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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

12
Dic
2010

El Bach de Harnoncourt

2 comentarios

Me ha encantado la entrevista a Harnoncourt que se publicó en el Babelia de hace una semana. Este músico es uno de los que ha recuperado una forma hermosa de interpretar la música barroca (y a partir de ahí, casi podemos decir, toda la música antigua, ya que algunos llaman así a toda la música que se crea hasta J. S. Bach, éste incluido). Y es que este espléndido músico puede decir que la música bachiana está consagrada a la gloria de Dios. Y uno dirá que vaya cosa, que eso lo sabe cualquiera. Bueno, no era la moda hace unos años, es decir, la historiografía revisionista se basaba en diversos pasajes de la vida de Bach (su enfrentamiento con sus superiores eclesiásticos en alguno de sus oficios, su utilización de recursos profanos o la composición de una enorme cantidad de obras no religiosas) para aventurar la imagen de un Bach casi postmoderno, que toma lo que le parece de la tradición luterana y va a lo suyo, a su “arte”, que es fin en sí mismo. Aparte de ser una concepción anacrónica del arte, los textos autógrafos de Bach no pueden ser más claros. Una de sus obras magnas, de obligada interpretación para cualquiera que se inicie en el arte de tañer el órgano, es el Pequeño libro de órgano, cuyo incipit reza: "Pequeño libro para órgano, en el que se imparte al organista principiante enseñanza sobre toda suerte de maneras de desarrollar un coral, así como para mejorar su técnica del pedal, puesto que en estos corales el pedal está tratado por completo en obbligato. Para honrar al solo Dios altísimo y para enseñanza de mis semejantes". Y así podemos recorrer encontrar casi confesiones de fe en varias de sus obras. Por supuesto que uno no tiene por qué convertirse en Bach para disfrutar de su música. Pero de ahí a trasladar las propias convicciones al mismo proceso creativo de Bach media un abismo (hermenéutico e historiográfico). A veces, para decir cosas obvias hace falta ser un tipo grande, como es Harnoncourt, quien afirma que "entender que el arte es lo que nos hace humanos puede ser una especie de bendición relativa a un sentimiento religioso. No existe pueblo en la tierra, entre Siberia o África, que no consagre su creatividad a un sentido elevado. Siempre nos enfrentamos a un gran misterio sobre lo sagrado".

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JM Valderas
13 de diciembre de 2010 a las 19:01

Carísimo, cuántas veces no hemos vibrado con las sonatas de Bach acompañando textos religiosos, sin saber a quién atribuir la emoción, si al músico o al escritor. Profesiones de fe de ambos. Como fue una sincera profesión de fe la labor de Boyle, Newton y demás creadores de la ciencia moderna. Con sus dudas y heterodoxias. Oportuno post en este domingo Gaudete.

entós susurrante
14 de diciembre de 2010 a las 14:03

Me permito señalar otras dos frases de Harnoncourt de esta, en efecto, estupenda entrevista que nos muestras, además de ese párrafo tan lúcido que has escogido sobre lo universal de la creatividad y su orientación hacia un sentido elevado (que con urgencia debería estar bien visible siempre que se hable de arte en algún lugar, hoy día). Estas son: "no creo en el progreso, pero sí en el cambio" y "desde los griegos, seguimos planteándonos las mismas cuestiones". La idea de que es imprescindible que comprendamos que, mientras estemos en la Tierra, estamos “sometidos” al cambio, es la primera sobre la que se advierte desde los albores de la filosofía griega (no, no es una “tesis” exclusiva de Heráclito, él, como todo filósofo, se da cuenta de que “todo fluye” y, por la misma razón, es un mensaje que se encuentra en toda filosofía de toda cultura). Si no aceptamos esta regla “del juego de la vida”, ya sabemos lo que nos pasa: querer “eternizar” lo efímero, “agarrar el tiempo” pensando que ese sumergirnos en los placeres nos va a permitir “tocar suelo firme”..., y las consecuencias también nos son muy conocidas: depresión porque se “nos escapa” lo que creemos esencial, impotencia (es decir, ira, amargura, insatisfacción plena) por no poder controlar lo que nos parece que “debería” ser estable (sí, es verdad, desde nuestra lógica siempre consideramos que las cosas que no nos gustan deberían ser de otra manera, aunque eso no suele implicar –oh paradoja- que tengamos que hacer ningún cambio sobre nosotros).
Aunque hasta aquí parezca que he tomado las palabras de Harnoncourt como quien a propósito de que San José, que era carpintero, pasa a hablar de confesionarios (que son de madera), lo que quiero decir es que ese reconocimiento de que “no hay progreso sino cambio”, nos sitúa en una posición de humildad imprescindible para el verdadero crecimiento humano, porque reconocemos la deuda con los grandes que nos precedieron, sabiendo que podemos seguir transformando la realidad (ojalá que sin perder “el sentido de lo elevado”) porque eso es lo propio de la vida, el cambio. Esto será un neutralizador de la soberbia de creernos “ahora” en el momento más lúcido de la historia, más inspirado para el arte o con mayor comprensión de “lo que son las cosas”. Esto nos incapacita para podernos apoyar “en los hombros de los gigantes que nos han precedido” y así conformarnos con mirar a ras de suelo, creyendo –esto es lo peor- que estamos teniendo la visión de un águila real.
¡Qué bien que podamos leer palabras tan sabias en Babelia..., y en Bitacora veritas!

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