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Dic2022El valor de Mary Bailey
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Dic
Un año más, “Qué bello es vivir! Cuanto más la veo, mejor me parece. Todo está perfecto: la historia, el montaje de los planos, los diálogos. Todo. Esta última vez, me dio por pensar que es una película de rostros. Los de George Bailey cuando se aferra a su hijo comprendiendo lo desesperado de su situación, cuando reza confesándose ante Dios como un hombre al límite de sus fuerzas (y recibe un puñetazo de premio), cuando se da cuenta de que no existe, o cuando salta de júbilo al comprender que ha recuperado su vida tras el don increíble que ha recibido… O el rostro de Mary Bailey cuando ve que su marido ha perdido algo más que el dinero y se vuelve violento, agresivo y, sobre todo, desesperado. Por no hablar de los rostros de Potter maquinando sus venganzas. Esos primeros planos de rostros que lo cuentan todo y a los que la voz les sobra hay que verlos mil y una veces. Es una película redonda (aunque el mismo director reconoció algunas decisiones de guion erróneas, pero qué más da). Sin embargo, en su perfección aparece un jefe que maltrata al George Bailey niño, un George Bailey que se vuelve violento con sus hijos, unos vecinos que al final son la liberalidad en persona, pero que poco antes se han mostrado mezquinos y rácanos con quien ha sacrificado tanto para que ellos tuviesen un techo… Todo está mezclado, como en la vida misma, que no es siempre como pintan los suplementos dominicales de los periódicos.
¡Qué bello es vivir! es, sobre todo, una película de ángeles. El ángel enviado a salvar a George, Clarence, ante la sorpresa de la gente que le escucha decir que es un ángel sin alas, pregunta: “¿acaso no creen en los ángeles?” Es una película en la que los protagonistas son aquellos personajes que sirvieron en la mesa de los primeros frailes, sobre los que pensó Tomás de Aquino y los que pintó el Beato Angélico. Hoy han quedao en arrumbados en el estante de cosas preternaturales junto al hombre lobo, muchos demonios autóctonos en los que se cree según se haya nacido o no más allá de esta raya, y extraterrestres bien parecidos. En esa incredulidad generalizada suenan constantemente las campanas y nos hacen pensar: mira a ver si resulta que… Y es una película de rezos que funcionan a pesar de los pesares: "El valor es el miedo que ha dicho sus oraciones", encontré el otro día grabado en una piedra. Mary Bailey es el ejemplo de ello.
Algunos hablan de que la ciudad que pinta la película si George Bailey no hubiera existido, Potterville, es mucho más divertida y alegre que la existente Bedford Falls. Está llena de lupanares, casas de apuestas y tugurios varios. Por ahí van los tiros. Otros sostienen que es posible que la vida de muchas personas podría haber sido mejor sin George Bailey, etc. Todo este espacio de los contrafácticos pierde de vista lo nuclear de la película, como si se dijese: La vida es sueño sería mejor si Segismundo fuese un alma cándida o un gobernante utópico. No parece tampoco acertado destripar aquel cuento nuestro que tanto escuchamos de niños (y tanto se nos ha olvidado) y hacer de Pedro y el lobo una pareja de almas bien avenidas, en vez de un mentiroso y una fiera. No será por que no lo hayan intentado los sucesivos gobernantes que han creído conveniente achicharrar estos relatos tan poderosamente humanos y divinos para poner en su lugar alguna otra cosa, generalmente de poco momento, que encaje mejor con el espíritu de la época.
En fin. Ojalá no nos cancelen ¡Qué bello es vivir! Puede pasar cualquier día, porque es una película que va absolutamente contra el espíritu del tiempo que nos toca vivir. Un tiempo, en el que, como en todo otro, el vivir, con todas sus cosas, es un poco más bello gracias a los George y Mary que habitan por el mundo.