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Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
Sobre el autor

15
Feb
2010

¿Y después, qué?

3 comentarios

Vaya preguntita, qué pasó después. Pues, como en el poema de Cervantes, fuese y no hubo nada. Una cosa es ser más o menos apologeta (aunque esta palabra suena tan mal hoy… recuperemos el sentido que tenía en los Padres, por favor, que evoca, entonces, algo razonable y hasta necesario) y otra cosa es convertir. Santo Domingo era Santo Domingo y dudo que el tabernero se convirtiese sólo por los razonamientos de N.P. Nadie cambia de vida por razonamientos, sino que una vida se cambia por otra vida infundida. Von Hildebrand  se convierte al catolicismo nada más y nada menos que tras años de contacto con Max Scheler (que algo más que discursos fenomenológicos podría esgrimir); otros tras una experiencia estética o religiosa intensa. San Pablo alcanza nueva luz después de que la luz nueva le golpee. Hay múltiples carismas, y no es el mío el de convertir a nadie, me temo, como tampoco son tantos otros. Tampoco yo me convertí a su fe por el discurso que me soltó: sus argumentos eran poco convincentes, ésa es la verdad, pero su vida seguramente lo era más. Ahora bien, el proceso de conversión, sea hacia donde sea, siempre es largo, aunque pueda tener su cénit en un momento de despojamiento. Las Vitae fratrum y otras narraciones semejantes nos cuentan siempre el instante de cambio, la “peripéteia” de la que hablaba Aristóteles, el momento en que todo cambia, después, quizá, de que nada haya cambiado. No, no convertí al gruísta, ni el a mí. Pero seguro que ninguno de los dos salió como había entrado del encuentro.

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Lector
16 de febrero de 2010 a las 00:55

Gracias, Sixto, no me imaginaba una nueva entrada como respuesta a mi ingenua pregunta. Me planteo mucho el tema de la "conversión" (¿lícita?, ¿cómo?, ¿con quién?) y tu reflexión ha arrojado algo de luz en mis cavilaciones. Gracias y a seguir escribiendo ;)

Javier
16 de febrero de 2010 a las 08:53

¡Qué interesante entrada! Es ésta una cuestión que me afecta en particular por razones que no viene al caso y que dudo que interesen a sus lectores.

La conversión es algo que, en muchas ocasiones, me ha fascinado, aunque siempre he recelado de las rápidas e, incluso, instantáneas (estilo Medjugorje) ; salvo en el caso de García Morente (aunque ese momento de conversión, ¿de despojamiento? de Don Enrique hubo de venir precedido de un proceso de reflexión, sin duda)

Me ha ayudado mucho su escrito, Sixto, ya le digo, porque en ocasiones me preocupo por la conversión de personas queridas pensandó qué debería hacer yo.

Gracias y un saludo

Javier

José Luis Palacios A.
17 de febrero de 2010 a las 10:32

Felicidades por la entrada! Como bien dices, el cambio de vida no es posible por razonamientos, sino por el encuentro (que no colisión) de vidas. Una estrella, una planeta , un astro sigue en trayectoria recta infinita a no ser que otro astro, cuerpo, planeta pase cerca de él y le cambie de trayectoria. Es un principio físico newtoniano, pero con las personas y su vida pasa lo mismo.

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