Entre las cosas que nos trae la cotidianidad, hay una que, a mi modo de ver, destaca sobremanera. Es la traída y llevada asignatura de religión y demás cosas que la rodean (“pavor en torno”, como dice el salmo). Que si la quito, que si la pongo. Parece que el personal se sirve del quito-pongo, como de la yenka, para definirse a sí mismo. Ya no es, me parece: soy esto y por tanto quito la religión (o la pongo), sino quito la religión (o la pongo), luego soy aquello. A modo de ver se trata de un problema profundo, que hay que meditar con mucho tino, más allá de las cuestiones constitucionales (que son fundamentales) o de derecho internacional (que también tienen su aquel).
Los filósofos estarán en desacuerdo con que las ponga en pie de igualdad. Los de primera clase del Titanic también pensaban que la cosa no iba con ellos. Pero a estos efectos lo están. Dentro de unos años, nuestros jóvenes no sabrán quién fue Aristóteles, ni qué pintó Platón (quizá si piensan que garabateó una caverna, ya no será poco), como ya les sueña a chino la mayor parte del magma nutricio de nuestra cultura, es decir, qué le pasó a Job o quién ese tipo que aparece con un dedo a punto de meterlo en el costado de un personaje que le muestra una herida desagradable. En las clases de filosofía he de hacer referencias básicas de cultura religiosa sin las cuales no se entiende (insisto, no se entiende) a, pongamos por ejemplo, Descartes (que ya no es medieval) o Nietzsche (que no es religioso). Saber quién es Abraham no es marginal para entender a Kierkegaard, no es algo que venga desde fuera. Y sin saber qué le picaba “abrahámicamente” a Kierkegaard no hay lugar no solo para Bergman, que se verá como un creador de un espectáculo para pasar la tarde (cosa a la que en buena parte se ha reducido el mundo del arte), sino tampoco para Woody Allen o Beckett, por no hablar de que las preguntas que los seres humanos nos hacemos como primeras (las preguntas serias, gordas, grandes), bueno, en fin, son cosas que no pasan de ser, citando al gran Ibáñez (el de Mortadelo y Filemón) una “pesadilla por indigestión de garbanzos”.
Algunos filósofos se regocijan cuando algunos pensadores decretan el fin de la religión y la teología como pensamiento anejo, y no leen en la línea siguiente que en el mismo saco va la filosofía. Por eso digo que en este barco vamos todos y si uno se salva o bien lo hace sacrificando parte de su esencia (si la filosofía deja de ser lo que es para convertirse en una glosa o nota a pie de página de, por ejemplo, la ciencia, o la teología se convierte, como decía aquel, definitivamente en una rama de la literatura fantástica) o bien no se ha enterado de que en realidad ya murió en la escena anterior y sigue caminando sin darse cuenta de que ya está muerto. No puede ser que una persona culta de nuestra época no sepa quién es Abraham. Crea o no crea. Salvo que se convierta en una rueda de un engranaje. Y ahí, filosofía y religión van de la mano. Y no es cosa de la parroquia...
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