Sep
Políticos sincategoremáticos
1 comentariosLos medievales denominaban términos sincategoremáticos (y, o, si) a aquellos que se agregan y cualifican a los categoremáticos, que son los que tienen significado por sí mismos. Aquellos no significan nada independientemente de estos a los que cualifican. No sé por qué me vino a la mente la idea de que los políticos son cada vez más sincategoremáticos: se han rebelado contra los categoremas, con lo que el debate democrático ha sido tomado por individuos que han olvidado que están donde están en virtud del significado que les otorgan otros y han emprendido una carrera sin sentido, algo así como “y no entonces incluso tras mediante”, es decir, hacia el sinsentido. Los precios suben desbocados, pero eso no va con ellos, ya que la causa es la coyuntura internacional; las cifras de paro se empotran en estadísticas que las alivian (hay estadísticas para todo, para esto y para su contrario); y el chalaneo es vergonzoso (porque es lo que es, un cambio de cromos que, en cuanto tal, sin entrar ya en las complejidades, es extraordinariamente inmoral). Pero no hay que preocuparse. Los intelectuales orgánicos harán el relato que les demandan y aquí paz y después gloria (sobre todo porque en unos meses nadie se acordará, o si se acuerda, no le afectará demasiado). Es la técnica más vieja del mundo.
Mientras pensaba en estas cosas tuve la ocasión de revisar las pruebas de imprenta de un muy interesante artículo sobre los intelectuales, en el que se cita al poeta rumano Oskar Pastior, condenado en su juventud a cinco años de trabajos forzados en la Unión Soviética. Pastior nos relata que allí, en esos campos que Europa no quiso ver durante décadas, la mayoría de los intelectuales, acostumbrados a las pompas mundanas, perdían su moral desde el primer momento. Se vendían al mejor postor para obtener los privilegios que hay incluso en esos mataderos. Lo que le llamaba la atención a Pastior es que la “gente sencilla” se mantenía firme en una idea: “Eso no se hace”.
“Eso no se hace”, ese imperativo moral subsiste en la vida cotidiana y va más allá de las leyes. Procede de otro territorio que muchos intelectuales de nuestra época –o las figuras públicas, normalmente con menos dudas en la cabeza y con la misma disposición que ellos a dejar la moral de lado que ellos– se encargan de laminar con sus aquiescencias, risas y aplausos. Este terreno –quizá podríamos llamarle moral por no apuntar más alto– ya no es un contendiente en la partida que se está jugando entre los políticos sincategoremáticos, que han creado su mundo de juegos, en el que no tienen por qué ocultarse. Es su mundo, y ahí, como niños edípicos y malcriados, hacen lo que les da la gana. Liberados de sus yugos categoremáticos, vuelan libres, como los planetas a los que se les ha borrado su sol. Esa poderosa imagen que Nietzsche aplica a la descripción de la muerte de Dios ilustra bien lo que suena a debacle política: sin justicia –se preguntaba San Agustín– ¿qué son los Estados sino bandas de piratas?