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Sep2007Las casullas ecológicas
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Sep
de Sixto Castro Rodríguez, OP
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Ahora sí que soy consciente de que este blog ha superado fronteras. Los colombianos me leen, al menos eso es lo que me han dicho. ¿Qué consecuencia he de sacar de esto? Pues una muy clarita: las mindundeces que nos acontecen en España, impulsadas por nuestros mercachifles, ahora llamados políticos, importan poco a los que no resultamos enervados por ellas, así que voy a prestarles poca atención. Sólo me detendré, de ahora en adelante, en las cosas que puedan tener alguna aplicación universal. Una de ellas es, por ejemplo, la muerte de fr. Aniano, del convento de San Pablo de Valladolid, que ya pasó, el pobre, su purgatorio personal en estos últimos meses, por no decir años, en los que la cabeza estaba encima de los hombros, pero no había nadie al volante. Seguro que Dios lo ha acogido ya en su seno, porque el prior de mi casa de Valladolid, Juan Carlos Cordero, ya se ha encomendado a él, y si lex orandi, lex credendi, sólo queda sacar la conclusión: blanco y en botella.
Por otra parte, el capítulo está muy próximo a acabar. Vamos a ver si nos da tiempo a comprar algo de café para llevar a España, que uno, fraile mendicante, no está para muchos excesos pecuniarios, de modo que los que nos reciban en España tendrán que conformarse con el rico café colombiano. Algunos capitulares tienen ya hechas las maletas y están deseando volver a sus cubículos (o a Dios sabe dónde); otros se irán sin duda con pena. Seguramente en su convento (y quien dice convento dice provincia) no les van a tratar tan bien como aquí. Pero aún quedan cosas por vivir en el convento de Santo Domingo de Bogotá, entre otras la fiesta de NPSD. A ver qué nos preparan estos hermanos, que sólo Dios sabe por dónde pueden salir.
El día de ayer fue espectacular para los capitulares. Fuimos a Chiquinquirá, santuario de la patrona de Colombia regido por los dominicos, donde nos hicieron un recibimiento multitudinario, como nunca había visto. Tras ello, viajamos a ver el convento de Ecce Homo, refugiado entre valles y montañas, que fue fundado por los frailes de la restauración. Una joya. Y finalmente, llegamos a Villa de Leyva, una auténtica maravilla. Glosar cada uno de estos eventos me llevaría un rato, así que no lo voy a hacer, ya que le estoy robando tiempo a la traducción, que es para lo que vine aquí. Huelga decir que la fraternidad y alegría del día estuvo al nivel que el evento merecía. Cuando volvíamos a Bogotá, en una viaje de una duración prevista de 3 horas, tras una horita de aguantarme, porque me venía meando (término exacto), me acerqué al conductor, y, una vez consultado Javier mi provincial, que estaba sentado junto a mí (buscando no tanto permiso, cuanto refuerzo), le dije, algo así como: me meo, pare donde pueda, por su madre, o voy a tener que hacérmelo sobre Mario Jabares, que estaba sentado ante mí. El conductor se comunicó con los otros dos autobuses (“vamos a parar, porque un curita se está orinando”), y así, nos detuvimos en una especie de chiringuito. Vergüenza la mía, que paré toda la comitiva capitular. Pero hete aquí que, cuando bajaba, veo que empiezan a salir frailes de los otros autobuses, corriendo como alma que lleva el diablo. Unos cuantos éramos los que teníamos necesidades mingitorias, pero unos por otros, nadie se atrevía a parar la comitiva real. Se formó luenga cola en el baño. Los fumadores disfrutaron de su cigarrito y los que tenían hambre desatada, pudieron comprar algo para comer. Casi todos los frailes bajaron a estirar las piernas. No voy a sacar una regla general por inducción a partir de este caso concreto, sólo un ejemplo que me hizo pensar: la satisfacción de las propias necesidades urgentes, sean las que fueren, a veces trae el bienestar de la comunidad. ¿Será cierto?
El capítulo avanza poco a poco. Se van aprobando algunos documentos, otros están a la cola, esperando autorización para el despegue en la sala capitular, y así, inopinadamente, sin que nadie sepa muy bien cómo, el capítulo va alcanzando su final. Cuando los frailes lean las actas (los que las lean, que no serán todos y me temo que tampoco muchos, cosas nuestras, ya sabe usted) no alcanzarán a captar siquiera una mínima parte de lo que se ha luchado, discutido, debatido y consensuado en las comisiones para que tales documentos hayan salido adelante. Palabras por aquí, el rey de las comas por allá (“sobra una coma”, “cambia el punto por dos puntos”, etc.), ideas que no están claras… Cada lector interpretará las actas y tratará de llegar a la res, a la cosa que está más allá de las palabras (que sí, que hay más allá del lenguaje, aunque los estructuralistas y sus seguidores se liasen la manta a la cabeza para convencernos de lo contrario) para ver qué han pretendido hacerle llegar los capitulares. Y desde luego, los lectores que se encuentren con las páginas capitulares en sus celdas difícilmente accederán a lo que aquí se ha vivido. Porque los capítulos generales, independientemente del resultado escrito que se coseche, son siempre un momento de gracia para los que asistimos. La fraternidad, la alegría, el palique y las sonrisas, los eventos tristes y las noticias sombrías enriquecen la vida de los asistentes. Y de qué manera. Javier Carballo, mi provincial, me preguntaba el otro día si no estaba ya cansado de asistir a capítulos. Pues claro que no, le dije, me lo paso bien. Y probablemente sean estos encuentros una de las ocasiones privilegiadas para tomar conciencia de la verdadera dimensión de la Orden, que no es la de nuestra provincia, y menos la de nuestra casa. Hay más mundos. Y yo los he visto.