Nov
Hábitos
2 comentariosCon la que está cayendo (tanto dentro como fuera de la Iglesia), ¿qué lleva a dos jovenzuelos a tomar el hábito dominicano? No es que me lo preguntase el sábado en Sevilla, pues más o menos sabía qué había llevado a Moisés y a Pedro a revestirse del santo cendal, mas me lo pregunto aquí y ahora, sentado delante del teclado. Desde fuera, parece que meterse fraile y vestir nuestro hábito blanquinegro es locura y necedad, que decía el apóstol. “¡Qué desperdicio!” Eso suelen decir algunas chicas a los frailes más afortunados (y a los más malencarados también, aunque justamente con un sentido opuesto). Bueno, si se considera que el sendero recto es el habitual, el que “se” hace, “se” recorre y “se” considera bueno, pues cabe la posibilidad de que atentar el desperdicio, intentar el camino novedoso, sea una aventura de las buenas. Esa impresión me da desde mi atalaya añosa. Claro, uno conserva su buen tipo y su buena facha (y le encanta que le digan de vez en cuando lo del desperdicio –en el primer sentido, obviamente–), pero ya hace 20 años de vellón que servidor vistió el hábito. Y le encanta, al mismo tiempo, que sea un novicio, en este caso Moisés, el que le diga que hay que perseverar. Porque las cosas, de cotidianas, se nos olvidan y la vida se convierte en un rodar y rodar como la piedra del corrido mexicano. ¡Qué buenas son las tomas de hábito! ¡Qué buenas para los que lo reciben y qué buenas para los que lo damos! Enhorabuena, Pedro y Moisés.