Ene
Para Dios el cero no existe
3 comentariosSi alguien no tiene mejor que hacer en los próximos días, mi consejo es que vea o vuelva a ver la película “El increíble hombre menguante”, del año 1957. No solo es un prodigio técnico en el que todavía se ve el trampantojo, cosa que es de agradecer en un mundo en el que distinguir lo real de lo simulado pasa por ser imposible, sino que es, sobre todo, y a mi entender, una moderna puesta en escena del relato de Job. En el fondo, la historia de Job es casi la de cualquier ser humano que ponga el pie en la Tierra. Puede que la vida no le golpee con la intensidad con la que maltrata al santo paciente, aunque el protagonista del filme, en la escena más icónica de la película, tiene que enfrentarse para salvar su vida a un arañón terrorífico,lo que no es moco de pavo.
La película que comento no es solo la historia de un hombre que va reduciendo su tamaño, conservando, eso sí, las proporciones corporales y demás (lo que seguramente mitiga su sufrimiento: la deformitas, la pérdida de la forma debida, añade un plus a la desgracia de cualquiera). Es sobre todo la historia de un duelo: el de un hombre que se ve abandonado por el mundo, que se rebela contra ello y que acaba por aceptar su nueva situación en una escena final que es absolutamente apoteósica. Por ella, algunos comentaristas hablan de esta como una película panteísta. Se ve que la glorificación contemporánea de lo natural hace que muchos se sientan cómodos en ese universo del Deus sive natura, pero el panteísmo –Schopenhauer dixit– no es sino un ateísmo cortés. No, el mensaje no es panteísta. El mensaje es el mismo que el que contiene el libro de Job: no es posible que en este universo magnífico los sufrimientos del más pequeño de los hombres (qué gran acierto la metáfora del empequeñecimiento físico) carezcan de significado para Dios. Para Dios el cero no existe.