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Blog Bitácora Véritas

Sixto Castro Rodríguez, OP

de Sixto Castro Rodríguez, OP
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30
Nov
2006
La resurrección en el pecho
5 comentarios

Tagore dice que “la muerte es dulce, la muerte es un niño que está mamando la leche de su madre y de repente se pone a llorar porque se le acaba la leche de un pecho. Su madre lo nota y suavemente lo pasa al otro, para que siga mamando. La muerte es un lloriqueo entre dos pechos”. ¿Se puede decir mejor, de un modo más lírico y más bello cuál es la esperanza cristiana? Hay movimientos en la teología contemporánea (bueno, ya de hace unos años, pero no por ser de hace antaño dejan de ser repetidos) que desmitologizan tanto que subvierten elementos centrales del cristianismo, como es el caso de la resurrección. Que si se trata de una interpretación sin base histórica de la experiencia de los primeros cristianos (el elemento de experiencia es, sin duda, cierto), que si lo fundamental es cómo lo vivió la comunidad primitiva, que si no sé qué. Es difícil no perturbar de raíz el cristianismo si se niega la realidad histórica de la resurrección como primicia. San Pablo se quedaría en cueros: “Si Cristo no ha resucitado…”. Ya no me pidan detalles, que eso es demasiado, pero uno puede renunciar hasta donde puede, y ya no más. Lo que uno espera es lo que dice Tagore, un pecho maternal que, no sé cómo, continúe con ese estado de felicidad que atribuimos al infante. Hay que hablar en metáforas, es todo lo que podemos hacer. Pero eso no es epistémicamente erróneo. La metáfora es la forma de lenguaje más poderosa. Hasta la ciencia, con permiso del profesor Valderas, está llena de metáforas. Y lo está la filosofía: he ahí la navaja de Ockham, las bolas de Hume (bromeo, pero sólo en parte, pues la causalidad y las bolas de billar son casi la misma imagen), la caverna de Platón, el asno de Buridán, etc. La metáfora del pecho materno es la metáfora de la resurrección. Quien se ponga tan “posmo” que interprete la resurrección cristiana como la supervivencia en el recuerdo de los otros, en sus obras, en sus nietos (le garantizo que sus tataranietos no se van a acordar de él pero ni de casualidad), ha de saber que yerra desde lo hondo. La theologia crucis sólo es tal porque hay una theologia gloriae. Si no, estamos tocando el bombo. Y como dice uno de los personajes de Solaris, de Stanislaw Lem, “aquí no hay respuestas, sólo opciones”. Para nosotros, las opciones son las respuestas.

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28
Nov
2006
El zapatero formal
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El zapatero al que suelo llevar a arreglar mis zapatos (me acostumbro a ellos y sólo los tiro cuando no hay fuerza humana que pueda hacer que recuperen la compostura) tiene escrito en una pizarra, a la vista de todos los clientes: “que Dios te conceda el doble de lo que me desees”. La verdad es que difícil encontrar un principio de acción más adecuado para la vida cotidiana, por muy formal que sea éste. Es la ventaja y el inconveniente de las éticas formales, a diferencia de las materiales. Éstas prescriben lo que hay que hacer, mientras que aquéllas sólo nos dan la forma de la acción. Así son las máximas kantianas, pero también lo es la regla de oro del Evangelio: no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti, o a la inversa, desea para los demás lo que desearías para ti mismo. El zapatero (no soy aún tan devoto de las series americanas ni tan cool como para llamarle “mi zapatero”, porque hoy todos tenemos hasta “mi antenista”, o al menos eso nos quería hacer creer la Sexta cadena: consulta a tu antenista. Vaya bobada) sin duda sabe que es bien fácil dar principios concretos de la acción. El decálogo se reduce, en último término, a dos máximas, como aprendimos de niños: ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Oiga, ¿y eso en qué se concreta? Ahí es donde entra cada uno. La libertad de los hijos de Dios, que pueden y a veces hasta deben equivocarse buscando el camino y la concreción de eso. Mañana iré a recoger mis zapatos y pensaré qué le puedo desear al zapatero.

