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Las aspirinas de San Agustín
3 comentariosAcabo de leer un articulillo sobre lo buena que es la aspirina y lo importante de tomarla con una cierta regularidad. Pero como ahora no me duele especialmente ninguna cosa (si me doliese otro gallo, probablemente, cantaría), me ha llamado la atención el final del artículo, que cita a un juez de la corte suprema de los EE.UU con la siguiente frase: “There is a big difference between what we have the right to do and what is right to do” Al traducirla pierde parte de su impacto, pero viene a ser algo así como que hay una gran diferencia entre las cosas que tenemos derecho a hacer y lo que es bueno o correcto hacer. En realidad, tampoco es gran novedad, porque por el mundo clásico pululaban todo tipo de personajes que decían cosas de estas y a los que, de seguir la cosa como va, no van a conocer más que ciertos eruditos de bibliotecas ratoneriles. Quizá esté siendo exagerado, pero en lo que respecta a las humanidades estamos volviendo a una cierta época en la que sólo van a encontrar refugio en departamentos universitarios específicos, sin grandes dotaciones para investigar (porque en el fondo a eso no se le considera investigación) conventículos y sórdidos lugares semejantes, porque el “mundo real” va de otra cosa, y además de una sola.
Todo esto viene al hilo de una lectura de textos de autores clásicos que hoy se hizo en la universidad de Valladolid y en la que, entre otros, se leyó este texto de San Agustín (no de Stirner ni de Kropotkin, ni de Marx o de Proudhon siquiera), extraído de La ciudad de Dios (libro IV, capítulo 4). Es lo que tenía el santo, que andaba todo el día abstraído en cosas que no interesan a nadie… Como los de las humanidades de hoy. Ahí va el texto:
“Sin la virtud de la justicia, ¿qué son los reinos sino unos execrables latrocinios? Y éstos, ¿qué son sino unos reducidos reinos? Estos son ciertamente una junta de hombres gobernada por su príncipe, que está unida entre si con pacto de sociedad, distribuyendo el botín y las conquistas conforme a las leyes y condiciones que mutuamente establecieron. Esta sociedad, digo, cuando llega a crecer con el concurso de gentes abandonadas, de modo que tenga ya lugares, funde poblaciones fuertes, y magnificas, ocupe ciudades y sojuzgue pueblos, toma otro nombre más ilustre llamándose reino, al cual se le concede ya al descubierto, no la ambición que ha dejado, sino la libertad, sin miedo de las vigorosas leyes que se le han añadido; y por eso con mucha gracia y verdad respondió un corsario, siendo preso, a Alejandro Magno, preguntándole este rey qué le parecía cómo tenía inquieto y turbado el mar, con arrogante libertad le dijo: y ¿qué te parece a ti cómo tienes conmovido y turbado todo el mundo? Mas porque yo ejecuto mis piraterías con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con formidables ejércitos, te llaman rey”.