9
Ago2024¿Qué hay de comer hoy en el banquete olímpico?
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Ago
No es fácil determinar si la célebre parodia de la inauguración de las Olimpiadas lo es de La última cena, de Leonardo, o de El banquete de los dioses, de van Bijlert. Puede ser que la inspiración del artífice haya sido este cuadro, cualquier otro, o ninguno. Cabe la posibilidad de que, cuando alguno empezó a protestar y la cosa fue creciendo en intensidad, algún historiador adepto a la causa olímpica recordase de súbito esa pintura, en la que un sátiro alza el brazo de un modo conspicuo, que se asemeja bastante a como lo hace una de las actrices del fondo de la parodia, en un momento, quizá, quién sabe, de aburrimiento o de anquilosamiento muscular. O puede que cada gesto y posición estuvisen perfectamente estudiados conforme a ese modelo pictórico. Los carpetovetónicos que hemos visto la Viridiana buñuelesca no pudimos evitar hacer la asociación leonardiana. Pero eso puede ser por cosas nuestras, que cuando vemos algo que se parece tanto a la torre Eiffel, lo interpretamos como un homenaje o parodia de ella, pero resulta que no, que lo es del lisboeta elevador de Santa Justa. Todo es posible, de modo que podemos seguir el debate ad calendas graecas. Las opciones que tenemos para reconstruir la génesis y las intenciones que laten tras esa representación son innumerables, y tampoco tiene toda la importancia del mundo lo que pretendiese el artista, no hay que ponerse así (lo cual no significa que no tenga importancia en absoluto). Cuando un poeta quiere transmitir su sensación de pesadumbre y buena parte de su público interpreta su soneto como si el artista estuviese embriagado de júbilo, cabe pensar que la reconstrucción de esa génesis creativa puede hacer bien poco por el resultado poético.
Lo más importante de este asunto es, a mi entender, que esas quejas, un tanto desvaídas, quizá con la boca pequeña –aunque no falte quien se ha sentido muy dolido– manifiestan algo llamativo: que la cosa no está completamente muerta. No hay muchos practicantes de la religión olímpica que hayan protestado porque a Dioniso se le haya representado como a papá Pitufo, cosa que habrían estado en su derecho de hacer. Ni siquiera los amantes de las bacanales han alzado la voz. Eso indica que esa religión está difunta y esqueletizada. Por el contrario, ese “oiga usted, haga el favor” de ciertos cristianos –y no cristianos–, incluso aunque hubiesen interpretado de modo deficiente la cosa, a decir del artista y sus corifeos –cosa que me inclino a pensar que no han hecho: si anda como un pato, parpa como un pato...–, deja ver que hay cosas que todavía importan. No todo da igual. Y está bien decirlo, aguantando ancas, que decían los clásicos.