Sep
Mar afuera
0 comentariosA la luz de todo lo que acontece estos días, de modo especial la cuestión de las mareas humanas que luchan por entrar en Europa, le he venido dando vueltas a una cosa que más o menos decía San Pablo, ya hace unos añitos tiempo, como es bien sabido. Se trata de aquello de que conozco el bien que debo, pero hago el mal que no quiero. Permítaseme la paráfrasis. Cuando uno ve estas cantidades de gentes que suplican una entrada en esta parte del mundo, le asaltan todo tipo de cuestionamientos políticos, económicos, urbanísticos, sociológicos, geográficos, qué se yo, y cada uno de los cuales arrastra consigo una miríada de argumentos que obligan a pensar con detenimiento las cosas, las decisiones, el modo de afrontar el asunto. Y sin embargo, con todos esos caveat, con la fuerza de todas las argumentaciones que puedan esgrimir los tertulianos y demás argumentistas profesionales, yo, en esos momentos de lucidez, puedo ver por encima de la maraña y darme cuenta de que San Pablo tenía claridad de mente cuando escribió eso de que conocía lo bueno que debía hacer. Por encima, más allá, quizá como trasfondo de toda discusión lícita, está esa suerte de convicción de que lo que está bien, lo que hay que hacer, está bien claro. Ahora discutamos los detalles.