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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

26
Jun
2007

Miradas

3 comentarios

Cuando venía esta tarde hacia la facultad escuché a una madre reñir a su hija, cosa bastante normal y habitual. No sé qué habría hecho la criatura ni qué le estaría pasando por la cabeza ala madre. Loque sí me llamó la atención, en el vistazo fugaz que eché mientras pasaba al lado de la pareja, es la mirada que la madre le estaba echando a la cría, que no tendría más de unos 13 ó 14 años. Algo le dijo la madre a la chavala: “no pienso mover el coche”, creo recordar, pero el dicho no tenía la más mínima importancia. Si le hubiese dicho “voy a enlazar la luna y pescarla para ti”, la frase no hubiese tenido un significado melifluo, sino aún amenazante, porla mirada. Meha dado por pensar que, en el fondo, a todas las cosas de la vida se puede aplicar lo que algunos filósofos de la religión llaman la mirada, la actitud o cosas semejantes. Ante una mirada determinada es imposible que aparezca lo religioso, lo divino, lo humano, el bien, la belleza, lo deseable (mirada que puede estar revestida de mitras y capelos, que aquí nadie está libre de culpa, y cuanto más cerca se está del César, mayor debería ser el temor). Si los ojos son las ventanas del alma, hay que usarlos con bastante cuidado, no tanto en el asimilar, cuanto en el fuego que despiden cuando se los usa como arma. ¿No decía el evangelio aquello de que los pecados gordos salen de dentro? Así las miradas.

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neferet
28 de junio de 2007 a las 12:44

La mirada es un instrumento de comunicación universal. Lo que a veces las palabras no son capaces de decir lo dicen las miradas. Tu mirada dice mucho de la forma que tienes de enfrentarte al mundo. Puedes hacerlo con ojos de niño, sonriendo ante cualquier novedad, fijandote en los detalles, sorprendientdote de la belleza, o puedes hacerlo con la mirada de aquel que cree haberlo visto todo, que esta cansado de mirar, y lo esta precisamente porque mira y sin ver, probablemente porque piensa que lo que esta mirarndo ya lo ha visto muchas veces y no es capaz de distinguir los matices. También están aquellos que no miran porque no quieren ver y aquellos (afortunadamente los menos) que van atravesando con miradas como la que esa madre regalo a su hija.
Todas estas miradas están dentro de nosotros, sólo nos queda elegir cuál queremos que predomine en nuestra vida.
Buen día a todos.

el marinero de los monegros
28 de junio de 2007 a las 13:14

Estoy de acuerdo contigo Sixto, no sólo en lo que se refiere a la mirada, sino en el cómo se dicen las cosas. Hay cosas de lo más simple e inocente que dicho en según que tono y en según que contexto puede paralizar a una personal. Son palabras, gestos, miradas que hieren, que duelen. Pienso que algo de los significativo e identificativo de los cristianos debería ser nuestra comunicación limpia, entrañable, acogedora. Comunicación en un sentido amplio: verbal, gestual, emocional. Mucha labor hace falta de pedagogía cristiana afectivo-emocional. Mucho años trabajando sólo el lado racional.

Moisés
29 de junio de 2007 a las 05:36

Lo relevante del caso que cuentas, Sixto, no es, en efecto, que la madre mirase a su hija; ni lo relevante es que la madre dijese esto o aquello a la hija. Lo relevante del caso parece ser el cómo, la manera en la que. Creo que es esencial el modo o manera como miramos, ya no solamente a los demás, sino a la vida misma. Por ello, pido fuerza para poder disciplinar mi espíritu en el modo de ver que me permita alcanzar la belleza; en el modo de ver que me permita diferenciar el bien de la injusticia; en el modo de ver que me permita encontrar el rostro de Dios en el de todos los hombres y en todas las cosas; pido que me sea dada la fuerza necesaria para elegir el modo en que mi vida sería feliz con el despertar de cada mañana; pido que se me permita poder encontrar el modo como transmitir esa paz del alma (que no inactividad) que resultaría de ello; pido, en fin, muchas cosas, pero es que no las pido de cualquier modo: mi cómo es cierta esperanza, no la exigencia; mi cómo es mi fe, no mi certeza. Con según qué cómos, ¿quién puede cansarse de contemplar su gloria?

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