19
Oct
2006Oct
Mi abuela y "lo puesto"
1 comentariosMi abuela, una de las mujeres más sabias que he conocido, como supongo que cualquiera considerará a las suyas, solía decir una frase que nunca he olvidado: “Las cosas de este mundo no son de nadie”. ¡Cuánta verdad hay en ella! A menudo, los religiosos, que se supone que somos conscientes de ello, por lo cual hacemos nuestros tres votos, nos atamos a cosas estúpidas, como si nos hubiésemos olvidado de que nuestra “misión” es velar por los tesoros que no roe el roedor ni marchita el tiempo. Todo lo que se acumula es ad usum, como solían escribir los frailes de antaño en los libros de su pertenencia: son de uno para ser usados y mientras sean usados. Si yo fuese Heidegger, habilitaría una categoría ontológica, de eso que él llama la ontología de la facticidad (con perdón): “lo puesto”. “Lo puesto” es lo que habitualmente se puede llevar encima y se supone que es nuestro. “Lo puesto” me hace la vida posible, es algo que se puede narrar, rememorar y anticipar. “Lo puesto” es lo que no es de este mundo, lo que uno puede llevarse dondequiera que vaya, en este mundo o en el que esperamos y nos espera. Lo que no es “lo puesto” son las cosas de este mundo. Ahora, quizá, las tengo y dejaré de tenerlas, así que he de ponerlas en su sitio y darles el valor que merecen. El Eclesiastés es bien claro, sabio y santo: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”. Pero, como glosaba Chris, el locutor de radio de aquella maravillosa serie llamada “Doctor en Alaska”, una vez que tomamos conciencia de que todo es vanidad, todo deja de ser vano y adquiere su “verdadero valor”. Qué sabia eras, abuela.
Nota bene: Fr. J.R. Enjamio, OP glosaba esta frase de mi abuela (“las cosas de este mundo no son de nadie”) con esta otra: “Y algunas incluso no tienen dueño”.