Fíjate tú que este fin de semana, por razones ajenas a mi voluntad, no había leído el Babelia, el suplemento cultural sabatino de El País. Resulta que, pata mi agradable sorpresa, el tema de la semana son las religiones, con glosas a las obras que copan el mercado y cuyo “tema común” es Dios, la religión, la relación entre ciencia y fe, los fundamentalismos, etc. (ojo a las comillas de “tema común”, que sólo falta, para que estemos todos, lo mal preparados que están buena parte de los miembros del episcopado español). No he leído el libro de Dawkins, al que, sin haberlo ojeado ya me referí en otra ocasión, y eso hay que sanarlo in radice, o sea que no volveré a hablar del mismo hasta que lo lea. Pero sí he leído con fruición de aspirante a Lama tibetano todos los artículos que glosan esa y otras obras en El País. Bueno, bueno, bueno. Voy a cerrar el kiosko de las clases de teodicea, y voy a decir lo que me salga de la reyerta (esto hace referencia a un chiste que contaba Juan Almarza, OP, de modo que supongo que no entenderán el sentido gracioso, pero sí pueden darle un sentido figurado). Da la impresión de que quien juzga los libros no tiene criterio, y si lo tiene, asusta. Por ejemplo, y cito, Joseph Ramoneda habla de que el libro de Dawkins gasta cantidad de energías “en desmontar los clásicos argumentos sobre la existencia de Dios codificados por la teología católica. Pelear contra argumentos que sólo se sostienen bajo el parapeto de la fe…” ¿Qué? Pero si precisamente esos argumentos son los que no exigen fe para nada. Uno puede analizar esos argumentos y creer o no creer, pero antes o después, nunca a causa de esos argumentos. Los clásicos premabula fidei son eso, un discurso que está alrededor de la fe, pero ni la obliga ni la desmonta. Vamos, ya desde el siglo XIII (como se ve, el último berrido intelectual tiene 8 siglos). Por otra parte, buena parte de la reflexión de la filosofía de la religión anglosajona (sí, esa que no vende y que no lee nadie, porque supone pelarse un poco el fondillo y quemar las cejas) versa en torno a qué demonios será eso de la fe. Pero nada, para muchos, que aprendieron en el Astete/Ripalda que fe es creer lo que no vimos, no es necesario pensar más. Tomamos esa definición, que sirvió a nuestras abuelas, y hala, tira para delante, si es posible sin mirar hacia los lados, no vaya a ser que resulte que haya un paisaje lateral y nos despistemos de nuestro camino recto y aburrido (gerade aus, que dicen los alemanes, o sea, todo pa’lante, sin mirar en derredor). Y, citando a Sam Harris, “el futuro del mundo depende de que la religión tenga sus días contados”. Ayayayayayay. ¿Qué querrá decir con esto? Ya seguiré otro día, que este dossier da para hacer una “tesis de errores e malentendidos que pudieren acontecer a quien non legere sino una obra, a lo sumo dos, y quienes consideraren que las cosas son así, fáciles e reductibles a una causa tan contingente que non durará nin resistirá un examen, con la venia de blablabla”.
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