19
Nov
2006Nov
El relicario
3 comentariosLeo en un suplemento cultural acerca de las mitomanías, fetichismos y otra serie de posesiones que padecen algunos de nuestros más reputados intelectuales, como poseer la primera edición de no sé qué obra, la pipa que fumaba no sé quién o sentarse en la misma silla que cobijó las posaderas de aquel tipo de más allá. Al mismo tiempo, los medios de comunicación nos asaltan con la impactante noticia (lo que aparece en el periódico a dos columnas es noticia, hace decir Orson Welles a su ciudadano en Kane en la película homónima) de que un actor famoso se casó en Roma montando un akelarre que para sí quisieran las brujas de Zugarramurdi. Los reporteros, como fieras en celo, iban tras los despojos dejados por esas hordas de comensales, y mostraban con admiración a la cámara el tenedor que usó ésta, la silla en la que se sentó la otra, o detallaban con fruición de predicador milenarista el menú que saborearon todas esas gentes de buen o mal vivir. Y a mí qué me importa, me pregunto yo. La cuestión es que es imposible no enterarse. Si en otras épocas o en otros imperios el problema era que nadie se enteraba de nada (me viene a la mente aquel fascinante relato de Kafka sobre el imperio chino) hoy el espanto es que no sucede nada sin que nos enteremos. Casi sé los modelos de ropa interior que llevaban los contrayentes. Bueno, no, eso no, pero casi apostaría mi sueldo de un mes a que con lo que cuestan esos modelitos come una ciudad de Haití durante varios años. A lo que iba, aunque no fuera a ello (porque de lo que he dicho, como de las contradicciones en lógica, puede seguirse cualquier cosa): no me cabe duda de que toda esta gente se ríe de los bárbaros antiguos que suspiraban por ver las reliquias de aquellos santos, mártires y demás personajes de la antigüedad, y que hoy miramos casi con un no sé qué de incredulidad. En pocas generaciones se ha saltado de venerar unos huesos a venerar otros. Aquellos, por lo menos, eran promesa de algo. Estos sólo nos dicen: “eres un mindundi”. Sí señor, un cambio sustancial. Vamos por buen camino, eso sí, no sé hacia dónde.