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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

24
May
2014

Santo Domingo y su argumento

1 comentarios

Hoy que celebramos a Santo Domingo (y se celebran muchas más cosas, con lo que Santo Domingo, a quien tampoco hubiese preocupado demasiado la cosa, seguramente descenderá unos cuantos peldaños más en la escala de las preocupaciones, alegrías o intereses del día) que, entre otras cosas y según nos cuentan, se caracterizaba por predicar de modo incansable, hasta el punto de que aprendió alemán en una noche para evangelizar a alguno de aquella lengua. Que se diese ese hecho milagroso no agradaría demasiado a los profesores de alemán ni a los del instituto Goethe, pero que el santo fuese capaz de ponerse en el mismo lugar del otro para hablarle de lo que le interesaba desde su propio lugar en el mundo es asaz sorprendente, que dirían los que aún saben lo que significa asaz. Porque si lo que se quiere es ganar una discusión, lo mejor es mantenerse en el propio lugar y no ceder un ápice, sostenella y no enmendalla y darle vueltas. Léase si no El arte de tener razón de Schopenhauer. Si de lo que se trata es de ganar una discusión o un debate, las herramientas que tenemos a nuestra disposición son infinitas y muchas de ellas tienen poco que ver con la verdad. Así nos lo cuenta este filósofo en esta charla quien sostiene que las victorias a veces son solo un caldito para el ego, y que en ocasiones perder significa aceptar algo del otro y, en definitiva, ganar, aprender y ampliar la propia riqueza. Desde que la retórica existe hay un interés por ganar un debate tirando de argumentos, muchos de los cuales son supuestamente aceptados por todos y otros no. Pero muchas veces, en cuestiones vitales, los únicos argumentos que realmente funcionan son los argumentos vitales. Y la vida es todo lo contrario a quedarse plantado encima de una columna, inmóvil (ya sé, ya sé que hay santos para todo…). Argumentamos en y con la vida y eso llega y llena. Según cuentan, eso hacía Santo Domingo. Feliz día, pues.

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JM Valderas
25 de mayo de 2014 a las 14:30

No está muy difundida esa leyenda pía del aprendizaje del alemán en una noche. Si se me permite la broma eso sí que es una hazaña y no salvar a un niño que cae de una torre elevada (milagro que creo se atribuye a san Vicente Ferrer). Ya se sabe que los niños son de plástico... pero el alemán en una noche... (Sobre todo, en la Edad Media, sin la reunificación de dialectos ni de la grafía. Si se adentra uno hoy en la Baviera alpina, por mucho alemán que sepa, tendrá dificultades en entender una conversación, no digamos en el siglo XIII). Dejémoslo en florecilla de las Vitae Fratrum.

Pero la anécdota tiene su miga: el alemán como metáfora de las dificultades doctrinales. Creo que se ha abandonado ese capítulo central de la apologética o de la misionología, como prefiera llamarse. Con cuatro argumentos reiterados ad nauseam los nuevos ateos, por ejemplo, han ido imponiendo sus tesis, repetidas por todos los medios hasta calar en la ciudadanía. La respuesta del creyente implicado ha sido tibia, facilona. Sin arrestos. Sin alemán. (Sin cosmología, sin biología, sin historia de la ciencia...) Una respuesta que no es tal, sino mera palabrería que ahuyenta a cualquier individuo medio formado (que hoy son gracias a Dios legión).

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