May
Iglesias para iconódulos
2 comentariosAyer, tras depositar mi voto para hacer felices a todos los políticos, me fui a misa a la iglesia de un convento de de monjas. Juan Almarza OP, distingue, sabiamente, entre las iglesias de ver y las iglesias de rezar. Ésta era una iglesia de rezar en la que había mucho que ver, pero sin necesidad de andar vagabundeando errabundo por el templo. Uno se situaba en una esquina y, mientras seguía la misa podía ver el magnífico retablo (quizá no de un pintor de primera, pero unos cuantos museos se darían de tortas por conseguirlo), el inmenso Cristo barroco o la cantidad de pequeños detalles (relicarios, via crucis, etc.) que conformaban esa recoleta iglesia. Y uno dirá que mientras mira a las imágenes pierde de vista (qué cosas, perder de vista mientras se mira) lo esencial. Y a ese se le responderá que la cuestión quedó zanjada en el siglo VIII, con la célebre querella iconoclasta. Las imágenes son elementos fundamentales del culto cristiano y nadie se pierde nada por estar mirando una anunciación o una asunción mientras se desarrollan los ritos. Al contrario, gana, y gana mucho. Siempre ha habido en la iglesia movimientos iconoclastas. La misma estética cisterciense, por ejemplo, lo es bastante. Pero de ahí no se sigue que la posición contraria, la iconódula, haya de ser rechazada. Las representaciones visuales y sonoras forman parte de la liturgia, como bien sabe M. A. del Río OP. Lo que me llama la atención es la inmensa cantidad de detalles que los pintores, artistas y artesanos imprimieron en sus obras, imposibles de captar en el breve espacio de tiempo que tiene un observador. Es como si quisiesen que alguien, disponiendo de un tiempo sin fin, se deleitase en su contemplación. Soy bastante iconódulo, lo confieso.