Es de San agustín, no es algo que me saque yo dela manga. Ysi es de San Agustín, será bienvenido: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnia caritas”. Eso es lo que debe presidir la vida de la Iglesia, de cada comunidad, las relaciones interpersonales: unidad en lo necesario. ¿Y qué es lo necesario? Lo básico, lo que constituye la matriz y el núcleo del cristianismo, es decir, pocas cosas, el kerygma: que Jesús murió y resucitó. Es puro San Pablo. Después hay un montón de cosas que se pueden discutir, y ahí, dice nuestro Santo, hemos de actuar con libertad. Y todo presidido por la caridad. El problema es cuando la unidad que propugna Agustín, la unidad en lo necesario, se intenta convertir en unidad en lo accidental: todos han de pasar por este aro (el aro del que tiene la sartén por el mango) si se dicen cristianos. No es cierto. Y eso tiene grandes consecuencias. Nuestro amigo Vattimo, fervoroso creyente, católico, dice que es cristiano porque es débil, pues el cristianismo es de esencia kenótica. Y a partir de ahí elabora todo su proceso de debilitamiento de la metafísica. Sí, ya sé que esto es un rollo, dicho así, pero lean a Vattimo y verán que es más divertido. La cuestión es que la unidad ha presidir sólo lo necesario. En lo demás, libertad. A muchos les suena mal, lo sé. Será por el miedo a la libertad del que hablaba Erich Fromm. Por eso, siguiendo a San Agustín, conviene tomarse la libertad.