May
La creencia de Julián socavada por Javier
2 comentariosEn un artículo en el que Javier Marías se interesa por el duelo de F. Savater, que he leído con gusto, me he encontrado con algo que me sorprendió. Habla de cómo, cuando su padre, Julián Marías, hombre de profundas convicciones religiosas, perdió a su mujer, pasó por un período de profunda melancolía. Cuando se recompuso, creía ?nos dice? que cuando se reuniese con ella “ella sería quien le abriera la puerta”. Y continúa: “A mí me daban ganas de preguntarle qué puerta, pero irritarlo en exceso no habría estado bien, y, por absurdo que me sonase aquello, sabía a qué puerta se refería”. Y esto está pero que muy bien. Pero, ay, no todo podía ser felicidad. Javier Marías termina el párrafo así: “No hay por qué socavar las creencias de las personas, si las ayudan a sobreponerse a la tristeza o a la desolación”. Al leer esto pensé en dos cosas. En primer lugar tenemos el argumento básico de que, dado que las creencias religiosas prestan consuelo y ayudan a sobrellevar circunstancias dolorosas, esa es toda su realidad. Ser un analgésico. Cualquier lector medianamente avispado se habrá dado cuenta de que ese argumento no es un argumento correcto, sino falaz. No se sigue. Pues eso. No le demos más vueltas, que el timor Dei sustenta tantos ateísmos como el deseo creyentes.
Pero aún me llamó más la atención otra cosa: ¿quién autoriza a alguien a socavar la creencia de otra persona sin ningún argumento? ¿En razón de qué se le pasó siquiera por la cabeza a Javier Marías que estaba autorizado a emprender ese proceso? Nunca he entendido muy bien esto. Javier Marías está seguro de que su cosmovisión es cierta. Su padre, Julián Marías, lo estaba de que lo era la suya. Probablemente uno de los dos esté en lo cierto, y seguramente uno está más cerca de otro que la verdad. No veo por qué Javier cree que debe, puede o “hay por qué” (recordemos que no “hay por qué” porque consuelan) socavar las creencias de su padre, desde su firme y subjetiva creencia (como la de su padre). En fin, será el espíritu de la época, bastante acrítico, dicho sea de paso.