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Personas y cosas. Cristianos y artes
1 comentariosLos últimos ataques del llamado Estado Islámico a las esculturas y demás de Mosul son una muestra clara del poder que tiene el arte, pero no en cuanto cosa para ser vista en los museos (que ese poder es bien poco, más allá del ir de paso antes de comerse unas croquetas en el entretiempo entre el museo y lo que venga después), sino en tanto manifestación, recuerdo y presencia de una forma de vida, aunque esté muerta y fosilizada. Las revueltas y querellas iconoclastas han estado presentes a lo largo de toda la historia. Y en ellas, junto a las destrucción de imágenes (y de textos, que eso tampoco es nuevo) venía la matanza de personas. Van de la mano. Por eso son tan significativas todas esas ruinas, esos ataques y vandalismos a esas cosas que ahora y aquí llamamos arte y a los símbolos que constituyen una forma de vida, que no se pueden explicar, como casi ninguno de los genocidios de la historia, como simples actos de enajenados.
Nadie se escandaliza porque se queme algo, sino porque en lo que se quema está presente mucho más que lo materialmente quemado. Si destruir arte es acabar con una forma de entender el mundo, imagínate qué es acabar con una persona, con un pueblo, con una historia. El hecho es que esta destrucción museística, que ha dado lugar a tantas reacciones, más que justificadas, viene precedida (y nos tememos que seguida) por la masacre continua de cristianos por el simple hecho de serlo. Y eso da que pensar. Como tantas veces en la historia hay víctimas selectivas. Y eso no puede ser. Realmente la destrucción de esas obras es una tragedia. No tiene sentido establecer comparaciones entre lo que no es comparable. Pero por si acaso, he de decir que, en este caso, es la menor. Con diferencia.