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OT (Orden de Traductores)
2 comentariosHoy leía un comentario fervoroso a un editor que se había atrevido a publicar la traducción de un libro de Derrida que debe ser casi ilegible, por lo que hacía notar el reseñador, que se quedaba anonadado por el pensador francés y por la valentía del editor, al tiempo que señalaba la titánica labor de la traducción… En vano busqué el nombre del traductor, que sería, sí, un titán, pero anónimo, por lo visto.
El traductor no solo es el tipo que menos cobra de todo el proceso editorial, sino el más olvidado. De hecho, para las agencias calificadoras de la actividad investigadora de los profesores (hay agencias calificadoras para todo) no cuentan. Nada. Nada de nada. Y sin embargo todos nos damos cuenta de que una mala traducción mata el mejor texto del mundo. Da igual que seas Cervantes y Ortega. Un mal traductor acaba contigo… Un traductor que no domine las dos lenguas, los giros del original y los tropos de su propio idioma mal puede hacer su tarea.
Esto parece tener bastante que ver con la idea de la predicación, que no es sino una cierta traducción. Predicar supone tener delante el mensaje originario y conocer a quién va dirigido ese mensaje, y, al igual que el traductor encuentra una fórmula feliz en, por ejemplo, el inglés, para traducir aquel célebre “desocupado lector” cervantino de tal modo que dispare todas las resonancias del original en el hablante al que va destinado, el predicador ha de tener ojos camaleónicos, cada uno de ellos puesto en uno de los dos extremos: de quién y a quién. Como un traductor. Y, como este, que sepa que no es gran negocio en términos humanos, que son los que computan.