Lo prometido (y lo que me recuerdan) es deuda. La obra que quería comentar (y he ido dejando pasar la ocasión, no sé por qué) esla de KarenArmstrong, En defensa de Dios. El sentido de la religión, Barcelona, Paidós, 2009. De entrada he de decir que se lee de un tirón, lo cual no es poco en un libro de más de 400 páginas. Lo que la autora defiende es que frente a la idea antigua de la divinidad como incognoscible, la época contemporánea desdeña lo que no entra en el logos que ella misma ha generado y olvida que la religión no es tanto un conjunto de pensamientos cuanto una forma de vida en la que esos pensamientos cobran sentido. En nuestra época, en la que se desprecia el no-saber, el misterio ha quedado desacreditado desde el mundo moderno: los teólogos adoptaron, en él, los criterios de la ciencia, con lo que los relatos del cristianismo se interpretaron como datos empíricamente verificables, de modo que se rompió una tendencia secular, lo que dio lugar a dos fenómenos: el fundamentalismo y el ateísmo.
En la primera parte del libro, Armstrong explora el mundo antiguo, medieval y premoderno, donde el discurso religioso no estaba destinado a ser interpretado literalmente, pues sólo en términos simbólicos era posible hablar de una realidad que trasciende el lenguaje. Por ello, la religión, en la antigüedad, era fundamentalmente una actividad práctica, disciplinada, sin la cual las enseñanzas carecían de sentido, en la que había una enorme libertad interpretativa (que la autora ilustra con ejemplos, algunos divertidos), siempre rodeada por la conciencia del no saber último. Por eso es tan importante señalar el problemático paso de la concepción antigua de creencia o pistis, entendida como confianza, a la creencia moderna, entendida como asentimiento teórico a una proposición hipotética, con frecuencia dudosa. Esto es lo que centra la segunda parte de esta obra, que se desarrolla de la modernidad en adelante.
La modernidad trae consigo la idea de que la fe justa es la aceptación de enseñanzas correctas, de modo que la verdad religiosa se va haciendo cada vez más objetivista, y la sola razón, despojada de la práctica y de una forma de vida, da lugar, cómo mucho, bien lo sabemos, al deísmo. La Modernidad, además, trae consigo la equiparación de Dios con un ser y de la teología con una ciencia clara y distinta. Si hasta este momento la creación no podía revelar la naturaleza de Dios, de repente el estudio del universo nos muestra cómo es Dios (cosa que los teólogos medievales no hubieran aprobado, porque aunque las vías tomistas hablen de la existencia de Dios, no nos dicen qué es). Dios pasaa ser un elemento más de un sistema científico, que debía ser tan racional, claro y distinto como cualquier otro hecho verdadero de la vida; deja, por ello, de ser trascendente y queda encerrado en los conceptos y en el lenguaje. La ciencia se vuelve apologética del deísmo (que no del ateísmo, que el mismo Voltaire consideraba un mal monstruoso), donde lo natural y lo sobrenatural tienden a confundirse, pues sólo cabe razonar de acuerdo con el método científico. Como reacción aparecen los movimientos pietistas en plena Edad de la Razón. Ahora bien, al depender en tal alta medida de la ciencia moderna, las iglesias se hicieron vulnerables precisamente a este tipo de ataque, que socavaba los planteamientos de los mismos científicos que habían sido los paladines dela religión. Laconvicción premoderna de que el mundo no puede decirnos nada de Dios había desaparecido: Dios es ya un ser y una sustancia del universo. Y de aquí se pasaa negar la existencia de Dios, puesto que no es verificable por los mismos criterios de la ciencia. La dependencia que habían asumido los cristianos respecto del método científico, que les era ajeno, es la razón de que después de Darwin pueda hablarse de un ateísmo que no niega las pruebas científicas.
El final del siglo XVIII y el siglo XIX es época del enfrentamiento entre fundamentalistas y ateos, ambos enzarzados en lecturas literalistas dela Biblia. Almismo tiempo, se cuestiona la misma naturaleza dela creencia. Alhacer de Dios una verdad puramente teórica alcanzable por el intelecto racional y científico, sin ritual, oración ni compromiso ético, hombres y mujeres lo habían matado para sí mismos y todo lo que el símbolo de Dios había señalado empieza a ser eliminado dela cultura. Supuesto lo ocupan ahora otras realidades, en forma de ideologías seculares modernas, que se mostraron tan letales como la intolerancia religiosa. Por ello, contemporáneamente se ha vuelto a la teología apofática, con la negación de la existencia de Dios (Dios está más allá de la esencia y la existencia), al que se afirma como “el fondo del ser”, que no sigue la ideología del método científico. Esto, por supuesto, no satisface a los nuevos ateos (de pobre formación teológica e histórica), que, como los fundamentalistas religiosos, creen que sólo ellos están en posesión de la verdad.
Está de más decir que a mí me encantó esta obra de Armstrong, enla suenan ecos de Wittgenstein y Heidegger. Si alguien quiere refrescar lo que sabía o aprender algo que le ayude, se la recomiendo de verdad.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.