Por supuesto que "¡Qué bello es vivir!" es un peliculón. Me da lo mismo si doy la barrila con el mismo tema. Es que es navidad, y toca en todos los foros. De nuevo, el New York Times presenta una lectura novedosa de esta obra magnífica, en la que hay infinidad de elementos que presentan la vida como algo duro, difícil (véanla y dejen el final aparte), en la que el protagonista discute con su mujer, con sus hijos, con su tío, con el policía, con el banquero, con el camarero…, hasta con su ángel de la guarda. No se cumplen sus deseos (recordemos lo que decía Oscar Wilde al respecto, algo así como que con los deseos pueden pasar dos cosas horribles: que no se cumplan o que se cumplan), no abandona su pueblo, no puede construir puentes ni aeropuertos… Y sin embargo, ah, el sin embargo… es feliz, pero no lo sabe. Hace falta que se produzca esa peripecia (el giro de los acontecimientos en el que se le permite ver lo que nadie ha visto) para que acontezca la anagnórisis o agnición (el reconocimiento). Vamos, que es un tragedia griega, sólo que con final feliz. Si hubiesen hecho esa película hoy, le pondrían un final desastroso, porque la desgracia vende, tanto en el ámbito del cotilleo como en el de la alta filosofía, en la que los pensadores están contentos de ser seres solitarios, desgraciados… encaramados detrás de su pipa y contentos de ser seres tristes y pesimistas. A esta afirmación metafísica, de que todo es un asco, “¡Qué bello es vivir!” contrapone otra, igual de metafísica: todo acabará bien. No sabemos ni cómo ni de qué manera, pero confía en que será así y elige, como George Bailey, la vida. No te arrepentirás.
de Sixto Castro Rodríguez, OP
Es doctor en filosofía y bachiller en teología, además de titulado en órgano. Trabaja como profesor de estética y teoría de las artes y de teodicea.