Dic
Bach cioránico
3 comentariosAyer le comentaba a un buen amigo, que acababa de ser uno de los afortunados intérpretes de una excelente versión de la Misa en Si menor de Bach, que este teutón es ciertamente uno de los mejores argumentos para la existencia de Dios. No lo digo yo. Lo dice ese filósofo desencantado, Cioran, que no es sospechoso de pertenecer a ninguna cofradía del Rosario ni de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Para él “todo lo que conocemos sobre Dios no vale lo que un acorde de órgano.” Y algo de razón tiene, me temo. Bach es uno de esos personajes atravesados por Dios de arriba abajo, en su obra, en cómo esta traduce a sonidos y versos el catecismo, y en cómo ella misma es su espacio de relación con Dios. “Ante tu trono me presento” fue el último coral que compuso. Y, según ese texto tan maravilloso que es La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, más o menos histórico o fabulado, en sus últimos momentos escuchó el coral Todos los hombres deben morir, cuya versión suena de vez en cuando en la iglesia de San Pablo con la convicción casi absoluta del tañedor de que, para el oyente, lo que suena es una música más, pues las referencias religiosas de lo musical nos son tan arcanas ya como el griego ático para el común de los mortales.
Hace años, en un “librúsculo” que se presentaba como biografía de Bach, el escribano, sin ningún argumento de peso (más allá de que el músico se había pegado con las autoridades eclesiásticas en una de las ciudades en las que había trabajado) sostenía que Bach, en realidad, no era religioso. Eso es mucho decir, y si se acepta de los epistemólogos aquello de que afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias, no vamos a exigir menos en este caso.
Si se escucha su música, como Cioran, y se lee la innumerable cantidad de dedicatorias de sus obras al Dios altísimo, o se echa un vistazo a las diversas biografías que, por humanista que lo quieran presentar, no pueden dejar de citar lo que es más que obvio, parece que la figura que emerge es, en efecto, la que se ha denominado “el quinto evangelista”. Pero para crear un personaje adaptable a los gustos de hoy se aplica el espíritu del tiempo y se afirma que un hombre dieciochesco del siglo XVIII, de haber vivido en nuestra época, no se habría dejado engañar por cuentos de viejas o viejos, que tanto da. Eso me da que pensar que el asunto no está ni en Bach, ni en el ser humano ut talis, sino en la época, en eso que los mismos alemanes llaman la Zeitgeist. La cuestión de Dios tiene que ver, ante todo, con la época, el espíritu del tiempo, esa coordinación de sucesos y eventos temporales, geográficos y sociales que da como precipitado un marco en el que ciertas ideas o creencias encuentran pista libre mientras que otras no tienen cabida. Como en Belén. Las épocas van y vienen. Bach queda y, con él, otra narración del evangelio.