Leía esta mañana un artículo de alguien que no recuerdo, en el que afirmaba que la Inquisición, como tal, había sido un sistema bastante más garantista que sus equivalentes civiles, especialmente los que se daban en el mundo anglosajón. Citaba algunas fuentes en apariencia solventes en defensa de su tesis, pero no creo que llegue muy lejos. La “Spanish Inquisition” es un meme (que es una memez sin z) que se usa sin más, igual que se dice que Picio era feo, sin más. Y nadie sabe (ni cree que deba saber) ni qué era aquello ni quién era este. Pero esto es solo un preámbulo a lo que quiero comentar.
El otro día, en un dominical, se entrevistaba a Steven Pinker, psicólogo de Harvard, respecto a sus tesis relativas al optimismo, al progreso y a la Ilustración. El texto no tiene desperdicio, y creo que sería un espléndido objeto de análisis de cualquiera dedicado a la teoría de la argumentación, porque buena parte de las cosas que concluye el autor no se siguen de lo que dice (lo cual no significa que no sean ciertas; eso es otro asunto. Pero están mal argumentadas). Es, claro, una entrevista, no un tratado farragoso, en el que no se permite ninguna falacia. Pero tampoco me interesa lo que cuenta. Me interesa cómo empieza el artículo. Dice así: «Hace ya mucho tiempo que Steven Pinker (Montreal, 1954) mató a Dios. Fue en Canadá, al entrar en la adolescencia y descubrir que no lo necesitaba para nada. “Cuando empecé a pensar en el mundo, no le encontré sitio y me di cuenta de que no me servía ni siquiera como hipótesis”, explica. Arrancó entonces un idilio con la ciencia que 50 años después no ha dejado de crecer». ¿Por qué el tema de inicio es la relación del pensador con Dios? Claramente para establecer varias tesis: este señor de Harvard (y Harvard no es un sitio, sino una categoría de valor epistémico) no cree en Dios, y es un excelente polemista (nos lo dirá más adelante), así que no crea que le va a vencer argumentativamente. Además, Dios es una hipótesis que no tiene cabida en un mundo en el que domina la ciencia. Donde hay ciencia, no cabe Dios.
Esta es la idea que se atribuye típicamente a Laplace, cuando Napoleón le preguntó qué lugar quedaba para Dios en su sistema científico, y aquel le contestó que no tenía necesidad de esa hipótesis. Por algún sitio he escrito que, obviamente, no se necesita esa hipótesis, porque Dios no es una hipótesis de ningún sistema científico, aunque muchos pensadores modernos así lo pensasen. Alguien tan poco moderno (en el sentido epocal) como Tomás de Aquino se planteaba hace más de un siglo (digo esto porque, según el artículo, Bill Gates considera el texto de Pinker "su libro favorito de todos los tiempos". ¡De todos los tiempos!) dos argumento contra la existencia de Dios, antes de exponer sus célebres vías. Primero, la existencia del mal. Segundo: las cosas naturales tienen su principio en la naturaleza y las cosas libres en el entendimiento y la voluntad humanos. “Por consiguiente, no hay necesidad de sostener que haya Dios” (ST I, q.2, a.3). Cuando leo estas “novedades” "de todos los tiempos" se me cae el alma a los pies. Dios no es una cosa del mundo. Esto no es algo que digan los teólogos contemporáneos para “salvar las circunstancias”. Ya lo sabía San Agustín, y Santo Tomás y cualquiera de su familia. Pero es más fácil seguir pensando en la “Spanish Inquisition” como un meme y en Dios como una memez. Que sea más fácil, no obstante, no significa que sea correcto, dígalo Pinker o su porquero.
Ir al artículo