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Dic2017Y de nuevo, ¡qué bello es vivir! (a pesar de todo)
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Dic
El ritual navideño, en mi caso, incluye varias cosas. Una de ellas es, como seguro que he dicho en alguna otra ocasión, ver “¡Qué bello es vivir”, la maravillosa película de Frank Capra, que es perfecta, se la mire por donde se la mire. Los programadores de televisión, que seguramente no la han visto, la ponen una y otra vez en navidades, y nunca en agosto, cosa que no acabo de comprender. Alguien me dirá: es que lo que relata la película tiene lugar el día de navidad. Es una razón tan buena como cualquier otra, pero no creo que vaya muy lejos. Estos operarios conocen el argumento y saben que la película destila buenos sentimientos, y ya que la navidad televisiva ha perdido cualquier esencia que no sea esta amorfa atmósfera de buenos deseos, nos regalan una dosis embotellada de esas emociones que se supone que son las que tenemos que tener ahora.
La película tiene bien poco que ver con eso. Es todo lo contrario del sentimentalismo cutre e infumable. Es una crítica a muchas cosas: a las estructuras económicas injustas, al narcisismo incurable (también de nuestra época de “selfies”), a la pérdida de las estructuras comunitarias que fundamentan la vida del hombre, al vivir inconsciente del impacto que cada quien tiene en la vida de los otros etc., etc. Este año me fijé en un detalle: Geoge Bailey tiene en su oficina una foto de su padre, que encarna el otro del que procedemos, al que debemos fidelidad y que constituye lo que somos; el malvado señor Potter tiene una foto de sí mismo, que encarna el solus ipse del yo, mí, me conmigo y nada más... El selfie de toda la vida...
Sobre esta película se han escrito muchas críticas y reflexiones, muy agudas algunas, totalmente defectuosas otras, sobre todo las de aquellos que hablan de oídas y asumen que George Bailey encarna ese sentimentalismo barato. Para mí esta película es la piedra a la que pegar patadas para ver la validez a una teoría, como hizo Samuel Johnson para refutar el idealismo de Berkeley. Cuando leo un comentario o argumento sobre esta película que se queda en la superficie supuestamente edulcorada de esta obra, en mi opinión se abre una brecha en la teoría de la que forma parte tal comentario. Me parece que, sin comprender “de qué va” realmente esta obra maestra, cuando un discurso la incluye como prueba, si la maltrata, el discurso es erróneo. Y así, una navidad tras otra, sigo tratando de asimilar que la historia de cada quien es absolutamente insustituible, porque él es también condición de posibilidad de la historia de muchos otros. Esta es una noticia intempestiva en esta época de la total sustituibilidad de todo, personas incluidas. Tan intempestiva como el Belén, que también ha devenido sentimentalismo televisivo. Apague la tele estos días. Enciéndala solo para ver a los insustituibles James Stewart y Donna Reed, las personas más ricas de Bedford Falls. Feliz navidad y que 2018 sea mejor.