Jul
La diversión de respirar
2 comentariosTodos estamos esperando voces autorizadas que nos digan algo en estos momentos de “crisis”, aunque este término ha devenido algo que ya significa tantas cosas que no significa casi nada. Quizá mejor habría que decir: en estos momentos en que el número de personas que pasan hambre o que carecen de futuro, e incluso de un presente que sea algo más que arrastrar los pies. Schopenhauer, al final de sus días (en una obra que lleva por título Senilia), afirma: “entrar a la edad de cinco años en la hilandería o en otra fábrica y, a partir de ese momento, estar ahí encerrado primero diez, después de doce a catorce horas diarias, y realizar el mismo trabajo mecánico, significa pagar cara la diversión de respirar. Es el destino de millones, y muchos otros millones tienen uno análogo”. Obviamente las condiciones no son las mismas, pero sí tengo cada día más la sensación de que “la diversión de respirar” le es arrebatada a la gente. Ciertamente no todo el mundo piensa así (y llevamos décadas erosionando esa idea, aunque forme parte del discurso político cotidiano), pero hay derechos inalienables y suprimirlos supone atacar la “esencia” humana. Ya sé que todo esto suena poco contemporáneo, que nadie habla de esencias y que la idea de un “derecho natural” (que no tiene por qué tener connotaciones religiosas, aunque puede) parece una contradicción en los términos. Pero cuando queremos defender algo que racionalmente es perfectamente defendible y perfectamente atacable (uno de esos paralogismos de la razón pura) nos aparece otro tipo de “razón” que nos dice: no, eso no puede ser. No se puede echar de su casa a una familia porque el banco les vendió un producto defectuoso, o no se puede subvencionar a los amigos del presidente con el dinero que debería revitalizar ciertas comarcas o dar sustento a tal segmento de la población. No se puede. Y podemos estar discutiendo sobre qué exactamente no se puede, pero más allá de la discusión siempre hay una convicción robusta que muchos de nosotros compartimos, creyentes o no. Y eso suena algo parecido a los fundamentos del derecho, que no son ellos mismos fundamentados por el sistema legal. En fin, nadie puede poner un precio inalcanzable a la "diversión de respirar".