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La clase ociosa
2 comentariosMientras hojeaba el periódico de hoy, en el que las portadas nos cuentan lo enzarzados que están nuestros políticos en hacer verdadero aquello de Lampedusa (que todo cambie para que todo siga igual) –porque, la verdad, creo que la mayoría de nosotros nos sentimos lejísimos de nuestros representantes, y, de este modo, ellos mismos se las apañan para hacer sus maridajes y sacar adelante lo que les da la gana (que no es lo que a nosotros nos preocupa), pero eso sí, siguiendo un procedimiento intachable–, me fijaba no los contenidos de su retórica huera, sino en el desfile de modelos que constituyen las sesiones parlamentarias. En estos últimos días han aparecido en los periódicos nuestras ministras y sus opositoras (me refiero a las mujeres, porque distingo más el cambio de trajes: seguro que los de ellos van por la misma senda), con una cierta frecuencia, y me abruma ver que nunca se repite un vestido y, aunque soy bastante lerdo en este campo, da la impresión de que lo que cubre sus carnes no lo compraron en Ross, “dress for less”, la cadena americana en la que da gusto entrar, porque uno se viste por cuatro duros. De manera semejante, el otro día llegaba a la Moncloa un ministro de un país no especialmente boyante a bordo de un