Ene
Música paulina
2 comentariosAyer –¡qué magnífica suerte!–, en San Pablo de Valladolid nos cantaron “The Sixteen”, y digo “nos”, porque no éramos muchos y podíamos sentir que estaban cantando para cada uno de nosotros. Casi cualquier cosa bisbaliana o semejante, sin duda, congrega a infinita gente más que éstos números uno (y no es una hipérbole) de la interpretación de la polifonía renacentista. ¡Qué maravilla! ¡Qué deleite! ¡Qué belleza! Cuando Iberia (España y Portugal) era la primera potencia musical del mundo mundial, el latín lengua franca y los textos cantados, cotidianos para cualquiera... Ya, ya, la cristiandad, poco correcto desde el mundo de vista político. Pero en el fondo, quizá un sueño de comunidad global (¿no salen de ahí, mal que les pese a muchos, todas las alianzas, comunidades fraternas y cosas por el estilo, que pretenden buscar lo que nos une por encima de las diferencias?) Claro que suena raro, porque quien usa ese término, lo usa como arma arrojadiza contra los integristas o contra los también integristas de signo contrario. Mas lo que quería decir, tras este prenotando, es que Kant tenía razón (no sé si en todo, ojo) al decir que lo bello (lo que juzgamos bello) nos parece que debería placerles a todos. No se puede imponer, pero nos da la impresión de que quien renuncia a ello pierde algo fundamental, renuncia, en palabras de Stendhal, a esa “promesa de felicidad” que es la belleza. Escuchar la polifonía de Dias Melgás y de Gutiérrez de Padilla no puede cambiarse por nada. Luego hablamos, si quieres, pero primero, escucha: pulchra enim dicuntur quae visa placent, Aquinate dixit. No dejes que te lo cuenten, dicen los publicitarios. Lo mismo se aplica a lo estético