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Agustín, Edipo y Dominique
1 comentariosSegún nos cuenta el reseñista, parece que a la autora de este libro no solo no puede comprender que haya gente creyente, sino que la cosa le enfada. Le pone de mal humor hasta que nuestra amada monja del “Dominique” compusiese en su día esa canción, que no logra sacarse de su cabeza. Que ya son ganas de enfadarse.
Pensaba hacerme con el libro, pero es cierto que tengo demasiados sobre mi mesa, y he de elegir, pero si acaso alguien quiere hacerlo y luego nos cuenta su opinión, adjunto el enlace. Advierto que, según la reseña, la conversión de San Agustín es un Edipo de libro: Agustín se convirtió para librarse de su adicción al sexo, y lo que le hizo caer en ella fue ese Edipo, supongo que mal resuelto, ya que su madre era su objeto de deseo inalcanzable en la carne, pero no en su fe. Y así, en esa línea, parece que todas las demás conversiones famosas narradas tienen una causa perfectamente comprensible y sostenible dentro de nuestra concepción dominante del mundo (en la que curiosamente se acepta el Edipo, que no acabo yo de ver cómo encaja con ese naturalismo ramplón que hace que San Pablo que convierta por un porrazo contra una piedra o Chesterton lo haga para escapar de la confusión que le provocaba el mundo secular moderno). ¿No existe la menor posibilidad, por pequeña que sea, de que Dios…? No, ya no hay sitio en la posada. Pues hala. Siga usted con su Edipo superpoderoso y omniexplicativo.
Por cierto, invito a quien lo desee a leer un blog naciente y de mucha enjundia: Misericordia veritatis. Que sea por muchos años.