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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

11
Nov
2015

OT (Orden de Traductores)

2 comentarios

Hoy leía un comentario fervoroso a un editor que se había atrevido a publicar la traducción de un libro de Derrida que debe ser casi ilegible, por lo que hacía notar el reseñador, que se quedaba anonadado por el pensador francés y por la valentía del editor, al tiempo que señalaba la titánica labor de la traducción… En vano busqué el nombre del traductor, que sería, sí, un titán, pero anónimo, por lo visto.
El traductor no solo es el tipo que menos cobra de todo el proceso editorial, sino el más olvidado. De hecho, para las agencias calificadoras de la actividad investigadora de los profesores (hay agencias calificadoras para todo) no cuentan. Nada. Nada de nada. Y sin embargo todos nos damos cuenta de que una mala traducción mata el mejor texto del mundo. Da igual que seas Cervantes y Ortega. Un mal traductor acaba contigo… Un traductor que no domine las dos lenguas, los giros del original y los tropos de su propio idioma mal puede hacer su tarea.
Esto parece tener bastante que ver con la idea de la predicación, que no es sino una cierta traducción. Predicar supone tener delante el mensaje originario y conocer a quién va dirigido ese mensaje, y, al igual que el traductor encuentra una fórmula feliz en, por ejemplo, el inglés, para traducir aquel célebre “desocupado lector” cervantino de tal modo que dispare todas las resonancias del original en el hablante al que va destinado, el predicador ha de tener ojos camaleónicos, cada uno de ellos puesto en uno de los dos extremos: de quién y a quién. Como un traductor. Y, como este, que sepa que no es gran negocio en términos humanos, que son los que computan.
 

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JM Valderas
12 de noviembre de 2015 a las 09:20

Caro Sixto es m´ñas conocido el aforismo italiano traduttore traditore que la función principal de la vida que consiste en traducir un código genético en proteínas. Es cierto lo que dices "to a certain extent". Los del mester editorial valoran muchísimo al buen traductor. Lo miman más que al autor, en muchos casos, pues saben que no hay difusión de conocimientos, ganas de ahondar más, sin una buena transmisión de un autor, de una disciplina, de un género. ¿Qué sería Martín Gardner sin Luis Bou? De hecho, los buenos filósofos, dominio en que eres experto, han sido buenos traductores. Solía mencionar, cuando se me invitaba al master de traducción científica de la Universidad Pompeu Fabra, la simbiosis entre ciencia y filosofía en la era dorada de la Escuela de Madrid: Zubiri traduciendo a Mach, García Morente a Schlick.

JcQ
4 de diciembre de 2015 a las 12:05

Solo añadir una pregunta:
¿Predicador vs. Traductor de los signos de nuestros tiempo? ò ¿Predicador vs. Adaptador de los mismos, a una determinada audiencia? Gracias igual por tu OT, aunque no respondas.

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