29
Sep
2007Sep
El chico
2 comentariosHay una escena en una de las mejores películas de Chaplin (“El chico” –nadie que no la haya visto tiene excusa a partir de este momento–) en la que Charlot trabaja de cristalero y el chico, su compañero de fatigas, va rompiendo los cristales de las casas. Cuando sale la señora de su cocina a ver qué ha pasado, se echa las manos a las mejillas y se mesa los cabellos, Charlot pasa por allí con sus bártulos y la madame, aliviada, le encarga la reparación del cristal. Todos contentos: chico, cristalero y señora. Más allá de su ternura y simpatía, esa película (que vuelvo a insistir en su pertinencia), delinea el programa de nuestro mundo hodierno. Alguien crea un problema que no existía (tiene la intención de crearlo) y casualmente, hay un alguien por allá que se ofrece a solventar el problema. Curiosamente ambos, el problematizador y el desproblematizador, son de la misma ralea, es decir, de la clase política. Esa, y no otra cosa, es la que está sucediendo desde tiempo inmemorial, desde que mis neuronas aún estaban en formación: un tipo crea un problema (yo soy más guapo que tú, tengo un Rh más sabroso que el del mono Rhesus hacia el que me encamino, y por eso quiero más dinero, más autonomía, más mujeres, más, más…) y otro aparece para apagar el fuego (yo te daré, pero calla, no digas nada, que los dos saldremos ganando, porque donde no había problemas ni necesidades, ahora los hay y dependen de nosotros). Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como. Y encima, son los más inútiles, burros e incultos. ¿Cómo han podido sobrevivir tanto tiempo? ¿Cómo es posible que a estas alturas de la evolución sobrevivan esos especímenes? No me lo explico, pero garantizo que de aquí a un año, aquí en España, vamos a estar hablando de quién la tiene más grande, y si no al tiempo.