Jul
El jardinero fiel
1 comentariosAyer los capitulares y los oficiales de secretaría bajamos a Bogotá, al centro de la ciudad. Y digo bajamos porque el convento está en un sitio bastante alto, con unas pendientes tan pronunciadas para acceder a él que los autobuses no pasan de la primera marcha. Creo que es la cuarta vez que veo el casco histórico de Bogotá. Supongo que los policías que lo custodian, que son unos cuantos, me identificarán, siempre pasando por los mismos sitios. Lo que llama la atención del centro bogotano es la casi total ausencia de turismo. Bogotá no es ciudad incluida en las rutas de los trotamundos, a pesar de que, si se sabe dónde mirar, se encuentran auténticas maravillas, aunque poco cuidadas y un tanto maltratadas. Pero lo peor no es la suciedad de los edificios y la fealdad de algunos que se han construido recientemente, quizá diseñados por un arquitecto primo de algún gerifalte, porque de otro modo no se explica tanto mal gusto. Es la pobreza de los pobres, no la pobreza más o menos generalizada que pueda haber, sino la de los pobres que no tienen nada de nada y que andan pidiendo por los lugares en los que se concentra gente. Lo peor es la sensación que se tiene de que uno no puede hacer nada por ellos, tal es su deterioro. Recuerdo una maravillosa película, “El jardinero fiel”, en la que en dos ocasiones aparece, en personas y situaciones diversas la afirmación convencida de no poder ayudar a toda una nación o a un grupo dejado de la mano de Dios, y las dos veces, también personas diferentes (quizá la segunda vez en memoria y tras el aprendizaje de la primera) se contesta: “pero a éste” (ojo al deíctico, éste al que veo, al que puedo señalar) “sí podemos ayudarle”. Da que pensar.