30
Sep
2007Sep
El que es grande, lo es en todo
2 comentariosRehaciendo una serie de notas, papeles y folios que andaban danzando por mi ordenador, para dar cumplida cuenta de una tarea que tengo encomendada, me he encontrado con esta joya que yacía olvidada, ya no en polvorientos anaqueles, sino en desorganizados documentos informáticos: “quienes investigan la raíz de la verdad y quienes enseñan deben mostrar cómo es verdadero lo que dicen; de lo contrario, si el maestro no hace más que apuntalar sus tesis con meras autoridades, el que oye confirmará que es así, pero no adquirirá ninguna ciencia ni comprensión nueva, quedará vacío como antes”. Vacío como antes. ¿Quién se habrá atrevido a afirmar tal desatino? ¿Cómo es que no se adquiere comprensión ni ciencia nueva sólo por recurso al argumento de autoridad? ¿Cómo es que hace falta explicar las cosas, pensarlas, repensarlas, debatirlas, dialogarlas, ponerlas en duda, en entredicho, en crisis? Nadie soporta hoy el “porque yo lo digo”. Eso no prueba nada, no sirve de nada, no convence a nadie. Sólo si el que lo dice es alguien en quien se confía nos hace participar de lo que dice. Pero alguien en quien se confía no logra nuestra confianza “porque él lo diga”. Esto… ¿quién habrá sido el desmelenado ese que pide “pruebas”, pensamiento, no vacua autoridad para autorizar lo dicho? Pues Tomás de Aquino, hombre (Quodl. IV, a.18, para más señas). ¡Qué suerte tenemos con él!