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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

16
Ene
2013

Traducir las cosas

1 comentarios

Esta tarde leía en uno de esos culturales una reseña sobre un CD de música, en la que el crítico hablaba de que una pieza “había sido defendida” por no sé quién en un registro anterior. Este lenguaje polémico me sonó rarísimo, más a fútbol que a música, más incluso que a guerra. Otro decía que no sé quién había “traducido” tal pieza y eso me sonó mejor. Traducir, como tocar, es interpretar. Ahora tengo entre manos una traducción bien densa y espesa. Consulto otras versiones en castellano de la misma (no hay muchas, pero sí en otras lenguas) para iluminar los pasajes difíciles y veo que, quizá porque son difíciles y un tanto oscuros, quizá muy dependientes de usos de una época, cada versión ha dado una solución diferente… a veces contradiciéndose unas a otras. Donde una afirma, la otra niega, porque el original hace dudar hasta a los hablantes nativos de esa lengua. Traducir, obviamente, implica interpretar y a veces, por descuido, se le puede hacer decir al autor cosas muy raras. Si, además, el autor cita en otras lenguas, y uno se ve obligado a acudir a traductores de esas lenguas que ya pasaron a mejor vida, verá que, casi sin excepción, las diferencias son enormes. Pero supongo que eso no implica que siempre se pierda algo en la traducción. En ocasiones se gana. Cuántas películas (por no meterme en camisas de once varas) han ganado en su título o en sus frases célebres al verterse al castellano. Pues bien, seguir ciertos modelos de vida, creo, supone traducirlos, interpretarlos y, por ello, existe la posibilidad de errar por completo, pero también de añadir una espléndida página a la historia de ese texto vital. Es cosa de cada quien.

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JM Valderas
16 de enero de 2013 a las 22:00

Sixto caro. A cierto premio que concedía la Academia de Ciencias de París para la solución de un problema topográfico concurrieron matemáticos de prestigio. Entre ellos Newton. Antes de saberse quién era el candidato que había acertado, se supo que era el célebre encargado de la Casa del Timbre inglés. "Sicut ex ungue leonem". Fue la frase lapidaria. Sólo quien ha peleado duro con la traducción conoce esas experiencias que tú resumes con nitidez. Si me permites, yo añadiría que el traductor es, amén de intérprete, creador. Suelo apuntar en la pizarra los nombres de García Morente y Zubiri, por citar dos filósofos conocidos por todos. García Morente introdujo el lenguaje de la filosofía de la ciencia con su traducción de la tesis de Mortiz Schlick. Zubiri tradujo largo y tendido. No existía un vocabulario de física y hubo que crearlo, como a otros nos tocó esa misión en los setenta y adelante. A diferencia de los fundadores de la mecánica cuántica, que eran conocedores del griego y por eso las partículas elementales llevan nombres helenos (protón, neutrón, electrón, leptón, muon, pion, etcétera), los físicos norteamericanos posteriores a la Segunda Guerra desconocían las lenguas clásicas y acuñaron términos caprichosos (charm, up, down, gluon). No sabes lo que costó ponerles nombres en español.

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