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26
Nov
2006
Espías y civilizaciones aliadas
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Parece ser que se acaban de cepillar a ese ex-espía ruso de nombre impronunciable. Y digo que parece ser porque me da la impresión de que el asunto tiene cuerda para rato. Y tiene cuerda y vida asegurada porque va a haber quien lo investigue, lo cual va a estar requetebién, que dicen en México. No obstante, ese hecho me lleva a preguntarme no ya por las víctimas del pasado, sino por los que hoy mismo han pasado por una situación semejante, si bien no tan sofisticada. A muy pocos les echan talio o lo que fuese en la comida. Pero a muchos les cortan la cabeza, los cuelgan o les hacen sabe Dios qué perrerías para que dejen de ser un estorbo. Ser un estorbo, en demasiados países, supone solamente pensar de manera diferente al que está en el poder o no aceptar 50.000€ de un dictador cuando sale a visitar a sus subordinados en el extranjero. Me llegó hace unos días, vía Internet, un informe, con imágenes, del trato que reciben los homosexuales en países como Irán, por ejemplo. Tienen la costumbre de colgarlos en la plaza pública. Y yo me pregunto qué alianza o qué diálogo puede caber con esas actitudes. Lo siento, pero ahí sí que no me bajo del burro y no estoy dispuesto a acercarme ni siquiera un ápice a la ley que permite ese tipo de barbaridades. Alíese usted, querido presidente, si quiere, pero conmigo no cuente ni para dar el primer paso. Afortunadamente, Occidente ha pasado por muchos procesos de purificación para no tener que andar mirando a los lados para ver si esas otras culturas, en sus barbaridades, tienen algo de razón. Nada, ya se lo digo yo. Nada justifica la muerte de otro ser humano, y menos aún en la plaza pública. Usted deje que sigan amputando clítoris, que yo seré políticamente incorrecto y seguiré bebiendo cocacola y diciendo que con esa civilización yo no me alío, pero vamos, ni de broma. Me llamarán fascista, eurocéntrico y cuatro sandeces más, que, dicho sea de paso, me caen grandes y me importan un rábano. No podemos perder las conquistas del estado liberal, que han costado la sangre y el sudor de muchos para tirarlas por la borda por un "vamos a quedar bien" y ser los más guapos del circo. Pues eso.

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22
Nov
2006
Simplificaciones muy feas
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Hace un frío que pela en México. Y no es normal, ni siquiera en esta época del año. La televisión da imágenes de gentes que no tienen cómo guarecerse del frío. Porque nosotros, en Europa, mal que bien nos podemos defender tanto del frío como del calor. Pero en México la gente no está acostumbrada a este frío polar, de modo que aquí, a mi vera, veo a Fr. Gustavo embutido en prendas de las que nosotros usamos en España en pleno invierno, cuando más arrecia el pelete. ¿Será cosa del cambio climático, del calentamiento global? Tendría gracias que este calentamiento trajese como consecuencia el enfriamiento, pero cosas más raras se han visto. En todo caso, “calentamiento global” es un término tan genérico que vale para cualquier cosa y bajo el cual se cobijan infinidad de fenómenos distintos. Pero tenemos que simplificar, porque la vida humana tiende a esa economía conceptual, y así nos movemos habitualmente en la superficie de la realidad, jugando con conceptos que dejan escapar buena parte de la sustancia de lo que es. El pensamiento filosófico siempre nos ha advertido contra la simplificación. Se cuenta que en algunas clases de Heidegger, cuando éste explicaba alguna de sus abstrusas elaboraciones y preguntaba si se había entendido, si le respondían que sí contestaba: “Bueno, en realidad las cosas no son tan sencillas”. Y no son tan sencillas. Las grandes fórmulas simplifican la vida, la hacen agradable, quizá amable, pero, en último término falsa, lo mismo el cambio climático que la alianza de civilizaciones o la conspiración etarra-islamista. Y no quiero vivir en la falsedad, me aburre y sé que la falsedad es fea, sí muy fea (aunque esto no sea nietzscheano ni políticamente correcto). Por cierto, alguien, no recuerdo quién, me contaba la historia de un profesor que hacía exactamente lo mismo que Heidegger, sólo que en vez de preguntar en general si se había entendido, preguntaba si lo había entendido el alumno X y contestaba: “si lo ha entendido X, lo ha entendido todo el mundo”. Menos heideggeriano, pero más práctico.

