Ago
El móvil cargado de futuro
4 comentariosNo deja de ser extraño que por todas partes nos asalten afirmaciones que dejan entrever que nuestra época es la época, el culmen de la historia de la humanidad, hacia la cual se dirigían las fuerzas que han guiado la historia. Nada nuevo bajo el sol. Es probable que cualquier época habida y por haber haya pensado o piense de sí misma algo similar, y desde esa convicción haya emitido o emita en el futuro juicios por doquier respecto a épocas pasadas. Del futuro solo podemos hipotetizar, pero respecto al pasado basta con leer algunos de los textos representativos, sobre todo de aquellos momentos en los que los que escribían se consideraban a sí mismos poco menos que el fin de la historia.
Nuestra época no solo se caracteriza por la convicción –más que suposición– de que hemos aquilatado la moral definitiva, desde la que podemos mirar atrás con superioridad (y en no pocas ocasiones con un desconocimiento palmario y unas generalizaciones abusivas que meten miedo) y anticipar ese fin de la historia, ahora sí, el definitivo y bueno. Nada de lo que consideramos hoy un dato moral –un hecho fijo e inmutable, más que un valor pendiente de validación– será siquiera revisado por la historia, pensamos. Es lo que tienen los finales, que lo que viene después ya no cuenta, como el gol que mete un futbolista al cuarto de hora de acabado el partido. Uno sospecha que nada se ha acabado, pero los escribanos parecen vivir como si así fuera.
Un ejemplo que ilustra esta cierta necedad (de nescio) es esa tendencia tan hodierna a ver gente con teléfonos móviles en cuadros históricos. Cualquiera que tenga un mínimo de cultura y de memoria histórica ve misales, devocionarios o rosarios, pero no tabletas o iphones. Sin embargo, nadie parece ver un artilugio del futuro que aún no sabemos interpretar. No. Se ven teléfonos móviles, porque pensamos que los pintores estaban anticipando el fin de la historia en el que vivimos, tras el cual ya no habrá nada nuevo. Me temo que el libro que suele portar Santo Domingo se habrá convertido, en su día, en un ebook. Pero ese ya no nos vale para ilustrar la anécdota de las pieles muertas. Algo se ha perdido. Feliz día de SD.