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Mar2016El Bosco
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Mar
Con motivo del año Bosco, que ha traído consigo le esperada polémica respecto a la autoría real de algunas de sus obras (lo interesante es que no hay manera apodíctica de asegurar esa autoría, solo de falsarla: hay un elemento de confianza ineludible), el comentarista de un periódico señala algo que no por sabido deja de ser importantes: “las visiones diabólicas de El Bosco siguen siendo seductoras y más populares que nunca. Puede que pocos tiemblen con sus advertencias de la cólera de Dios, pero muchos buscarán en google las imaginaciones de un hombre extremadamente singular”. Esto es lo que algunos filósofos, ya desde hace un par de siglos, proclamaban cuando hablaban de la “muerte del arte”. El modo moderno y contemporáneo de asistir al “arte” es eso, moderno, como si la "obra de arte" fuese una cosa contemplada para decir: oye, qué cosa tan bonita (o tan fea, o tan conmovedora). Mírame y no me toques. Y añadirán: puedes prescindir por completo de la visión del mundo y del modo de vida en el que nací. Ah, y no te olvides de considerar al artista, ante todo, como un revolucionario que pretende cambiar con cada gesto suyo el statu quo de cada momento. Es otro paradigma, si podemos llamarlo así. La cuestión es: ¿y si uno quiere habitar en cierto modo el mundo de El Bosco (o de Fra Angélico, o de Bach, si me apuras) en tanto que parte de vivir una vida “religiosa”? A veces, ciertas formas de arte contemporáneo están más cerca de esa vida de la que el “arte” forma parte que de aquella de la que se segrega como un espacio ajeno.