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19
Nov
2006
El relicario
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Leo en un suplemento cultural acerca de las mitomanías, fetichismos y otra serie de posesiones que padecen algunos de nuestros más reputados intelectuales, como poseer la primera edición de no sé qué obra, la pipa que fumaba no sé quién o sentarse en la misma silla que cobijó las posaderas de aquel tipo de más allá. Al mismo tiempo, los medios de comunicación nos asaltan con la impactante noticia (lo que aparece en el periódico a dos columnas es noticia, hace decir Orson Welles a su ciudadano en Kane en la película homónima) de que un actor famoso se casó en Roma montando un akelarre que para sí quisieran las brujas de Zugarramurdi. Los reporteros, como fieras en celo, iban tras los despojos dejados por esas hordas de comensales, y mostraban con admiración a la cámara el tenedor que usó ésta, la silla en la que se sentó la otra, o detallaban con fruición de predicador milenarista el menú que saborearon todas esas gentes de buen o mal vivir. Y a mí qué me importa, me pregunto yo. La cuestión es que es imposible no enterarse. Si en otras épocas o en otros imperios el problema era que nadie se enteraba de nada (me viene a la mente aquel fascinante relato de Kafka sobre el imperio chino) hoy el espanto es que no sucede nada sin que nos enteremos. Casi sé los modelos de ropa interior que llevaban los contrayentes. Bueno, no, eso no, pero casi apostaría mi sueldo de un mes a que con lo que cuestan esos modelitos come una ciudad de Haití durante varios años. A lo que iba, aunque no fuera a ello (porque de lo que he dicho, como de las contradicciones en lógica, puede seguirse cualquier cosa): no me cabe duda de que toda esta gente se ríe de los bárbaros antiguos que suspiraban por ver las reliquias de aquellos santos, mártires y demás personajes de la antigüedad, y que hoy miramos casi con un no sé qué de incredulidad. En pocas generaciones se ha saltado de venerar unos huesos a venerar otros. Aquellos, por lo menos, eran promesa de algo. Estos sólo nos dicen: “eres un mindundi”. Sí señor, un cambio sustancial. Vamos por buen camino, eso sí, no sé hacia dónde.

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17
Nov
2006
Mendaz, que no falaz
1 comentarios

Leo un artículo de un preclaro columnista en el que pone a caer de un burro a los que no piensan como él, a los que chillan cosas que él no chilla y a los partidos políticos que neutralizaron tendencias de extrema derecha (él dice que las enmascararon). Me gusta ese artículo, porque es un ejemplo, de los de libro, de lo que escribiría cualquier otro que se situase en el extremo contrario y escribiese exactamente lo opuesto, quiero decir que hay una estructura común al resentimiento, a la mala baba o simplemente al desprecio del que no piensa como uno. Hace ya unos cuantos siglos, San Agustín distinguía entre lo falaz, lo que es falso pero se trata de hacer pasar por verdadero y lo mendaz, lo que es falso y se presenta como tal, sin intención de engañar. El mal endémico de este país parece ser, por lo que cuentan los que saben, que una buena parte del mismo está constantemente en contra de buena parte del otro, y se valen de lo falaz (no de lo mendaz) para dar collejas constantes a la otra parte. Pero no son dos Españas, no. Son unos contra otros y por ahí, olvidados de la mano de los hombres, está la mayoría de la gente, a la que le encantaría que a todos estos gritones les diesen un pico y una pala y alguien les pusiese a trabajar, pues el trabajo exorciza muchos demonios, porque, dicho sea de paso, los dioses son mucho más fáciles de eliminar que los demonios. Vivimos en el mundo como si Dios no existiera, lo cual está muy bien, pero el hueco que ha dejado ese “como si”lo han llenado los demonios mágicos, especialmente los demonios cizañeros, que son los realmente peligrosos. Yo me tentaría la ropa.

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15
Nov
2006
Ex nihilo, nihil
2 comentarios

