misa y recibía la Comunión. Reconocía que el poder era un don que venía de lo alto. El poder por el poder es diabólico; es el pecado de soberbia; es, sobre todo, pensar en sí, en la propia carrera, en el propio interés.

¡Lo opuesto al servicio de la comunidad! La formación de la persona forma parte de los derechos y deberes naturales de la familia, es decir, de los padres.

Ahora bien, también es un deber primario de la Iglesia, que es madre y maestra, y tiene la tarea formar integralmente a sus propios hijos.

La responsabilidad de la Iglesia en este campo es grande: ¿quién mejor que la Iglesia puede hacer sentir al cristiano que, como ciudadano, no se puede quedar en casa durmiendo, que el bien común depende de cada uno y que el sacrificio por la comunidad es un deber de justicia?.

El desafío es grande y necesita personas y sobre todo jóvenes dispuestos a vivir la política como una misión, dispuestos a seguir los grandes ideales del Evangelio, con generosidad y afrontando todo riesgo.

"Simón, tú duermes?" Pedro y los demás lo amaban con locura pero estaban en estado de somnolencia.

"Simón, tu duermes?".

Pongamos allí, en lugar de Simón, nuestro nombre, ensimismados con esta pregunta de Cristo.

Permanezcamos así, despiertos, escuchando a Jesús que nos habla de nuevo.

Espero que te agrade y mucho más, que no lo olvides:

LIBRE SIEMPRE EN TU CONCIENCIA Y DELANTE DE DIOS, SIN OLVIDAR JAMÁS, QUE LA ÚNICA VERDAD ES CRISTO.

UNA VERDAD QUE AMA HASTA EL FINAL, QUE ES MISERICORDIA, PERDÓN Y PROMESA: " ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO"

Angel Plaza
2 de septiembre de 2015 a las 17:25

La voluntad o el deseo? La voluntad o el capricho?
De todas formas todos estos "derechos a decidir" deben ser un buen negocio para alguien mas que aquellos que supuestamente van a decidir...
Saludos
Angel

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