Jul
Bogotá
0 comentariosAndo por Bogotá, asistiendo como intérprete al capítulo general de los dominicos. Cualquiera que venga a esta ciudad se quedará patidifuso por el contraste que hay, quizá más marcado que el que he podido apreciar en otros lugares de América Latina: una calle divide lo que separa la mayor riqueza de la mayor pobreza. Esa tierra de nadie que separa dos mundos es quizá el lugar en el que habría que situarse, para poder mirar a lo que piensan y viven unos y otros. ¿Qué puede esperar el que no tiene nada que perder y todo que ganar? ¿Y qué le cabe esperar al que cree tenerlo todo y sólo se asegura de no perderlo? La plaza de Simón Bolivar, el centro neurálgico de la ciudad colonial no es el centro neurálgico de la ciudad moderna. Al contrario, allí lo más a lo que se puede aspirar es a una buena neuralgia no tanto por la altura a la que se encuentra la ciudad (2600 m.) cuanto por la mezcla de estilos arquitectónicos (lo colonial convive con fealdades arquitectónicas modernas que no sabe uno quién las perpetró). La pobreza de los que copan la ciudad antigua agudiza el negocio: se venden minutos de llamadas por teléfono móvil, cosa que yo no había visto nunca, pero el hambre aguza el ingenio, no hay duda de ello. La primera impresión es la que queda, dice el anuncio de colonias. No lo creo cierto. Estoy seguro de que esta impresión tan extraña que tengo de la ciudad va a cambiar en los próximos días, porque la vida es dýnamis, cambio, fuerza, si no no sería tal.