Hay tantísima buena música escondida en los anaqueles de sabe Dios qué catedrales, bibliotecas o casas particulares que cuando uno accede a ella se sorprende de que la vida pudiese haber continuado sin que hubiese acontecido la salida a la luz de esas joyas. Cuando yo daba clase a chavales de bachillerato, tiempo ha, solía ponerles de vez en cuando alguna película de las de a kilo, como, por ejemplo, Tiempos modernos, de Chaplin. Y luego solía lanzarles, casi a modo de requisitoria: “Y pensar que te podías haber muerto sin ver esto”. Suelo decir eso porque me parece que la cultura, la buena cultura, la cultura de verdad es un regalo que los que nos han precedido nos hacen y que nosotros y nuestros coetáneos nos hacemos mutuamente. Sé que la inmensa mayoría de la humanidad no escuchará nunca a Mozart (no digamos ya a Cabanilles, a Soler, a Sweelinck o a Lefebure-Wély, que no están en el circuito de las megadivas), no leerá nunca a Cervantes (y menos a Hegel, a Danto, a Eladio Chavarri o a Emilio G. Estébanez), no viajará nunca a Italia (y menos a Berlanga, a Cangas o a Gulina). Todo eso es una pérdida irreparable. Es cierto que en la vida hay que elegir, pero una elección entre nada y nada no es elección. Y hay que elegir con sumo cuidado, con un tiento y un tino en el que nos va nuestro ser, como dirían los existencialistas, mientras, fumando en pipa, se dedicaban a regodearse en la miseria de la condición humana. Con esa pose no se va a ninguna parte y se nos escapan todos los placeres y bondades. Cada quien según su posibilidad y a cada uno según su necesidad. Esto, tan marxista, que ya está en Santo Tomás y en la regla de San Agustín, es un excelente criterio para dar forma a nuestras elecciones. No podemos morirnos sin haber saboreado las mieles de la belleza y la verdad de lo cultural, que también vienen del Espíritu Santo, que diría el Aquinate. No me cabe duda (en la medida en que no puedan caber dudas escatológicas) de que, al final, junto al amor, nos examinarán de lo que dejamos, por desidia, de hacer, también en beneficio propio, porque, como nos enseña Herman Hesse en su Siddharta, si no nos llenamos en cierto modo nosotros mismos, es difícil que podamos dar nada a nadie. Ex nihilo, nihil.

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13
Nov
2006
No te metas en mi vida
1 comentarios

Escucho una entrevista que le hacen a la ministra de sanidad. Preguntada acerca de ciertas normas sobre el fumar en lugares públicos, las grasas de las comidas, se muestra inflexible: “pues habrá que hacerlo”. No hay lugar a la réplica. Me horroriza la postura meticona que está tomando este gobierno, y en general los políticos, en la vida individual de las personas (ya no diré ciudadanos, porque las personas son mucho más que ciudadanos, por mucho que se empeñen en reducirnos a eso). La sana tradición liberal (ojo con este término, que significa muchas cosas) nos dice que debemos discutir racionalmente acerca de las cosas que nos competen a todos, pero que en mi ámbito privado, yo puedo hacer lo que me dé la gana. Hay por ahí una cierta amenaza que está planeando sobre la cabeza de los fumadores: no le vamos a operar si usted enferma y se obstina en ser fumador. Los gordos van por el mismo camino. Si usted no quiere quedarse fuera de los beneficios del estado de bienestar, debe empezar a hacer gimnasia como un poseso (justo lo contrario de Francisco Ayala, que afirmaba haber llegado a los 100 años con dos vasos de güisqui al día y ni un solo movimiento gimnástico), debe dejar de fumar, y, dado que el Estado nos dice: “no podemos conducir por ti” (porque lo haría si pudiese), no coja el coche. Eso sí, parece que si a usted le da por escalar el Teide en pelotas, y resulta que sufre un accidente, no hay problema en que le traten médicamente (¿por qué demonios tengo yo que pagar con mis impuestos las locuras de otros?), al igual que nadie le va a preguntar, en el otro extremo, por qué usted se ha metido el chute de cualquier porquería antes de decidir si curarle. Me parece que el convertir en víctimas definidas a los fumadores, a los gordos y, dentro de poco a los que van a las hamburgueserías es una técnica excelente para evitar la indefinición de las acciones, pero es sumamente injusta. La justicia social no va por ahí, se pongan como se pongan.

