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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

25
Nov
2008

No parto de cero

1 comentarios

Hace años, el filósofo de la religión A. Flew propuso (y creo que alguna vez he hecho referencia a la misma) la celebérrima parábola del jardinero invisible, que venía a demostrar que Dios es un concepto que no se puede falsar. Bueno, dejemos eso para los universitarios, que deben tener buenos profesores que les explicarán eso y cosas al menos tan interesantes como eso. Pero esta mañana, mientras escuchaba en la radio hablar a nuestros representantes electos me preguntaba algo semejante, pero con mucha menor trascendencia: ¿qué demonios tiene que pasar para que nuestros gobernantes digan que se han equivocado, que lo han hecho mal o que no tienen ni idea de lo que se les viene encima? Como se ve, mi desconfianza hacia los partidos es total. Si acaso, hay políticos, sueltos, danzarines en un mundo de confusión, que me inspiran simpatía y cuyos esfuerzos comparto… Pero la inmensa mayoría son, y creo que algunos hechos (con perdón por usar esa palabra casi proscrita por algunos filósofos) me dan la razón (otro vocablo cargado con pólvora). No sé si hay crisis, recesión o paro. Si sé, y en eso me pongo muy positivista, que hay al menos una serie de personas (2, 3 ó 2.000.000) a los que les va infinitamente peor que hace unos meses, cuando todo era días de vino y rosas. Mientras tanto, los titulares de los periódicos vienen ocupados por si quitamos crucifijos en las aulas, si Obama esto o si Rouco lo otro. Lo siento, pero no me interesa. Lo que más me preocupa es que los que están en el gobierno son como las vanguardias intelectuales soviéticas, que están convencidos de que ellos saben qué le conviene exactamente al proletariado, que es (aunque no lo digan actúan como si tal, lo cual a los efectos es peor) una masa inculta y adocenada a la que hay que guiar, para que no se pierda. Ah, claro, y de estas vanguardias, viene la idea de que, para seguir aquí (porque somos los mejores), apegados al escaño y al despacho, hay que hacer que la plebe se pegue por crucifijos o cuestiones de bioética, conquista de planetas ignotos o las tesis de San Hermenegildo.

Nota para navegantes: ya nadie parece distinguir entre Estado aconfesional y laico (la prensa habla indistintamente de ambas cosas). Tampoco es que me preocupe excesivamente, al menos de momento, salvo por la ideología que subyace a esa tesis: que detrás del laicismo no hay presupuestos ideológicos. Y la peor de las máscaras, la más falsa, es la desnudez (no lo digo yo, sino Nietzsche). Desconfío mucho del que dice que parte de cero.

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entos susurrante
26 de noviembre de 2008 a las 12:34

Por supuesto que nadie “partimos de cero” (¿cómo sería eso posible?) y afirmarlo no es sino pura ingenuidad (por decir “ignorancia” de forma atenuada). Esa conciencia de “tabla rasa” no es sino la incapacidad de activar en nosotros la necesidad de comenzar a “deconstruir” lo heredado, de analizarlo, para pasar a “reconstruirlo”, si es que merece la pena… Claro, esta tarea no es fácil, ni lineal, y ojalá se prolongara toda la vida esta actitud de “alerta” honesta (sobre todo “honesta”) ante todo “lo que nos llega” para reflexionar sobre ello. Por cierto, a quienes debería exigirse esa práctica por principio es a los gobernantes (“los políticos” que solemos decir) porque esta capacidad filosófica (no hay otro adjetivo mejor para ella) debería ser inherente al cargo que ocupan. Si esto no es así, como diría Platón (o denuncia Sixto en su comentario), “no habrá fin para los males de las ciudades ni del género humano”. ¿No sigue siendo absolutamente actual la necesidad de que los gobernantes se dediquen a la filosofía (“de verdad y de forma suficiente”) o que los filósofos (los “verdaderos”) sean gobernantes? No perdamos la esperanza.

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