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Más náutica y astronomía
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Tomás de Aquino afirma que los astrónomos y los navegantes estudian las estrellas, pero con finalidades diferentes: uno para conocer sus movimientos y otro para poder orientarse. Imagino que nadie considera sensato impedir el juicio sensato del navegante porque el astrónomo haya emitido un veredicto también atinado. Lo que le parecía razonable al de Aquino ya no parece serlo en nuestros días, donde la discrepancia oculta en realidad un deseo de imponer la astronomía sobre la náutica o de la navegación sobre la mecánica celeste. Uno dice una cosa, pero el otro le rebate arguyendo que alguien, con mayor autoridad –o una valoración semejante, que habrá que ver en qué se fundamenta– ha dicho otra y, por tanto, de modo falaz, trata de acallarlo. Y así nos van las cosas en esta sociedad que de plural ha mutado en temerosa.
Considerar que hay un saber fundamental al que otros han de someterse es una tesis metafísica. La metafísica ha desaparecido del espacio de las “ciencias”, pero no de nuestras construcciones sociales, intelectuales, académicas, que están constituidas por principios metafísicos que se toman por autoevidentes. Creo haber citado a Terry Eagleton cuando decía (cito de memoria) que era de una pobreza intelectual y vital sofocante afirmar que una vez que se había descubierto el telescopio ya no había por qué leer a Dostoievski (el telescopio nos da la verdad de las cosas; el ruso solo un cierto artificio para pasar la tarde, cabe pensar que perdiendo el tiempo) y que, desde la aparición del tostador, un paso de danza no debía ser considerado más que una forma equivocada e incómoda de correr para coger el autobús. Cuando se le señala a la metafísica la puerta de salida, otra se nos cuela por la ventana, y además viene cargada de obligaciones y deberes.