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8
Nov
2006
Libertad sexual (y las otras)
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No sé quién decía hoy, en una de esas citas que suelen entresacar los periódicos, que amaba la sexualidad porque era sinónimo de libertad. Y así, de entrada, me llamó la atención, porque esas frasecillas gratuitas suelen llamar mi atención. La cosa es que inmediatamente, por aquello de las leyes de asociación, me vino a la mente una cita semejante de alguien bastante más cualificado que este quidam, que era tan quidam que ni me acuerdo de su nombre, vamos que no sé si me fije. Me estoy refiriendo a Aldous Huxley. En el prólogo de su excelente novela Un mundo feliz, dice lo siguiente: “A medida que la libertad económica y política disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar”. Cuando leí eso, años ha, me llamó poderosamente la atención, precisamente por venir de quien venía. Casi podríamos decir que Un mundo feliz es la expresión literaria de la tesis antedicha. La sociedad (el se, otro quidam) clama y grita que nadie se debe meter en su cama, lo cual me parece más que correcto (aunque si nadie se mete en su cama, mal lo van a pasar, al menos al respecto que venimos comentando), pero parece que ahí se acaba la libertad, y que en la medida en que uno pueda hacer con su cuerpo “lo que quiera”, ya se ha alcanzado la libertad. ¿Y el resto? Bueno, el resto se da por supuesto: los gobernantes se comportan como señores de horca y cuchillo, poniendo a quien quieren en el poder, se hacen alianzas donde los menos votados se comen a los más votados, se aplica la maquiaveliana razón de estado para negociar con quien se quiera. Si esto no atenta contra la libertad política, que venga Dios y lo vea. Se nos aplican impuestos en unas autonomías para pagar los dispendios de los que mandan, se machaca a los que cobran por nómina y no pueden escapar, se hace la vista más o menos gorda contra las corruptelas (porque que hayan cogido a cinco indica que el cuerpo del iceberg va a seguir avanzando: no hay quien ponga cascabel a este gato). Si eso no atenta contra la libertad económica, no sé qué lo hará. Y no obstante, parece que los progres se han quedado en que la máxima libertad consiste en que nos dejen menear la cola o lo que nos parezca con quien queramos. Sí, claro que hace falta eso, pero cuando se convierte en opio… ¿Dónde he oído eso? Una mala sinécdoque (la parte se convierte en el todo). Es que nos van a acabar llevando a las barricadas, oiga, y mira que me gusta poco esa expresión.

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5
Nov
2006
Religiones unitivas
5 comentarios

Andan a vueltas con eso de que la religión separa a las gentes. Quisiera que me alguien me diese una razón más de peso que la de los exaltados chillando y portando armas en nombre de Alá (que suele ser lo que aparece en los medios, aunque no tengo la menor duda de que lo mismo se hace en nombre de Yahvé, Dios o algunos otros. Y mira que de nominibus non est disputandum. Pues nada, como no hemos aprendido la lección, estamos condenados a repetirla por los siglos de los siglos, como cuando en el colegio nos mandaban copiarla veinte veces, y tontos de nosotros, lo hacíamos, sin comernos ni una coma, no fuera a ser que el que había impuesto el castigo comprobase las diez copias de cada uno de los treinta alumnos). Qué exordio tan largo. Como todos hablan de la fiesta como les va o les fue en ella (que si les metieron miedo los curas de su colegio con las penas del infierno, o con que se quedaban ciegos si se tocaban vaya usted a saber que partes. O lo malos que fueron algunos prelados hace cincuenta años, o yo qué sé y a mí qué me importa), contaré una experiencia que me aconteció hace poco tiempo. Y tiene ese valor, el de experiencia personal, no universalizable (soy bien consciente de eso), aunque sí punto de arranque para una serie de inferencias.
Visitaba un templo hinduista, enterándome muy poco de lo que allí pasaba. Gente aquí y allá, con preciosos vestidos, rodeada de todo tipo de olores. Tras un rato de mirar todo lo mirable, dejándome impactar por los colores y las formas del templo me acerqué a un sitio en el que estaban ofrendando alimentos ante una estatua bigotuda y muy colorida (descripción de turista). Súbitamente, caí en la cuenta de que todos a mi alrededor estaban rezando, sumidos en la plegaria. Y comprendí. Y di un paso atrás y salí de ese grupo. No debía estar allí de mirón. Estaba aconteciendo algo serio. Puede que en la percepción de la religión se dé algo semejante a los estadios morales de Kohlberg. Quien está en uno no puede comprender las decisiones ni las conductas de los que están en otros, si no es usando esa misma medida kohlbergiana. El problema es que los que supuestamente rigen nuestras vidas están habitualmente en la fase una o dos de desarrollo religioso, y no hay para ellos más allá que lo que su propia miopía les permite otear. Yo estuve allí. Era religión. Y no pegué a nadie. Nadie me pegó.

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